Las alarmas no preocupan tanto, ahora que el tiempo es algo tan perversamente relativo.
En los últimos meses hemos ido aprendiendo a vivir con lo puesto. De pronto, la vida social ha menguado considerablemente, también nuestros refrigerios periódicos. Las agendas han quedado como elemento decorativo en nuestra biblioteca como un libro que nos olvidaremos de abrir por su permanente desolación. Es el momento de recuperar juegos antiguos de la infancia e incorporar nuevas recetas a nuestra modesta solvencia en la cocina. Las alarmas no preocupan tanto, ahora que el tiempo es algo tan perversamente relativo. Todo nos resulta prescindible con tal de resguardarnos de la desconfianza que sentimos hacia los demás, lo cual nos permite pasar más tiempo en casa y emplear este en ordenar los cajones con la ropa que no hará falta renovar. Probablemente, quien más quien menos haya hecho el intento de incorporar en su rutina un nuevo hobby, diferente a los ya poseídos y que atempere el ritmo frenético diario, al principio igual de ruidoso y molesto pero con el tiempo tan paradójicamente tranquilo y angustioso.
Hay palabras que se desgastan con su uso y rebrotan mutando en un significado totalmente diferente. Un ejemplo es “semáforo” que ya a mediados del siglo XIX se empleaba para designar a una especie de insecto perteneciente a la familia de los nocturnos. O el adjetivo “formidable” como algo temible que infunde miedo. Otras muchas curiosidades lingüísticas podemos encontrar en el Nuevo Tesoro Lexicográfico de la RAE.
¿Qué ocurrirá, por ejemplo, con la palabra brote con y sin prefijo? Si brotar nos hace pensar en el renacimiento de algo provechoso o agradable, ya no queda tan claro que suceda desde que este término se ha convertido, con su simple sonido, en un verdadero motivo de intranquilidad.
Parece un hecho indiscutible que conceptos como educación y respeto, en las últimas generaciones han sufrido un serio revés en esa espesa niebla que conocemos como valores humanos. ¿Qué sucederá dentro de varias generaciones? Desde luego, igual que tenemos las obras distópicas como manifestaciones de un futuro más bien inquietante, también deberíamos incluir valores como los arriba apuntados que hacen de la humanidad un género, si no más formidable, sí más tolerante.
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Profesor de Educación Secundaria y Bachillerato