Hoy las nubes me trajeron,/ volando, el mapa de España./ (…) Yo, a caballo, por su sombra/ busqué mi pueblo y mi casa./
Estos versos que anteceden, de Rafael Alberti, son suficientemente expresivos del tremendo desgarro y de la añoranza que debieron sentir nuestros exiliados; tan lejos y durante y tanto tiempo de su querida tierra, de España. En ese interminable éxodo que, con el final de la guerra, los arrojaba fuera de modo de inmisericorde. Se iniciaba, a continuación, su penoso recorrido por los inhumanos campos de internamiento para refugiados en los que serán recluidos, hasta que, más adelante, algunos, los más afortunados, logren fijar su residencia en los más recónditos lugares.
Como todos sabemos, de entre los españoles que logren alcanzar la frontera francesa (que, al menos y de modo provisional, les permitiría salvar la vida), muchos se establecerán en el país que tanto desconfió de su llegada. Una Francia que los acogió con tremendo recelo –cuando no con clara hostilidad– pero, a la que ellos, tan generosamente ayudaron en su lucha contra el fascismo, que bien pronto la asfixiaría. Después, sin posibilidad real de volver a España, se asentarán en los departamentos más meridionales, más al sur; en los que la ciudad de Toulouse ocupará un lugar central. Un país vecino que, con el agotamiento físico de la vida de los exiliados, aún acoge a muchos de sus descendientes.
Después del inicial exilio francés, muchos buscarán cobijo en otros países europeos y, sobre todo, americanos; la América Latina –por razones obvias de lengua y cultura–. En este caso destacará como destino principal México. Aquí, contando con el apoyo del Gobierno mexicano y de su presidente, Lázaro Cárdenas, se llegarán a establecer unos 30.000 españoles. Un país de acogida éste en el que, gracias al impulso gubernamental, incluso se reanudarán las actividades de la II República en el exilio. Instituciones que se mantendrán hasta 1977.
Entre el resto de países que acogerán a los errantes refugiados españoles encontraremos a: Venezuela, Argentina, Chile, Brasil, Cuba, etc. En este mismo apartado también podríamos señalar a los más de 3.000 niños y niñas que, para escapar de los horrores de la guerra, fueron evacuados en plena contienda hacia Gran Bretaña, Bélgica y la URSS. Niños que, especialmente en este último país, se harán ancianos lejos de sus pueblos y ciudades; serán conocidos como los niños de la guerra.
Dentro del conjunto de exiliados encontraremos, a su vez, a numerosos escritores, científicos, músicos, poetas, maestros, etc. Toda una generación bien formada, comprometida y creativa que pasará al mayor de los ostracismos dentro de España y que, a la vez supondrá, una imperdonable pérdida para su desarrollo futuro. Intelectuales que, eso sí, siempre mantendrán vivos los lazos que les unía a su patria perdida y que contribuirán al engrandecimiento social y cultural de los países que les dieron amparo. Por citar sólo a algunos de nuestros más insignes expatriados nombraremos a: María Zambrano, Arturo Barea, Francisco Ayala, Antonio Machado, Jorge Guillén, María Teresa León, Manuel de Falla, Ramón J. Sender, Severo Ochoa…
Igualmente, para escapar de la muerte o de la cárcel, también se verán obligados al destierro numerosos trabajadores anónimos de los castigados pueblos granadinos. Así, en cada uno de ellos, si queremos buscar, aún podremos encontrar sus nombres y las vicisitudes comunes de su huida al exterior. Ellos, por su parte, según su suerte dispar, quedarán obligados a adaptarse al lugar de llegada; para buscar trabajo y poder vivir con la mayor de las dignidades. Este podría ser el caso de Francisco Muñoz Gómez, un tornero de las minas de Alquife –natural del mismo pueblo– que, tras su paso por los campos de refugiados franceses, con la ocupación alemana de Francia será retenido en el campo de concentración nazi de Drancy. Tendrá la fortuna de salir con vida pero no podrá regresar a casa. En Cogollos quedarán, en la mayor de las indefensiones, su mujer y sus cuatro hijos (tres niñas y un niño). Nunca se podrá reagrupar toda la familia –a lo sumo conseguirá reunirse con su hijo, José Teodoro Muñoz Peralta; que, en un segundo intento, conseguirá atravesar la frontera–. Ninguno de los dos volverá a pisar tierra española.
Como todos sabemos, el régimen de Franco, por los especiales condicionantes de la Guerra Fría, se consolidará y los exiliados, poco a poco, irán perdiendo la esperanza de un inmediato retorno. Mientras tanto, en su sufrida diáspora, sus vidas transcurrirán entre la angustia y el sufrimiento permanente de las ausencias. Por fin, con el transcurso de los años y en función de la evolución política de España, sobre todo tras la muerte del dictador y la llegada de la Democracia, algunos conseguirán regresar a sus lugares de origen, muchos ya ancianos. Otros no volverán jamás; el final de su vida o la distancia física y mental se lo impedirá.
Tal como expresa el poema de cabecera, todos vivirán intensamente el amargo sabor de la derrota y la tristeza del exilio. Sírvanos para terminar estas líneas la conocida proclama de otro de nuestros grandes poetas exiliados, León Felipe: “Franco, tuya es la hacienda,/ la casa,/ el caballo/ y la pistola./ Mía es la voz antigua de la tierra./ Tú te quedas con todo y me dejas desnudo y errante por el mundo…/ Mas yo te dejo mudo…¡mudo!/ Y ¿cómo vas a recoger el trigo/ y a alimentar el fuego/ si yo me llevo la canción”. En memoria de los exiliados republicanos que, hace 82 años, fueron represaliados por defender la legalidad democrática de su país. Un reconocimiento que en nuestros días debiera ser unánime, por el compromiso ético que representan y para hacer frente, de una vez, a la tremenda injusticia del olvido de su causa; un pedazo de nuestra historia que, como tantos otros acontecimientos de nuestro pasado, nos fue relegado durante años. Durante demasiados años.
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Maestro del CEIP Reina Fabiola (Motril).
Autor de los libros ‘Cogollos y la Obra Pía del marqués de Villena.
Desde la Conquista castellana hasta el final del Antiguo Régimen‘
y ‘Entre la Sierra y el Llano. Cogollos a lo largo del siglo XX‘