Me habían ofrecido una sustitución en una escuela situada en plena sierra de La Contraviesa, perteneciente al municipio de Torvizcón. Era mi primer destino profesional: la Escuela Unitaria de Cerrillo Puertas. Nada más bajarme del autobús que me condujo hasta el pueblo matriz me dirigí, buscando guía y orientación, al pequeño bar situado junto a la parada. Pero, antes de poder acceder al establecimiento tuve que aguardar un instante; un simpático cerdito con un lazo rojo atado al cuello apartaba lentamente con su trompa la cortina de ganchos de la puerta para salir al exterior. Y, una vez fuera, se marchó tranquilamente calle arriba.
Ya dentro de la taberna me explicaron que se trataba del “marranillo de San Antón”. Un dócil animal (últimamente suelen ser dos) que durante varios meses campaba libremente por las calles del pueblo; mientras era alimentado y cuidado por los propios vecinos. Y que, al final de su periplo, sería sorteado en las fiestas para sufragar el coste de las mismas. Curiosas circunstancias que pasé a ver y vivenciar durante mi estancia en el pueblo. Mientras tanto, esperé con impaciencia la llegada de sus fiestas mayores.
El pueblo de Torvizcón se encuentra enclavado en una suave ladera que desciende desde La Contraviesa. En cuyo último tramo las casas se irán agrupando escalonadamente en torno a los tres principales barrancos que la atraviesan, hasta desembocar en la importante rambla que le circunda por el oeste –que, a su vez lo hará en el cercano río Guadalfeo–. Resultado del cual, en su particular configuración urbanística, quedarán delimitados sus cuatro principales barrios: Cenete, Cruces, Tomillar y Barranquillo.
Al fin, tras la llegada del año nuevo y una vez concluidas las vacaciones de Navidad, durante varios días los vecinos se ocuparán en cortar y transportar hasta sus calles grandes cantidades de leña, sobre todo de ramas de gayomba o genista. El conocido y resistente arbusto que ya el maestro Joan Manuel Serrat citara en su himno hecho canción que es Mediterráneo. Cuando, de modo poético, expresa su deseo de que, con el final de sus días, lo entierren: “En la ladera de un monte,/ más alto que el horizonte,/ quiero tener buena vista./ Mi cuerpo será camino./ Le daré verde a los pinos/ y amarillo a la genista…” Nada que envidiar del entorno que describe al que nos ocupa.
Así, una vez mediado el mes de enero y aunque realmente la onomástica de San Antonio Abad es el día 17 de enero, su fiesta se hará coincidir con todo un fin de semana. La primera jornada, la que transformará por completo el pueblo, será el viernes más próximo a la indicada fecha. Ese día, durante toda la tarde, la población comenzará a recibir una gran afluencia de visitantes que se avendrán a disfrutar de sus afamadas luminarias en honor a su patrón; el santo protector de los animales. A las diez de la noche, con total sincronía, se llevará a cabo el encendido general de los “chicos”. Unos fuegos que, en un primer momento y siguiendo la recomendación que se hace a todo visitante, es conveniente cruzar el puente que atraviesa la rambla adyacente para situarse en la orilla contraria y desde allí poder gozar de la espectacular visión de todas hogueras ardiendo a la vez y resaltando su luminosidad y colorido sobre los distintos barrios de Torvizcón. Toda una esplendorosa estampa del pueblo digna de ser capturada o mantenida en la retina para siempre.
Es tradición recorrerlas para saludar y divertirse en compañía de conocidos y amigos mientras, lenta y pausadamente, el chisporroteo de las ramas y las gigantescas llamas irán dando paso a las enrojecidas ascuas. Rescoldos sobre los que bien pronto se asarán las ricas y tradicionales viandas del cerdo: chorizo, tocino, careta, longaniza, panceta… Al abrigo del fuego y de la hospitalidad no faltarán las patatas asadas y, sobre todo, el buen vino de La Contraviesa. Ricos manjares que, fruto de la generosidad sin límites de los vecinos, saciarán el apetito de todos los concurrentes y que ayudarán a combatir el frío de la velada invernal. Incluso, bien avanzada la noche, en algunos “chicos” se podrá degustar unos apetitosos churros o buñuelos con chocolate. Todo un lujo para los sentidos en una noche única e inigualable donde nadie es extraño y donde todos son acogidos como uno más, en cada una de las más de treinta hogueras. Entre las que destacará la más grande y principal, la situada en la plaza del Ayuntamiento.
Una noche, alegre y bulliciosa, que volverá a concentrar a los más atrevidos en la verbena multitudinaria instalada en la carpa y que no tendrá fin hasta las horas más próximas al alba. Aunque, eso sí, antes de que amanezca, las calles ya se encontrarán despejadas y limpias de brasas y cenizas. De este modo, los mayordomos (esos abnegados vecinos que, quitándose horas de sueño y de descanso, emprenderán todo tipo de propuestas a lo largo del año para conseguir los fondos necesarios que les permitan sufragar los cuantiosos gastos: rifas, colaboraciones vecinales, fiestas, etc.) podrán continuar con brillantez todos los actos previstos en la devoción local a San Antonio Abad. Devoción que, se celebra desde tiempo inmemorial, –puede que desde los tiempos de la repoblación castellana que siguió a la expulsión de los moriscos–. En síntesis, todo un fin de semana cuajado de misas, procesiones, fuegos artificiales, conciertos, dianas, cucañas, verbenas, etc., que harán las delicias de cuantos tengan la suerte de estar allí presentes.
Muchos años después aún sigo vinculado a Torvizcón –se ha convertido en mi pueblo adoptivo– y, por ello, este 15 de enero de 2021, me reclama una especial atención. Una fecha ésta en la que se debería estar celebrando la icónica y popular fiesta, pero que, ante la pandemia que aún nos sigue golpeando duramente, el Ayuntamiento de Torvizcón, se ha visto obligado a suspender. Por ello, se hace preciso recordar, no sin cierta nostalgia, las escenas cotidianas de una noche de alegría como ésta, pero, también, de una fiesta colectiva que, con el paso de los años, siempre nos llegará cargada de añoranza por las ausencias y memoria de nuestros mayores; hacia todos los que, a base de constancia, afecto y buen hacer, nos acompañaron en vida, pero que ya no están entre nosotros.
Unas fiestas a San Antón que, es óbice indicar, aún se siguen conmemorándose en numerosos pueblos de la provincia de Granada, pero que en este entrañable pueblo han sabido y querido convertir en todo un emblema de su localidad y, más aún desde hace algunos años, en los que se acompaña con la celebración de una importante gala. La gala de los Premios Viña de Oro (este año debería haberse realizado la VII edición), en las que a juicio de un jurado local se premia a un conjunto de instituciones o personas de reconocido prestigio, que ese día estarán presentes en la histórica villa alpujarreña. Un esfuerzo en el que sus habitantes, los mayoyos, han conseguido aunar todo un cúmulo de cultura, tradición y espíritu religioso. Una fiesta autóctona y peculiar que el próximo año todos celebraremos con más ganas, más fuerza y más unidad, si cabe. Están todos invitados.