Tengo la sensación –y viene de mucho más atrás– que la necesidad de “hacerse notar”, sea cual sea la razón, comienza a ser un hecho repetitivo y que roza los límites de lo insospechado… Leo, por ejemplo, que “un instagramer (¿?) barcelonés asegura que es un pez: se coloca aletas en la cabeza para que la atmósfera resuene en su cabeza”.
Al respecto, os aseguro que no estoy poniendo en duda las ocurrencias de ningún genio o creador. Muy al contrario. El asunto es que este tipo de “noticias” me hacen pensar en otra pandemia que va ha azotar a la humanidad –o que ya nos mortifica desde hace muchos años–: la idiocia; es decir, el “Trastorno caracterizado por una deficiencia muy profunda de las facultades mentales, congénita o adquirida en las primeras edades de la vida” (RAE). Aunque, y es más, según otros autores, este desorden psíquico hace que al sujeto afectado “le resulta imposible aprender el lenguaje y establecer pautas de autocuidado” (cun.es).
Así, quizá por vez primera, me atreva a añadir algo a las antedichas sabias definiciones: a estas personas también les resulta imposible cuidar a los demás… Y no penséis que me refiero a los enfermos, sino que mi reflexión va dirigida a los que, sanos de cuerpo y mente, han elegido el camino de la falacia, del fraude, del dolo o de la falsedad, ocultando sus verdaderas intenciones en las debilidades de los demás o, lo que es peor aún, del sistema democrático que nos hemos otorgado.
Espero, y deseo, que hayamos aprendido la lección que nos ha dado el pasado año, con sus sombras –demasiadas– y sus luces –que también las tuvo–: la necesidad de anteponer y ejercer en nuestro diario vivir dos vocablos… Esperanza y Fidelidad, pues no sólo conllevan intenciones, sino que los hechos, derivados de las actitudes a ellas vinculadas, influyen decisivamente en todos los entornos posibles.
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de
Ramón Burgos
Periodista