Existe un lugar en la provincia de Granada que, en los últimos años, ha despertado un gran interés y simpatía entre los amantes de los paisajes naturales. Esa auténtica joya medioambiental, hasta hace poco desconocida –más allá del entorno comarcal–, se encuentra en Lugros.
Un pequeño pueblo, de algo más de trescientos habitantes, situado en la cabecera del río Alhama y dentro de la amplia comarca de la Accitania. Enclavado, además, en plena ladera norte de Sierra Nevada. Lindando al este con los pueblos del Zenete (Cogollos y Jérez) y, como ellos, sobrepasando los 1.000 metros de altitud. Pues bien, dicho término municipal alberga un magnífico bosque mixto de castaños, arces, fresnos, robles, cerezos silvestres, serbales y majuelos. Un extenso “jardín botánico”, de unas 900 hectáreas, al que es altamente recomendable su visita durante todo el año pero que, especialmente, en los meses de otoño luce espectacular.
Para empezar, diremos que al topónimo Lugros se le atribuye un origen etimológico con claras alusiones al mítico animal que debió poblar estos agrestes parajes: el lobo (Canis lupus). Una indómita especie que, por sus ataques a los ganados domésticos, dentro de la ancestral cultura popular hispana, siempre será temida y perseguida. Un incómodo vecino que, como es sabido, dará pábulo a la creación de numerosas leyendas, cuentos y fábulas que, ensalzando solo su carácter depredador y de alimaña, llegarán hasta nuestros días. Pero que, a buen seguro, en el enclave natural que nos ocupa, al menos desde las primeras décadas del pasado siglo XX, se extrañará definitivamente su presencia y el aullido del portentoso animal –hoy en peligro de extinción–. Un idílico espacio que, posteriormente, será ocupado por manadas de reses bravas. Toros y vacas que, alejados de la incómoda presencia humana, convivirán en libertad con el resto de pobladores, entre ellos: la cabra montés, el zorro y el jabalí y, en las alturas, el búho y el águila real.
En esta sección de opinión, que siempre pretende poner un pie en la historia para ayudar a comprender mejor el presente, hoy le vamos a dedicar estas líneas a los bosques de Lugros. Pero, en lugar de centrarnos en sus indudables valores estéticos y paisajísticos –que, sin duda, podrán seguirse en otras publicaciones al uso–, lo vamos a hacer desde la singularidad de su propiedad. Es decir, trataremos de aproximarnos a su origen y a las vicisitudes que marcaron el paso del tiempo, que, en cierta manera, han permitido su pervivencia actual.
De inicio nos situaremos en los años que siguieron a la conquista castellana del reino nazarí. Así, en 1494 los Reyes Católicos concederán su posesión al monasterio de San Jerónimo –como compensación por su establecimiento en la ciudad de Granada–, si bien, antes de dicha concesión Íñigo López de Mendoza, el II conde de Tendilla –que era alcaide de la Alhambra y capitán general del Reino de Granada– ya habría tomado dichos terrenos para el pasto de sus ganados. Tras el deslinde de los prados surgirán enconados pleitos entre ambos litigantes que, tras una etapa intermedia compartida de los mismos –en la que al aristócrata se obligará al pago de una renta de 15.000 maravedís–, finalmente, en 1521 se dictaminará la posesión por parte de los monjes jerónimos granadinos.
Seguramente, algunos años más tarde, revertirá a poder de la Corona, pues, en el mes de diciembre de 1614, el rey Felipe III hizo escritura de venta de “media legua de terreno” a favor de Bernardino Olarte de Fuentes. Seguirán una serie de ventas sucesivas hasta que, en el año 1660, pasen a poder de Diego de Miota (padre del I marqués de Lugros: Pedro Miota Romero).
En el año 1795 tenemos noticias de que, con motivo de la recogida de la bellota, se sostendrá un pleito entre el marqués de Lugros y la ciudad de Guadix. Pues, esta última vendrá a reclamar su parte correspondiente –ya que Lugros aún seguía estando bajo jurisdicción de la histórica ciudad–. Muy poco después, el botánico Simón de Rojas Clemente nos da cuenta de que el propio rey Carlos IV, en 1804, lo habría tomado para la “cría de sus propios caballos”. Llegado el siglo XX, seguramente tras los procesos desamortizadores del siglo anterior, la dehesa volverá a aparecer en manos de terratenientes privados y, como tal, dedicada plenamente a la ganadería y coto de caza; aficiones, como se sabe, de amplia ascendencia nobiliaria.
Unos propietarios privados de los montes que, durante el periodo de la II República, ya notarán las demandas de los vecinos del lugar; que les reclamaban antiguos aprovechamientos en los mismos. Por ello, iniciarán una campaña en la prensa provincial para intentar desacreditarlos. Intento que, a su vez, llevará al presidente de la Agrupación Socialista de Lugros, José Tejada, a exponer públicamente los antecedentes de la posesión de que gozaban tales propietarios. Así, hará constar que durante la dictadura de Primo de Rivera, concretamente en 1924, “les fue arrebatado por parte de las autoridades, que a la par eran los dueños del monte”, el derecho que tenían los vecinos de “sacar leña inútil y el aprovechamiento de pastos con su ganado”. Derechos comunales que, según él, les correspondía desde “tiempo inmemorial” y que, por tanto, eran reivindicados por los vecinos.
Continuará detallando cómo, en la citada fecha, adquirieron la dehesa que vendría administrando Francisco Pelayo –y que en esos momentos ya estaba destinada a ganadería de reses de lidia–. Una compra, en principio y según argumenta, dirigida al conjunto del municipio o ayuntamiento, que terminó, nuevamente, en manos de particulares. Para ello, firmará cuatro extensas crónicas, publicadas en El Defensor de Granada, entre los meses de diciembre de 1932 y enero de 1933, bajo el título de: “Los Montes de Lugros”. En las mismas, y basado en la consulta de los documentos del Archivo Municipal de Lugros, defenderá los antiquísimos derechos vecinales que asistían y amparaban al vecindario. Consulta y lectura que nos ha permitido desglosar esta breve reseña. Como es lógico, la guerra y la dictadura que le sucederá impedirán que se cumplan tales expectativas.
Como vemos, la propiedad se mantuvo históricamente dentro de una continuada titularidad privada que, más allá de las incursiones furtivas –ante el acoso del hambre y la necesidad que acuciará a los vecinos, incluso de los pueblos de la comarca–, al impedir el libre acceso evitará la esquilmación de sus recursos forestales. Restricción del espacio que, a su vez y por añadidura, le salvará de la masiva repoblación forestal de pinar que luego afectó a gran parte de la zona del Marquesado del Zenete, en los años sesenta del pasado siglo XX.
Con la declaración del Parque Natural de Sierra Nevada una parte fue adquirida por el Ministerio de Medio Ambiente, en el año 2002. El posterior traspaso de competencias a la Junta de Andalucía y la puesta bajo titularidad pública del resto de la finca pudo lograr, por fin, el sueño y la añoranza de los vecinos en tiempos de la II República; ponerlo a disposición y esparcimiento de todos los ciudadanos. A pesar de que estas fechas la crisis sanitaria que nos azota nos obligue a posponer la visita para otros momentos.
Resaltar, por último, que su importante riqueza forestal y su gran valor ecológico han llevado a la puesta en valor de numerosas rutas de senderismo. Unas rutas que no dejarán al visitante indiferente ante la contemplación y disfrute del ahora llamado bosque encantado. Ante sus ojos hallarán un incomparable y único contraste de colores: ocres, verdes, rojos y amarillos, enmarcados bajo el prodigioso fondo de las altas cumbres nevadas. Todo un lujo para los sentidos. Toda una apuesta de turismo activo y respetuoso con el medio ambiente que ojalá sirva de complemento para la economía local y que frene la perenne sangría que la emigración ha dejado siempre en estas tierras. Aunque tengamos que esperar un poco. Valdrá la pena.
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Maestro del CEIP Reina Fabiola (Motril).
Autor de los libros ‘Cogollos y la Obra Pía del marqués de Villena.
Desde la Conquista castellana hasta el final del Antiguo Régimen‘
y ‘Entre la Sierra y el Llano. Cogollos a lo largo del siglo XX‘