Un 30 de octubre, tal día como hoy pero de hace 110 años, nacía Miguel Hernández Gilabert. Su infancia y adolescencia transcurrirán en su Orihuela natal; compaginando los estudios y la ayuda en el pastoreo del ganado familiar. Hasta que, a la edad de 15 años, por imposición paterna se vio obligado a dejar los primeros, para dedicarse por entero al oficio de pastor de cabras. Sin embargo, gracias a la colaboración de algunos amigos (como el canónigo Luis Almarcha y José Marín Gutiérrez –Ramón Sije–), él siguió leyendo, estudiando y cultivando su vocación poética. Fruto de la cual comenzará a publicar sus primeras colaboraciones en la prensa local –y regional–.
Esta primera etapa estará marcada por su creciente inquietud literaria. Así, la necesidad de dar a conocer su incipiente obra le llevará a probar fortuna en Madrid. Si bien, solo permanecerá allí cinco meses. Ya que, inicialmente, no conseguirá dar cauce a sus expectativas y, acuciado por la falta de medios económicos –por los que, incluso, se dice que llegó a pasar hambre–, se verá obligado a regresar al pueblo. Pocos meses después, en un segundo viaje a la capital de España, ahora sí, logrará encontrar trabajo y contactos que le resultarán decisivos en su futura transformación personal y poética. Conoce, entre otros, a Rafael Alberti, Pablo Neruda, María Zambrano y Vicente Aleixandre. Por fin, empezará a ver reconocida su valía y los infortunios, que desde siempre le habrían venido acompañado, parecerán quedar atrás. No olvidaremos mencionar en este punto el desgarro y la honda emoción que supo transmitir en su “Elegía”. Escrita en los primeros meses de 1936 y dedicada al inesperado y repentino fallecimiento de su amigo Ramón Sijé, a la edad de 22 años.
Todo se verá interrumpido con la sublevación militar de 1936, por el golpe de Estado que dará inicio a la Guerra Civil. Después, cuando su quinta sea movilizada, y fruto de su nuevo compromiso social y político, se incorporará al Quinto Regimiento –la unidad militar auspiciada por el PCE–, donde seguirá escribiendo y desarrollando una intensa actividad propagandista y de difusión cultural en el frente. Pero, a los tres años de guerra y sus crecientes adversidades, muy pronto le seguirán otros tantos de represión, desdichas y cárcel; que, finalmente, acabarán por llevarle a la muerte.
Se cuenta que cuando falleció el único hijo superviviente del poeta oriolano, Manuel Miguel Hernández Manresa, en uno de sus bolsillos encontraron uno de los poemas que su padre le había escrito. Se trataba de las “Nanas de la cebolla”. En dicho papel, que seguramente le habría acompañado durante gran parte de su vida, aún se encontraban señales evidentes de las lágrimas derramadas sobre el mismo. No era para menos ante las trágicas circunstancias en las que se desarrolló la vida de su progenitor y, por extensión, de toda su familia.
Esa poesía, las “Nanas de la cebolla”, fue el primer poema que leí de Miguel Hernández. Nos encontrábamos en los años finales de la década de los setenta, en un contexto de ilusión y conquista de libertades; como también fue la Transición a la democracia en España. Un joven profesor de Lengua y Literatura nos repartió unas cuartillas mecanografiadas con su texto. Nos pidió que nos lo leyéramos detenidamente. Después, según nos dijo, lo comentaríamos en clase. La lectura de la poesía me dejó impresionado y mucho más el dolor que expresaba su autor ante las dramáticas circunstancias que le acontecían. Unos versos estremecedores. Cuando los escuché con la música y la voz de Joan Manuel Serrat me parecieron sublimes. Tristes, pero sublimes. Incluso hoy día, cuando los vuelvo a escuchar, no puedo menos que sobrecogerme y rebelarme ante intolerancia y la falta de piedad de algunos seres humanos para con sus semejantes; de los vencedores de la Guerra Civil para con los vencidos, en este caso.
Según nos explicó nuestro maestro posteriormente, estando preso Miguel Hernández en la cárcel de Torrijos, en Madrid, recibió una carta de su mujer, Josefina Manresa –con la que se había casado en 1937–, en la que le decía que solo tenía para comer pan y cebolla; a pesar de que estaba amamantando a un niño de muy pocos meses. Terriblemente afectado por la noticia, pues ya habían perdido a su primer hijo, la respuesta de Miguel Hernández fue uno de los poemas “más hermosos y terribles” que se han escrito. Una trágica canción de cuna que no podía concluir de otro modo que como él lo hace. Diciéndole a su hijo: “No te derrumbes./No sepas lo que pasa/ ni lo que ocurre”.
Como podemos ver, los acontecimientos decisivos de la historia de España marcarán sus creaciones literarias. De este modo, tal como podemos ver, los poemas contenidos en su primer libro (Perito en lunas) y sus primeras colaboraciones periodísticas se desarrollarán en la órbita del catolicismo tradicional de su pueblo natal. Sin embargo, el inicio de la guerra le empujará a su definitiva toma de compromiso. Una militancia comunista que le llevará al frente y a las trincheras en defensa de la dignidad, de la justicia y la libertad de un pueblo atacado por el fascismo. Lo hará con una única arma, el arma de la palabra. Tal y como se puede apreciar en el segundo de sus libros: Viento del pueblo. Un libro en el que todavía podemos encontrar la poesía entusiasta y combativa de un pueblo en salvaguarda del progreso y la cultura que suponía la II República.
En cambio, muy poco tiempo después, en su tercer libro, El hombre acecha, escrito también durante el periodo bélico, ya se dejará ver la desesperanza que anunciaba el amargo final de la contienda. De hecho, a la entrada de las tropas franquistas en Valencia, el propio libro –que ya estaba en la imprenta– será retirado y destruidas todas sus galeradas.
Tras la derrota, en abril de 1939, resultará detenido por la policía portuguesa cuando intentaba entrar en el país vecino. Será entregado a las nuevas autoridades franquistas que, tras varias y exhaustivas declaraciones, lo acusarán de “adhesión a la rebelión”. Finalmente, el 18 de enero de 1940, el poeta será condenado a muerte en una de las farsas de juicio que proliferaban en esos tiempos. Una pena capital que, le será conmutada posteriormente por la de 30 años de prisión. Se iniciaba de ese modo un interminable periplo carcelario que le llevarán por varias cárceles y –ya enfermo de tuberculosis– morirá (preso) en el Reformatorio de Adultos de Alicante, el 28 de marzo de 1942. Solo tenía 31 años. A pesar de ello y de su prematura muerte, Miguel Hernández quedará consagrado como uno de los grandes autores españoles del siglo XX.
Un tenebroso mundo carcelario, con sus innumerables privaciones y castigos, que le conducirán a una larga agonía y muerte. Circunstancias que le llevarán a convertirse, junto a Federico García Lorca y Antonio Machado, en símbolo de la causa republicana. Y, como ellos, a caer en el ostracismo más absoluto durante toda la larga dictadura franquista. Hasta que un profesor de la Universidad de Laboral de Tarragona, entre otros muchos, supo y quiso rescatar del olvido los versos del poeta de Orihuela para ponerlos a disposición de todos nosotros; sus alumnos. De lo cual siempre le quedaré enormemente agradecido.
Así, para concluir con la trayectoria vital de nuestro autor, haremos mención a que, a pesar de las sombras de odio, penurias y represión sufridas –y una vez ya perdida toda esperanza–, Miguel Hernández terminará escribiendo humildes y emotivas palabras de despedida en la pared de la enfermería de la cárcel: “Adiós hermanos, camaradas, amigos/ despedidme del sol y de los trigos”. Sirvan estas líneas de recuerdo y homenaje a su figura; durante tanto tiempo postergada en España. Y más aún ante el auge de ciertas informaciones y corrientes de pensamiento involucionistas, como la protagonizada por el Ayuntamiento de Madrid en el cementerio de la Almudena, que siguen tratando de silenciar sus poemas y el dolor de los represaliados.
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Maestro del CEIP Reina Fabiola (Motril).
Autor de los libros ‘Cogollos y la Obra Pía del marqués de Villena.
Desde la Conquista castellana hasta el final del Antiguo Régimen‘
y ‘Entre la Sierra y el Llano. Cogollos a lo largo del siglo XX‘