Cuando dentro de poco se va a cumplir el primer aniversario de esta pesadilla pandémica de la que no conseguimos despertarnos, y pensábamos que nuestra paciencia ya hacía tiempo que había encendido el piloto de reserva, ha venido a unirse otro nuevo fenómeno de la naturaleza que va a hacer que empecemos a considerar como ciertas esas teorías fatalistas que aseguran que la Tierra se había cansado ya de todos los desmanes de los hombres y había iniciado los trámites para la definitiva aniquilación de nuestra especie; se trata de los terremotos.
Quienes han tenido la ocasión de presenciar alguno de estos fenómenos habrán visto cómo individuos altos y fuertes como robles capaces de pasear silbando por un bosque infestado de lobos aullantes en una noche sin luna, se ponen a temblar hasta las canillas y empiezan a valorar si caben debajo de la mesa o de la cama. Y es que la sensación de que nuestra casa donde nos sentimos protegidos de todos los males externos de repente deja de ser ese refugio sacrosanto y nos deja completamente expuestos nos reporta una serie de reacciones sicológicas que no se pueden controlar.
Aquel quien pierde sus riquezas pierde mucho; quien pierde a un amigo pierde más pero el que pierde el valor lo pierde todo. Cervantes
Algunas de estas reacciones pueden ser angustia, ansiedad, estrés, pensamientos recurrentes u obsesivos, alteraciones del sueño, etc. A veces también surgen reacciones fisiológicas como aumento de la presión, sudoración, temblores, etc.
El hecho de sentir miedo es una reacción normal, lógica e incluso positiva ya que nos pone en alerta ante situaciones que puedan presentar un peligro, pero si ese miedo se convierte en pánico o nos hace perder el control conviene que sigamos algunas pautas:
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Asumir que tenemos miedo, es decir reconocer la emoción, saber ubicarla considerando que es natural este sentimiento
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Reconocer que hay situaciones de incertidumbre que no podemos controlar y una de ellas es el comportamiento de la naturaleza
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No dejarnos llevar por pensamientos catastróficos, en esto algunas veces las redes sociales no ayudan y nos inundan a mensajes apocalípticos que mejor no escuchar
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Si observamos que nuestra respiración se acelera podemos hacer 3-4 respiraciones lentas y profundas a la vez que nos damos mensajes de tranquilidad
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Reconocer y dar valor a nuestras emociones. Tenemos que nombrarlas evaluar cómo de intensas son, diferenciando entre miedo y ansiedad
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Si una vez pasado un tiempo seguimos teniendo miedo, aunque ya no haya motivo, podemos buscar ayuda profesional
Y es que el fondo lo que subyace es el miedo a la muerte que nos acompaña toda la vida. Por muy mal que nos vaya, todos nos aferramos a esta vida. Probablemente si decidiésemos vivir una vida más plena no tendríamos tanto miedo.
El miedo a la muerte se deriva del miedo a la vida. Un hombre que vive plenamente está preparado para morir en cualquier momento. Mark Twain
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Psicóloga especializada en Mindfulness y
Terapia de Aceptación y Compromiso
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