Rafael Reche Silva: «En San Valentín, los universitarios mayores conmemoran su amor» (Parte I)

Hay días que son meses, meses que son años. Y este año de pandemia, ha ralentizado nuestra vida, nos ha forzado y enclaustrado en nuestro propio interior, en una noche urbana perenne, despoblada y clausuradas por el toque de queda. Al alba las noticias nos desnudan la realidad y con el corazón en un puño continuamos con nuestra labor. Las muertes de cada día, han perdido relevancia en una curva estadística que sube en pico y se doblega con esfuerzo. Todos hemos cambiado, pero el amor prevalece, no caduca.

En este mes de febrero quiero abrir una ventana de aire fresco y traer con San Valentín, una realidad como es el amor, una experiencia capaz de transformar al hombre y a la mujer, pero también al mundo.

En el rico universo de los universitarios mayores, hoy día tocamos casi lo imposible, las parejas o matrimonios que comparten juntos toda una vida más de 40 años de vida en común, con el añadido de un largo noviazgo.

Encontraron el amor puro a temprana edad de los 17 o 18 años, conocieron el despertar de mariposas en el estómago, el brillo de colores en sus ojos, se enamoraron en cuerpo y alma. ¿Quién no recuerda? cuando la vistes como si nunca la hubieras visto antes, en aquella pandilla de amigos, ella o él, con su silenciosa timidez, se ruboriza ante tu mirada y comenzaste amar el amor, amar sus labios y su sonrisa delicada, cerraste los ojos y te dejaste arrastrar por el fulgor del primer amor.

Las hojas del calendario fueron cayendo con el paso de los años, llegaron los hijos, caminaron un largo recorrido afrontaron los días difíciles y días inmensos de gloria, con la mirada de enamorados: enfermedades, contrariedades, una vida por vivir serpenteada por un rosario de sacrificios y privaciones.

Para algunos, la convivencia y la confianza se derrumbó. La felicidad es frágil y entre todas las horas, días y años de relación de pareja surgen paredes invisibles que separan y aparece el filo de la espalda de la discordia y entonces se deja de compartir y reina el desamor. Pero en otras ocasiones, la pareja sobrevive, se miran y se reconocen, porque amar es desnudarse, amar es combatir y olvidar, el amor no tiene rostro.

Ahora en la jubilación, a sola otra vez, con los hijos adultos e independientes, los nietos revolotean en plena libertad en la casa de los abuelos y la nostalgia se ha adueñado de aquella pareja que aún se miran con los ojos lucidos de enamorados, con medio siglo compartido, saben que su amor es mortal porque la vida es temporal ante la evidencia que nadie escapa al viaje sin retorno.

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Pilar Huerta y Celestino Díaz, ambos estudiantes del Programa Universitarios de Mayores de la Universidad de Oviedo (PUMUO). 53 años de matrimonio.

Pilar y Tino, dos enamorados de novios

La suerte me llevó a conocerlos en el intercambio que la asociación ALUMA realizó en Asturias. Ellos, una pareja con encanto, con un corazón hospitalario que te abren las puertas de la amistad con franqueza y dulzura. Pilar y Tino, una pareja que beben en sus ojos, que beben en esas aguas del amor.

Me cuentan su historia, con la voz de Pilar: ¡Cuántos recuerdos vienen a mí memoria de aquel verano hoy tan lejano!… Estrenando apenas la adolescencia, deseosa de saborear la vida sin prisa, pero sin pausa. En mi querido pueblo, dónde el tiempo estival es un privilegio como en cualquier rincón del norte de nuestra España. Clima suave, excelente gastronomía, paisaje espectacular, playas vírgenes, donde la especulación turística no está permitida, montañas, ríos cristalinos y trucheros para delicia de muchos. Inmersa en éste paraíso, coincidí con Él, en una de las innumerables romerías de “prao” como se dice por aquí.

La pareja de novios en la estación

Pueblo pequeño, infierno grande”. A primera hora de la mañana siguiente a la fiesta, mamá estaba al día del “chico forastero”. Antes de llegar papá del trabajo, empezó la indagación. Reconozco que yo era una niña, pero habíamos sintonizado. Meses después del casual encuentro, iniciamos un noviazgo que duró tres años, nos veíamos fines de semana y festivos. Él quedaba en casa de los abuelos, pasó de visitarlos tres o cuatro veces al año, a verlos cada semana. Un tren de vía estrecha lo dejaba en Grado, -Grao- el problema radicaba en acceder al pueblo de los yayos distante de la villa varios kilómetros. La economía no era boyante, así que, salvaba la distancia en mí bicicleta, no faltó a una sola cita en todo el noviazgo, mérito tenía el pedaleo del chaval, uf, a tener en cuenta el clima de Asturias en invierno, entonces llovía muchísimo.

Los abuelos, con sus nietos

Llevamos casados 53 años. ¡Menudo campeonato! No todo fue fácil, la vida reparte cal y arena cada día, y cada día, hay que cribar. Todos somos imperfectos, con cariño, respeto, paciencia, tolerancia y perdón, creo que pudimos aderezar una buena salsa. En nuestra generación, exigíamos poco y nos conformábamos con menos, éramos felices con muy poquitas cosas, ¡que vamos a pedir ahora que todos parecemos millonarios! Fuimos bendecidos con hijos y nietos en esta larga experiencia; para nosotros son, valiosísimas joyas, piezas exclusivas, irrepetibles. Como una piña, seguimos campeando el temporal.

La felicidad no está en lo que se tiene, más bien, en lo que se disfruta. ¡¡La vida es bella!

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María Teresa Pérez Amador y Manuel López Ruiz. Ella estudiante del Aula Permanente (APFA) y del Taller de Arte y Creatividad de la Universidad de Granada. 55 años de matrimonio.

María Teresa y Manuel, el día de su boda

Teresa compañera de clase de pintura en la Facultad de Bellas Artes de Granada. Sus obras dibujan su personalidad, habla por ella de su ternura, delicadeza y sobre todo sensibilidad para los demás, entregada a su familia y para cualquier persona que la necesite. Ella es un sol sin edad y un encanto.

En confidencia, su hija Elizaberta López (profesora del Aula APFA), me define a sus padres, quiero transmitir sus palabras, colmadas de amor y agradecimiento:

Ambos han trabajado mucho a lo largo de la vida para darnos a sus hijos todo lo que podían, a muchos niveles. De mi padre hemos podido aprender a ser cabales, a trabajar incansablemente. Es un hombre muy fuerte, física y mentalmente, siempre dispuesto a hacer lo que fuera porque estuviéramos lo mejor posible, sin miedo a emprender, y con una capacidad de ayuda generosa hacia los demás que le hace ser muy cuidadoso con muchas personas de su entorno, responsabilizándose de su bienestar. De mi madre, hemos aprendido a ser sensibles hacia la vida y la belleza; gracias a ella amamos la lectura, el arte, la música pues ha dedicado su tiempo a ofrecernos todo lo que estaba a su alcance.

Además, de ella yo particularmente he aprendido a ser una mujer de pensamiento libre; a pesar de que le tocó vivir en un tiempo mucho más conservador en cuanto a los límites impuestos a las mujeres, ella siempre se ha rebelado ante esto, encendiendo en mí una forma de pensar que transgrede esas fronteras tradicionales. (Ese espíritu renovador e inconformista es el que le hizo acercarse al Aula de Mayores y sueña con que esta pandemia acabe y tener fuerzas para seguir asistiendo a sus clases.) La verdad es que son ambos excepcionales.

Teresa con la humildad y sencillez que le caracteriza me manuscribe un texto, donde el amor centra su vida. Su mundo de enamorados reverdece a los 55 años de estar juntos:

Mi marido y yo somos de Sevilla. Nos conocimos cuando éramos muy jóvenes a través de mi hermano y pasó algún tiempo sin vernos después, pues estábamos muy ocupados: yo iba al Instituto Británico, y él estaba trabajando en una oficina. Era muy difícil porque además entonces no había la libertad para vernos que existe hoy. La relación entre nosotros surgió más tarde, cuando empezamos a tratarnos más. Aun así, había pocas ocasiones de vernos, era complicado pues cada uno estaba con su trabajo o estudio.

Después de tiempo, y con el consentimiento de mis padres se organizó la boda. Fue preciosa, en Triana, delante del Cristo del Cachorro. Hubo mucha gente. Aún me emociono al recordar el maravilloso regalo con el que nos sorprendió un familiar que tocó en el órgano de la iglesia el Ave María de Schubert, algo inolvidable. El padrino fue mi hermano, muy elegante con su uniforme de gala de capitán de la Marina y la madrina fue la hermana de mi marido, que también iba muy bien ataviada.

Nos fuimos de viaje de novios a Cádiz, de dónde eran los padres de mi marido y toda su familia. Pasado el tiempo tuve a mi hija en el Hospital de Triana Infanta Luisa, maravillosa bebé que me dio mucha felicidad y sigue haciéndolo, con una bondad e inteligencia extraordinarias. Al año y medio nació mi hijo, que es un verdadero regalo de Dios desde aquel momento, aunque fue prematuro y necesitaba muchos cuidados.

Cuando tenían pocos años nos trasladamos a Granada por el trabajo. Toda mi vida y recuerdos quedaron en Sevilla, para mí había que empezar de nuevo, pero encontré personas buenas y cariñosas que me ayudaron mucho. Mi marido tenía que viajar, pero mis niños me daban toda la alegría e ilusión de la vida, no podía pedir más.

La pareja en la actualidad, tras sus 55 años de matrimonio

En cuanto a mis nietos, los adoro. Juan Ángel me llenó la vida de luz y bondad; Teresa es encantadora y artista brillante como su hermano, él es músico y ella bailarina renombrada, Ambos son hijos de Elizaberta. Mi hijo Marcos tiene dos hijas: muy guapas e inteligentes, Alba y Sara; son geniales.

A mis nietos queridos lo mejor que les puedo decir sobre la experiencia de mi vida es que la paciencia y comprensión hacia los demás es lo que te eleva como persona.

Agradecerles a los compañeros de las distintas Universidades, su testimonio de amor y que dejen su experiencia escrita para compartirla. Ahora que somos afortunados, cuando el tiempo va lento, el sol envejecido se oculta y nos dejamos arrastrar por las tempestades sin viento y el mar sin olas.

Continuaremos con algunas historias de amor, en otra semana.

 

Leer más artículos de
Rafael Reche Silva, alumno del APFA
y miembro de la JD de la Asociación
de estudiantes mayores, ALUMA.
Premiado en Relatos Cortos en los concursos
de asociaciones de mayores de las Universidades
de Granada, Alcalá de Henares, Asturias y Melilla.

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6 comentarios en «Rafael Reche Silva: «En San Valentín, los universitarios mayores conmemoran su amor» (Parte I)»

  • el 11 febrero, 2021 a las 10:41 am
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    Qué bien todo lo que dicen los alumnos y bien escrito el amor no tiene edad es invisible pero se lleva y se siente un abrazo Rafa

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    • el 11 febrero, 2021 a las 11:00 am
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      Rafa, esta vez el tema elegido es ciertamente incomprensible. Incomprensible porque el amor, el verdadero amor, es un cemento que va solidificando con el tiempo, que perdona cuando parece imposible, que da fuerzas cuando pensabas que ya ni te quedaban. En fin Rafa. Enhorabuena por el artículo y por las dos parejas que creo nos representan a la mayoría que estamos ya jubilados.

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      • el 11 febrero, 2021 a las 11:37 am
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        Gracias, una vez más amigo Diego, y por tu comentario enriquecedor sobre el amor. El mundo es mucho mejor si hay amor.

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    • el 11 febrero, 2021 a las 11:39 am
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      Gracias amigo Antonio, la vida no se veria del mismo color si no sintieramos el amor.

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  • el 12 febrero, 2021 a las 9:45 am
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    Excelente artículo hermano,sabias palabras y excelente reflexión sobre el verdadero amor. FELIZ CUMPLEAÑOS ❤

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    • el 13 febrero, 2021 a las 11:57 am
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      Mi querida hemana, gracias por tus palabras y por tu felicitación. Besos.

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