Una de las características que mejor definen a los humanos frente al resto de animales es nuestra capacidad de cuestionarnos lo que nos rodea, lo que nos acontece, el por qué o el para qué de las cosas. Una de las preguntas más trascendentales que nos hacemos en algunos momentos claves de la vida, es qué sentido tiene todo esto y por qué o para qué estamos aquí. En no pocas ocasiones nuestra vida discurre en la búsqueda de respuestas y ese camino normalmente nos depara momentos de felicidad, de tristeza, de zozobra, de alegría.
Es esta inquietud la que nos mantiene vivos, la que nos permite conocer cada vez mejor el mundo que nos rodea admirándonos de lo bueno que nos circunda y motivándonos a mejorar aquello que no nos gusta tanto, a tener ilusiones, proyectos, anhelos de un mundo mejor.
En la vida de las personas hay momentos en que la pregunta: ¿cuál es el sentido de mi vida? empieza a no tener respuesta. Quizá ya hemos tenido una familia, hemos trabajado duro para sacarla adelante para conseguir que nuestros hijos tengan un futuro; quizá nos hemos volcado en nuestra pareja, nos hemos desvivido por sus ilusiones, sus preocupaciones han sido las nuestras hasta el punto de olvidarnos de nosotros mismos, y un día nos encontramos cara a cara escuchando: “hemos cambiado, ya no somos lo que éramos, nos estamos haciendo daño, es mejor que cada uno siga su camino”. Es posible que hayamos dedicado casi una vida a cuidar de unos padres que ya se han ido dejando en nosotros, una ausencia que ocupa mucho más que su presencia; quién sabe si nos hemos volcado en nuestro trabajo haciendo de nuestra carrera profesional nuestro objetivo vital y cuando ya dejamos de producir o no somos tan rentables como los jóvenes talentos, descubrimos perplejos cómo se nos aparta del camino con eufemismos, palmaditas en el hombro y un “sincero agradecimiento a los servicios prestados”. En estas ocasiones nuestro instinto de supervivencia que sabe que necesitamos un nuevo objetivo vital, un nuevo destino al que dedicar nuestros esfuerzos, hace que nos volvamos a plantear la pregunta: ¿y ahora cuál es el sentido de mi vida?
En esos momentos las personas, echamos mano de nuestros recursos o bien con la ayuda de nuestros amigos o también, por qué no, con la guía de algún profesional, acabamos encontrando una nueva meta, a la que apuntaremos nuestros pasos con determinación en esta etapa.
Pero qué ocurre cuando esta circunstancia nos ha dejado ya maltrechos, cuando el esfuerzo por llegar ha sido tan grande que nos ha dejado exhaustos, cuando creemos que ya no queda dentro de nosotros más que dar.
Hay momentos en que no encontramos respuesta, ha sido mucho el esfuerzo, creemos que ya nos hemos dado por completo a una causa perdida, nos sentimos como el corredor de maratón que ya está viendo la meta pero al que el agotamiento, la sed, los calambres en las piernas le impiden dar un paso más. Hay una situación peor aún y es que ya ni tan siquiera nos planteemos la gran pregunta sea tal nuestro desfondamiento que el llegar siquiera a plantearnos cuestiones se nos antoja un esfuerzo titánico y tiramos la toalla de la ilusión. Esta circunstancia es grave y debemos aplicar medidas contundentes.
Cuando nada tiene sentido, no hay que buscarlo como desquiciados en cualquier sitio, podemos aprender a madurar en la quietud de la incertidumbre, pudiera ser que ahí nos encontramos, que hayamos estado desde siempre
Quienes poseen un sentido sobrenatural encuentran en una vida futura el sentido vital, y quienes no lo tienen, también lo pueden encontrar en esta. ¿Cómo? ¿Qué podemos hacer cuando no sabemos que hacer? ¿Cuándo creemos que no nos queda nada, que no somos nada?
Ese momento, ya sea porque llegamos a la senectud o porque estamos perdidos, nos puede llegar, y debemos ser conscientes que forma parte de la propia vida. Algo que podríamos hacer es aprender a esperar, sí, qué incongruencia, ¿verdad? Cuando nada tiene sentido, no hay que buscarlo como desquiciados en cualquier sitio, podemos aprender a madurar en la quietud de la incertidumbre, pudiera ser que ahí nos encontramos, que hayamos estado desde siempre. Pero reconozco, que llegar a ese estado de aceptación en plenitud es casi imposible, para nosotros mortales incautos.
Lo que sí podemos hacer, es comprometernos a respetarnos en esos momentos tan angustiosos, tan desgarradores, cuidarnos ante y sobre todas las cosas, y responsabilizarnos de que está en nuestra mano, nuestro bienestar. Ser tan humilde para saber que no sabemos nada, que estamos a expensas de lo que la vida nos pueda brindar. Aceptar la derrota, y empezar el vuelo de a poco. Nunca vas estar solo, siempre alguien te va a necesitar, hazte cargo que eres una arquitectura perfecta, y que como toda, puede derrumbarse y construirse más fuerte y bella que la anterior.
Y para cuando no puedas y necesites ayuda externa, estamos los profesionales, para los que nuestro sentido es el tuyo, tu felicidad.
“He encontrado el significado de mi vida ayudando a los demás a encontrar en sus vidas un significado”. Viktor Frankl
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Psicóloga especializada en Mindfulness y
Terapia de Aceptación y Compromiso
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