Fueron las palabras que dijo Carlos Cano tras la exitosa operación en Nueva York que le permitió vivir un lustro más. Sin embargo, el 19 de diciembre del 2000, la misma enfermedad, de origen genético, lo postró definitivamente en Granada, en la que había nacido 55 años antes. Y fuimos muchos los que nos quedamos huérfanos de su inconfundible voz, la más varonil y poderosa de las que ha tenido la copla.
Ahora, en el XX aniversario de su prematuro fallecimiento, todavía recuerdo sus primeras canciones, en la década de los setenta, de ese estilo llamado canción protesta, porque su finalidad última era la de exigir todo aquello que la dictadura no nos había permitido: Libertad, prosperidad, andalucismo,… A ellas, junto a las de otros cantautores de la época, dediqué un artículo en Ideal en clase el pasado 2 de mayo, titulado “Canciones de La Transición (y II)”. En concreto, de Carlos Cano, comentaba Verde, blanca y Verde, de su primer álbum, “A duras penas”, y La murga de los currelantes, de 1977 e incluida en el segundo, “A la luz de los cantares”. Pero aquel era un escrito más histórico que musical o biográfico, mientras que este es, en esencia, un pequeño homenaje personal a este granadino, poeta y cantor, que supo ensanchar los confines de su ciudad amada hasta llevarlos a Cádiz, La Habana y Nueva York.
Pasada esa etapa de reivindicación social y política, Carlos se agiganta como artista durante los ochenta, haciendo de la copla su nueva bandera. El propósito era recuperarla en todo su esplendor cultural, de canción popular andaluza, después de su encasillamiento como creación menor y meramente castiza a lo largo de la dictadura franquista. Para Carlos la copla era anterior y, en consecuencia, alejada de la ideología españolista de ese régimen totalitario al que él mismo se había opuesto. Además, sus raíces estaban en lo más hondo y auténtico de Andalucía, aunque la dictadura la había manipulado para adaptarla a sus “patrióticos” objetivos. Por eso, recupera algunas de las de toda la vida, como Ojos verdes, que se remonta a 1931 y que habían cantado antes que él Manuel Bandera, Concha Piquer o Estrellita Castro. Carlos la introduce en su penúltimo disco: “La copla; memoria sentimental”, de 1999.
Asimismo, compone sus propias canciones, llenas de referencias a lo andaluz: sus paisajes, sus costumbres, su literatura,… De esta forma nace, en 1987, “Quédate con la copla”, que contiene dos de las más inolvidables de todo su repertorio: María la Portuguesa y Alacena de las monjas. La primera es una preciosa canción de un amor roto por la muerte violenta del amado en una tierra de frontera y contrabando. Y, por tanto, es la Andalucía más occidental y costera, que linda con Portugal, la que constituye el paisaje de este apasionado fado que el propio Carlos compuso para ese álbum.
En Alacena…, en cambio, nos cuenta la traviesa historia del milagroso dulce de calabaza en el convento de las esclavas de Santa Rita. Una receta hecha poema y un poema convertido en la más exquisita canción, con constantes alusiones a lo más tradicional granadino: sus viejas leyendas, la abundante repostería conventual, la Navidad, la fuente del Avellano o Plaza Nueva. Incluso, en lo instrumental, pueden percibirse notas de algo muy habitual en esta ciudad como eran las tunas universitarias. Todo un compendio de lo que siempre se ha dado en Granada y que Carlos conocía tan bien desde su infancia en El Realejo.
Ahora solo falta recordarlo en el teatro al aire libre del Generalife, en alguno de los conciertos que allí dio y a los que tuve la suerte de poder asistir. Porque en ellos todo era música, sin pérdidas de tiempo, sin recursos escénicos, solo Carlos Cano, sobrio, elegante, cantando canción tras canción con su especial voz y hechizando al público en aquel paraje nocturno de ensueño y magia.
Ver artículos anteriores de
Profesor de Historia en el IES Padre Manjón
y autor del libro ‘Un maestro en la República’ (Ed. Almizate)
Comentarios
2 respuestas a «Daniel Morales Escobar: «He vuelto a nacer en Nueva York, provincia de Granada»»
Homenaje a un GRANDE de nuestra ciudad, de la mano de Daniel Morales.
Me quedo con las últimas palabras :
«(…) hechizando al público en aquel paraje nocturno de ensueño y magia».
¡Enhorabuena!
Muchas gracias, Rafa, por tu agradable comentario.