Antonio Bolívar: «’El día después’ no debiera ser ‘como decíamos ayer’»

La casualidad ha hecho que el periodo de enmiendas de la LOMLOE (y su posterior aprobación) haya coincidido con la conmoción y emergencia educativa que ha supuesto la pandemia. Una Ley (LOE, 2006) y una propuesta de Reforma (LOMLOE, febrero 2019) que, para no retrasarla, se ha aprobado su tramitación un año después (marzo, 2020), justo cuando todas las escuelas cerraban.

Un tanto a destiempo: primero, porque el consenso y compromiso en 2013 de cambiar la Ley Wert, ya no se presenta del mismo modo; segundo, porque el anteproyecto de comienzos de 2019 acoge escasamente la nueva realidad, como los Objetivos de Desarrollo Sostenible o la agenda postpandémica. En fin, esta agenda y horizontes han quedado seriamente trastocados: ya no pueden ser la vuelta a la LOE. Una vez rechazadas las enmiendas a la totalidad, y también las comparecencias de la comunidad educativa (para no retrasar más su tramitación), podría ser el momento -en este período de enmiendas parciales de los distintos grupos políticos- para introducir lo que sería necesario acoger.

Una ley (LOMLOE) cuyo objetivo principal es modificar una anterior (LOMCE), acudiendo en gran medida a lo que estaba presente en la LOE de 2006 (los artículos que se suprimen, permanecen o nueva redacción: “el artículo xx queda redactado de la siguiente manera”) tiene, por sí mismo, un horizonte y cambio de mirada limitado; por más que se quiera presentar como “una educación para el siglo XXI”. Para bien o para mal, repentinamente, este siglo ha cambiado definitivamente. Los “tempos” han ido por caminos distintos, sin conjuntarse, como para poder renovar y transformar el sistema educativo para el siglo XXI. El cambio legislativo es necesario, aunque también podría ser paralizado determinados aspectos de la LOMCE, como se ha hecho en algunos aspectos más lesivos; porque, ahora mismo, la futura ley no recoge, mínimamente, el cambio que nuestro sistema escolar necesita. Tras el día después de la pandemia, no tiene la LOMLOE horizonte de pervivir más que las leyes anteriores. En cualquier caso, puede salir adelante, si el asunto –como se ha resuelto la semana pasada- es, votaremos positivamente, “si me das que el 50 % del currículum lo decidan las Autonomías con lengua propia” (como eso quedaría “feo”, se dice que lo decidan los centros, según dispongan las administraciones autonómicas). Como si el problema fuera ese, ante la gravedad en la que estamos.

Una nueva ley educativa debiera acoger cómo sería la tarea educativa, el día siguiente, una vez que definitivamente todo esto termine, cuando todos vuelvan a la escuela, para que no sea de nuevo “decíamos ayer”

Lo primero, es que, si ya había déficits que arrastraba nuestro modelo organizativo y curricular, cuya “gramática” o reglas básicas han cambiado escasamente; la actual pandemia, la enseñanza remota y el confinamiento, las han evidenciado hasta extremos desconocidos. “The Day After” americano (por recordar la célebre película sobre el panorama que queda tras el ataque nuclear de la URSS), como ha sugerido Andy Hargreaves para “el día después” de esta pandemia, no podrá ser, en términos hispanos, el “decíamos ayer” (“Dicebamus hesterna die”) que la tradición atribuye a Fray Luis de León, al retornar su cátedra, después de años encarcelado. Luego, se dice que Miguel de Unamuno pronunció las palabras del fraile en su primera clase, en su vuelta al rectorado tras la dictadura de Primo de Rivera. Más allá de esta anécdota, que viene a cuento, queremos promover la reflexión sobre que el currículum y la organización escolar: ya no podrá ser “en dónde nos quedamos ayer”. Y si lo fuera, poco hemos aprendido y estamos incapacitados para los futuros deseables. Dado que el escenario ha cambiado, repentina y catastróficamente, también el modo de plantear la educación y la organización de nuestros sistemas educativos debiera hacerlo. Una nueva ley educativa debiera acoger cómo sería la tarea educativa, el día siguiente, una vez que definitivamente todo esto termine, cuando todos vuelvan a la escuela, para que no sea de nuevo “decíamos ayer”. Una corresponsabilidad y compromiso de todos, pero también una movilización educativa, ante la emergencia que ha evidenciado la pandemia.

La agenda postpandémica; entre la transformación y el regreso a la normalidad

¿Qué posibilidades hay para que “este virus”, referido al sistema educativo, pueda significar una gran innovación, sostenible en el tiempo, como M. Fernández Enguita defendía en una contribución en “Cuadernos de Pedagogía” de septiembre dedicado al tema (“La vuelta al aula en tiempos de Covid-19”). Yo creo que, menos confiadamente de ver la crisis como una oportunidad, en general, se están imponiendo las inercias heredadas y cuando se han roto con ellas, por ejemplo, “enseñanza por ámbitos” en Secundaria, para preservar los llamados “grupos burbuja” o de convivencia y reducir la movilidad del alumnado y profesorado, no se han reestructurado debidamente los contenidos ni los criterios de evaluación. Si la enseñanza remota u online, ha alterado las rutinas, espacios, metodologías, formas de organización, etc.; tras la vuelta en septiembre, muchos modos tradicionales, permanecen. Es verdad que el “day after” aún no ha llegado. Pero, por eso mismo, la nueva LOMLOE debiera impulsarlos.

Se requiere transformar las reglas o gramática sobre cómo están organizadas las escuelas, que el confinamiento y la pandemia han obligado a cuestionar.

La pandemia, el cierre de las escuelas, la enseñanza online, han puesto sobre el espejo algunos de los problemas que arrastraba el sistema escolar. El propio modelo curricular sobre lo que vale la pena enseñar y aprender (competencias deseables para el siglo XXI), más allá del modelo asignaturizado dominante. Igualmente, la falta de equidad del sistema y la segregación escolar: la enseñanza online o semipresencialidad ahora ha evidenciado la desigualdad sociocultural de las familias, por lo que no se puede actuar solo a nivel escolar. En fin, además de alabar el compromiso e implicación del profesorado en su conjunto, algunos déficits se han detectado, en particular que “solos no pueden”. Entre otros, por último, la gobernanza actual del sistema educativo se tambalea. No se trata de cuántos miembros de cada sector deban elegir la dirección escolar o de dar mayor capacidad al Consejo Escolar, como plantea la LOMLOE corrigiendo la LOMCE (art. 135), sino de otro modo de gobernar la vida de las escuelas, en el que deba situarse y tenga sentido un liderazgo pedagógico compartido, comprometido con el éxito educativo de todos los alumnos. En fin, se requiere transformar las reglas o gramática sobre cómo están organizadas las escuelas, que el confinamiento y la pandemia han obligado a cuestionar.

De este modo, si el objetivo debiera ser garantizar una educación inclusiva, equitativa y de calidad, como plantea el Objetivo 4 de Desarrollo Sostenible, éste no es posible conseguirlo si no se replantean palancas políticas existentes, en una nueva gobernanza, para esta mejora. Por eso, tal como hemos planteado en el Documento de REDE no basta una nueva ley o política a nivel central, si no se entra en alterar un modelo de organización escolar agotado, por lo que se precisa “replantear los fundamentos mismos de la organización escolar de abajo a arriba, desde el núcleo mismo a la periferia. Es importante entender que la problemática de la organización escolar no puede limitarse ni se limita de hecho a los parámetros habituales: tipo de dirección, relaciones de ésta con el claustro, participación de los padres, horarios de profesores, alumnos y centros”, señala el referido Documento.

Reelaborado a la colaboración publicada en el periódico profesional “Escuela”, 22/10/2020

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Catedrático de Didáctica y Organización Escolar

Universidad de Granada

 

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