Con la llegada del otoño en Granada, el caos empieza a instalarse poco a poco deshojando cualquier proyecto a corto plazo, sopla de nuevo el viento del contagio que desnuda el árbol del protector manto verde y descubre las ramas desoladas de nuestros propios temores y el caos ha venido a quedarse, en una sociedad revuelta, a unos les mata el miedo y se enclaustran entre muros otros no reposan un instante como si fuera el fin de mundo, en esta extraña selva de la anarquía van dejando secuelas nos entramos con: jóvenes navegando en un mar abierto, sumergen sus cuerpos en alcohol en una colectiva marea festiva, en una rebeldía inconsciente que les lleva al desprecio de las reglas de salud a inventarse otras a jugarse la vida y la de otros.
En un baile de carnaval, pero sin mascarilla. Basta un simple manotazo para sembrar el descontrol en un sistema político de cabezas múltiples y cientos de patas, gobierno central, autonomías y local, que no suman esfuerzos, sino que cada uno muestra sus dientes feroces, nueve meses interminables, sin fin, sin sentido, continuamos en cabeza de Europa de infectados y muertes. Arriba el otoño y el Tam Tam continua cada vez más fuerte, suena cada vez más cerca y nos encuentra con las calles repletas, bares completos, trafico infernal en una Granada acelerada con excesiva confianza, ¿quién responde de las consecuencias? Eso sí, la cuerda se ha roto por el lado más débil, las Aulas Universitarias de Mayores sin financiación económica por la Junta de Andalucía, no hay sitio para los abuelos y jubilados en los espacios universitarios, políticos andaluces de la Junta en su amor paternalista, se atreven a meternos en el pozo de lo inservible, catalogarnos de frágiles, minusválidos físicos. Eso sí, en su amor arbitrario los mismos políticos envían a los jóvenes estudiantes de Granada tanto a los insurrectos como a los sumisos a su casa, las clases cerradas porque son lugares erguidos por el conocimiento, donde no hay sitio para la mediocridad y sus espacios constituyen una constelación de medidas sanitarias y de seguridad anticovid.
Como un dolor que avanza y se abre paso, el caos ha llegado para quedarse y mis palabras escritas se cubren con una capa de cristales rotos. El flujo de noticias nos presenta un paisaje otoñal desnudo que nos aventura a un frío y crudo invierno y los ciudadanos confundidos recluidos en su propia isla. No bastan, las buenas palabras sino un lenguaje de gestión inteligente y eficaz, desterrar el lenguaje de cuchillos, de ácidos entre partidos políticos. Un lenguaje común que corte el resuello al galopante virus y aleje el caos que orbita en nuestro entorno. Un lenguaje de metódicas medidas y un ejército de sables que las vigilen para que respiremos tranquilos en la calle, los colegios, las tabernas, la universidad, las fábricas, los templos, las familias, las amistades.
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Rafael Reche Silva, alumno del APFA
y miembro de la Asociación
de estudiantes mayores, ALUMA