Jesús Fernández Osorio: «Cuando fuimos emigrantes»

En un mundo globalizado como el actual, donde los capitales no tiene fronteras –más bien al contrario–, sería bueno adentrarse en el fenómeno de las migraciones. En el desplazamiento de las personas o grupos que se ven obligados a abandonar sus lugares de origen para buscar nuevas perspectivas de futuro. Un tema de actualidad, sin duda. Sobre todo para contrarrestar a aquellos que últimamente lo vienen poniendo en el centro de su diana de odio; en el intento de alimentar a su favor un descontento difuso, ignorante y malintencionado.

Como es sabido los fenómenos migratorios han sido una constante en la historia de la humanidad. Entre sus múltiples causas siempre podremos encontrar las guerras, las catástrofes naturales o los factores socioeconómicos. En estas líneas nos vamos a centrar en estas últimas, las ligadas a la salida del subdesarrollo. Unos flujos que, en un país tradicionalmente emigrante como España, durante los años finales del siglo XIX y principios del XX se dirigirán hacia el continente americano. A “hacer las Américas”. Bastante más adelante, a partir de la década de los años sesenta, se retomará con un progresivo traslado del campo a la ciudad. Es el caso del conocido éxodo rural que, ante la progresiva mecanización del campo, provocará la salida de una gran parte de la población de los pueblos de Andalucía hacia las principales regiones industriales, fundamentalmente hacia Cataluña. Una salida del hambre, del atraso y de la miseria en la que la provincia de Granada tendrá mucho que decir y no sólo en el capítulo de la emigración interior.

Emigrantes españoles ::EFE

En esta lastimosa encrucijada de tener que dejar atrás sus raíces y sus seres queridos, para tratar de salir de la pobreza, se encontraron más de tres millones de españoles en el tercer cuarto del siglo pasado. Unas décadas en las que la comarca accitana y el Marquesado del Zenete siempre destacarán con unas cifras espeluznantes. En mi pueblo natal, Cogollos, de hecho, se me hace extraño recordar alguna familia que, en esas fechas, no tuviera a alguno de sus miembros fuera de nuestras fronteras. En mi caso, mi padre y mi hermano pasarán a engrosar, durante varios años, la masa de los millones de compatriotas que tuvieron que tomar la determinación de emigrar.

En ese común deseo de mis paisanos por mejorar su nivel de vida, de conseguir el sustento con algún trabajo que no encontraban en el pueblo –estancado en el abandono más absoluto de la larga posguerra–, les llegará el momento de tomar la difícil decisión de marcharse a Suiza; el destino más asiduo y prioritario en esos años en mi localidad (sin descartar Alemania y Francia). Un destierro laboral que, obviamente, estará presidido por la tristeza y el desconsuelo. Sólo aliviado, en parte, por la esperanza de un pronto alivio a sus necesidades económicas y pensando en el grato retorno futuro. Después, con grandes y pesadas maletas de madera o cartón al hombro, se encaminarán hacia la estación de Guadix. Les seguirá un largo e incómodo viaje en tren que les ocuparía unas dos jornadas, en asientos de madera carentes de cualquier comodidad. Su llegada, en el mejor de los casos, les llevará a viejos barracones y a un duro trabajo en condiciones siempre adversas. Con el agravante, además, del desconocido idioma y de unas condiciones meteorológicas extremas que, como mano de obra no cualificada, eran las que les esperaban. Durante una larga temporada.

Un conjunto de fatigas y padecimientos protagonizadas por aquellos necesitados trabajadores de la emigración exterior que, eso sí, serán dulcificadas, en todo lo posible, por el régimen franquista con el NODO y los Coros y Danzas –y no siempre bajo el prisma de la pretendida regularidad que tantas veces se cita–. Un régimen que, pasado un primer momento, siempre se mostrará muy interesado por la continuidad del fenómeno migratorio; pues, le reportaba unas ansiadas remesas de divisas mensuales.

Fotograma de ‘Un franco, 14 pesetas’ (2006)

Añoranza, desarraigo y lejanía en unos tiempos de sacrificio y lucha por la supervivencia obrera que, igualmente, era alentado por las canciones de la emigración como el famoso Que viva España, de Manolo Escobar o más anteriores, pero igual de emotivas: Adiós mi España querida, de Antonio Molina o El emigrante, de Juanito Valderrama: “Adiós mi España querida,/ dentro de mi alma/ te llevo metida./ Aunque soy un emigrante/ jamás en la vida/ yo podré olvidarteY, todo bajo la premisa básica de una prioridad: ahorrar y enviar dinero a sus necesitadas familias. Todo a base de privaciones y de mantenerse alejados de la vida social del país que les acogía, casi siempre de modo temporal –sin planteamientos siquiera de quedarse en los países de acogida–.

Las cartas eran la única vía de comunicación familiar y que –por incomprensible que parezca en estos tiempos de inmediatez y sobreinformación– tardaban varias semanas en llegar a su destino. Aún recuerdo con ternura cuando mi madre me rescataba de los juegos sin fin de la calle para redactarme las cartas que después enviaríamos a mi padre y hermano… Con la llegada de los meses de invierno solía coincidir el feliz regreso de los emigrantes. Una tensa espera que, de inmediato, transformaba en júbilo la vida de numerosas familias. En una estancia temporal en el pueblo que daba pie a los guisos, las risas y la camaradería continua. Momentos festivos que, con frecuencia, irradiaban alegría por cada esquina de mi aldea. Aunque, no todo fueron dichas, también nos tocó la enorme zozobra de sufrir la pérdida irreparable de algunos de ellos. Como cuando, el hundimiento de una zanja en tierras helvéticas sepultó a dos trabajadores de mi comarca, en el año 1972 (uno de Jérez del Marquesado y otro de Cogollos). Desgraciado accidente que tiñó de luto a sus familias y de inquietud y tristeza a nuestras dos pequeñas poblaciones.

Guiso festivo en Cogollos ::Cortesía de Juan Antonio Muñoz Osorio

Una sufrida diáspora de tantos y tantos hijos de pueblos granadinos que, desgraciadamente, no cuenta con demasiados estudios, ni demasiada trascendencia social pero que, aunque algunos no lo crean, estuvo ahí, al menos hasta los inicios de nuestra Transición a la democracia. Incluso se hace preciso volver a recordarlo en nuestros días, sobre todo para los más olvidadizos y, puede que demasiado escasos de memoria y conciencia colectiva. Únicamente en el cine, Un franco, 14 pesetas, la estupenda película escrita, dirigida y protagonizada por Carlos Iglesias, nos sitúa ante algunas de las reflexiones y peripecias que nos puede plantear la emigración a Suiza.

Pero, hete aquí que, con el paso del tiempo, los vientos cambiaron y, poco a poco, pasamos a ser receptores de inmigrantes. Ya sé que nos acostumbramos a todo y, aunque es cierto que se ha invertido la tendencia, Granada aún sigue siendo una provincia emigrante. Si bien, ahora son las generaciones más y mejor formadas (la llamada “fuga de cerebros”) las que se ven obligadas a retomar las maletas que un día no tan lejano dejaron atrás nuestros padres y abuelos. Incluso, en este improvisado esbozo, podría mencionar que, algunos años después, yo mismo participé (junto a un grupo de amigos) en la emigración temporera a la vendimia francesa… Pero, me temo que esa es una anécdota más en este pretendido rescate del olvido de lo vivido por unas sufridas generaciones; las que hubieron de abandonar su vida y su tierra para ganar el pan de sus hijos. A todos ellos va destinado este sentido homenaje.

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Jesús Fernández Osorio

Maestro del CEIP Reina Fabiola (Motril).

Autor de los libros ‘Cogollos y la Obra Pía del marqués de Villena.

Desde la Conquista castellana hasta el final del Antiguo Régimen

y ‘Entre la Sierra y el Llano. Cogollos a lo largo del siglo XX

Jesús Fernández Osorio

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