El Jurado del Premio Nacional de Poesía convocado por ALUMA, formado por Antonio Martínez González, Rafael Reche Silva y Luis C. de la Rosa Fernández ha decidido conceder el premio Nacional de Poesía al poema titulado ‘Meditación de D. Antonio Machado en la playa de Colliure‘ presentado por Luis Antonio Pradalto, seudónimo de José Antonio Rodríguez Fernández, del Aula Permanente de Formación Abierta, Universidad de Granada) pues, a juicio de este jurado, «con una lúcida expresión y gran simbolismo se hace un cántico a la añoranza con el que el poeta se ha introducido en la vida de Antonio Machado«.
Así mismo, motivado por la calidad de otras obras presentadas se propone a la dirección de ALUMA la concesión de diplomas de reconocimiento a
“Autorretrato” de José Carlos Montalbán García, (Universidad de Oviedo), presentada bajo el seudónimo Phoebe y “Azul, noche” de Mercedes Lobo Ulloa, de la Universidad de Mayores de Comillas presentado con el seudónimo de Musía.
El ganador de esta primera edición, José Antonio Rodríguez, manifiesta que «siempre, desde muy joven, me he dedicado a la creación poética, sin descanso. He publicado en algunas revistas literarias poco conocidas hace ya bastantes años y, desde entonces, me dedico a realizar mi obra en silencio. La poesía es una forma de entender la vida, de aprehenderla«.
MEDITACIÓN DE DON ANTONIO MACHADO EN LA PLAYA DE COLLIURE
La muchacha de nieve que ha borrado
el tiempo de aquel cisne adolescente,
esta inútil queja donde ahora vivo;
el Gólgota y sus espinas voraces,
la espuma de las olas que no entiendo.
Un sol de invierno sobre el verdegris
del mar y el estruendo de la metralla,
a lo lejos, cerca de una planicie
de otro mundo habitado por extraños
cuervos que picotean los cadáveres.
Y frente a este mar que me ha concedido
esta tregua, falaz, de mi destino
pienso en aquel cerro donde dormita
la certeza de toda mi existencia.
Estos días azules del invierno,
la sed interminable que me acosa,
es lo único cierto que un hombre tiene
cuando se encuentra al borde del silencio.
La brisa escancia su arpegio dorado
sobre las barcas y la arena fría,
mece las solitarias alamedas
junto al puente que cruza un río de égloga,
y aterciopela la fragante esencia
del milenario olivo, la encelada
memoria de los dispersos cortijos,
del eterno andaluz ensimismado.
Esta delicada luz que me envuelve,
como la tenue gasa de una alada
mariposa, tiene el reposado eco
de aquellos hondos patios, del perfume
evanescente y fresco del jazmín.
Abro los ojos y el tiempo se funde
entre los chillidos de las gaviotas
y el recuerdo, leve, de aquella niebla
que crecía desde el río hasta el velo,
oscuro y dulce, de su último aliento.
Ahora ya no hay nieve, ya no hay soldados
velando ese sudario hasta mancharse
de su gélida pureza dormida,
hasta que el tiempo, que se va acercando,
funda mis labios con su boca niña.
He vivido siempre según mi regla.
Nunca me desdije de mi sereno
verbo; fiel hasta el final he vivido.
Allá, tras los montes, dejo mi Patria
y se que nunca volveré a Sevilla.
Sólo queda esta calma, atroz, que duele
como la gangrena de ese quejido,
inconsolable, del último cisne
que reposa, lánguido, entre sus brazos.