En las proximidades de una de las cimas superiores a los tres mil metros que podemos encontrar en Sierra Nevada, en el Picón de Jérez, se vio obligado a realizar un aterrizaje de emergencia un avión militar estadounidense. Era el 8 de marzo de 1960 y allí, a casi 2.600 metros de altitud, en mitad de una tormenta de nieve y soportando temperaturas extremas quedaron sus 24 desafortunados pasajeros, algunos de ellos heridos de cierta gravedad.
Bajo tales premisas, en las películas, para que pueda darse un final feliz, se hace necesario que algún ser sobrenatural solvente las adversidades con sus poderes especiales. En esos días, de hace ahora 61 años, los héroes fueron otros: los vecinos de Jérez del Marquesado.
Tras recuperarse del impacto del aterrizaje, dos de los ocupantes de la aeronave, el piloto y otro de los pasajeros, comenzarán a descender montaña abajo. Gracias a las indicaciones, primero, y al acompañamiento, después, de uno de los accidentales pobladores de los cortijos de la sierra, lograrán llegar, ya anocheciendo, hasta el pueblo de Jérez del Marquesado. Con la máxima premura posible se dirigirán al cuartel de la Guardia Civil. Una vez allí, ante el desconocimiento mutuo de la lengua, será reclamada la presencia de las fuerzas vivas del pueblo (el alcalde, el médico, el practicante, el cura párroco…). Finalmente, los dos extranjeros lograrán hacerse entender; uno de ellos plegará una hoja de periódico en forma de avión y simulará su caída. Ahora todo empezará a quedar más claro, y quienes esa tarde escucharon un ruido de motores inusualmente bajo comprendieron que ese avión debía haber caído en la sierra de Jérez. Comenzaban unas horas decisivas y daba comienzo un rescate histórico que cambiará la vida de la localidad.
Una gesta inolvidable que, en el año 2010, en conmemoración de su 50 aniversario, ya fue investigada, documentada y recogida en el libro que me ha servido de base para la elaboración de estas líneas: Las bengalas de Chorreras Negras, de Antonio Castillo López y Carlos Jaldo Jiménez. Dos amigos, jerezanos y marquiseños de pro que han sabido recoger y dejar como legado una magnífica publicación en la que relatan, con maestría y pasión, el esfuerzo, la generosidad y la pericia desplegada por sus paisanos en esos vitales momentos.
Así, continuando con el detallado relato de los hechos que hacen nuestros autores, gracias a los directivos ingleses de las minas de Alquife se podrá conocer el resto de los detalles del accidente. Se trataba de una aeronave (un DC-4) de la Armada de los EE.UU, con base en Nápoles, que, sobre las 15 horas de ese día, en su vuelo hacia la base de Rota –palabra ésta que era la única perceptible e insistentemente reiterada por los dos militares enviados en busca de socorro–, se vio obligado a efectuar una toma de tierra forzosa en las blancas laderas de Sierra Nevada.
Sin más esperas ni dilaciones y a pesar de la intensa ventisca que azotaba el pueblo –que en la alta montaña se transformaba en copiosa nevada– los intrépidos vecinos, con sus propios medios y escasos equipamientos, se lanzarán a la montaña para prestar el auxilio necesario a los accidentados. Una imprescindible y decisiva ayuda en la que, es justo reconocer, también contarán con el auxilio y la colaboración de otros vecinos de localidades próximas, entre ellas de Lanteira; conocedores exquisitos de la bella y agreste montaña, como ellos. De otros pueblos del entorno pero algo más adentrados en la altiplanicie, y por tanto menos conocedores de esa parte de la sierra, como Cogollos y Albuñán, no se tiene constancia de su participación efectiva pero sí de su ofrecimiento de apoyo, junto a la preocupación e inquietud máxima ante las noticias que llegaban de lo ocurrido.
En medio de la oscuridad de la noche pronto divisarán algunas de las bengalas de localización que les lanzaban los inquietos tripulantes que aún permanecían en la nave. Finalmente, sobre las 3:30 horas de la madrugada, un grupo de siete hombres llegará a las paratas de Chorreras Negras. Donde encontrarán al avión semienterrado en la nieve. Una vez accedan a su interior y, comprueben el estado de salud de los americanos, acordarán que tres de ellos pasarían la noche asistiendo a los heridos y los otros cuatro bajarían al pueblo para informar convenientemente a las autoridades.
Al hacerse de día, los que permanecieron junto a los damnificados, bajarán a los once marines que se encontraban ilesos hasta el primer punto en que podían acceder los vehículos, hasta el Posterillo. Un lugar que llegaría a convertirse en el centro neurálgico del rescate y desde donde los irían trasladando hasta la población. Pero, aún quedaba una docena de hombres heridos de diversa gravedad en el avión a los que había que abastecer y socorrer. Con tal fin, decenas de personas subirán hasta la sierra para colaborar en la atención a los contusionados. Evacuación que, para evitar riesgos innecesarios en su traslado, se prolongará durante varios días. Hasta que, por fin, los 24 ocupantes del avión quedaron a salvo y trasladados al Hospital Militar de Granada.
Por supuesto que durante todas esas largas e infatigables horas, además del conjunto de vecinos, se notará la presencia activa de las máximas autoridades civiles y militares de Granada, de la Guardia Civil y hasta del propio ejército norteamericano. En una coordinación de la emergencia pronta y eficaz y, por tanto, digna de elogio.
Como muestra de gratitud, el embajador norteamericano en España, John Davis Lodge, pocos meses después, visitará el pueblo y resaltará “la valentía de las gentes de Jérez” que arriesgando sus vidas salvaron la de sus compatriotas. Como colofón de los actos de agradecimiento les hará donación de los restos del avión siniestrado. Desguace y venta de las piezas por las que se llegará a obtener algo más de un millón de pesetas. Una importante cantidad económica para la época, que redundará en mejoras en las infraestructuras del pueblo tan básicas como: el abastecimiento de agua potable, el arreglo de las calles y la construcción de un nuevo ayuntamiento e incluso la adquisición de instrumentos musicales nuevos para la banda de música local.
Nos encontrábamos, todavía, dentro del contexto de la posguerra y ese hecho fortuito vendrá súbitamente a alterar la rígida y monótona vida del pueblo de Jérez –como del resto de pueblos de aquella España gris y atrasada, tan característica de la dictadura–. Los periódicos provinciales, como IDEAL y nacionales, como ABC, informarán exhaustivamente de todo lo ocurrido.
Hasta el NODO, el noticiario audiovisual del régimen, movilizará a un amplio equipo de reporteros para la obtención de las preciadas imágenes del mismo. “No era para menos, los accidentados eran «americanos»” y para el, hasta hace bien poco, franquismo autárquico, suponía una oportunidad única para afianzarse del lado de la primera potencia mundial, “frente al peligro comunista que representaba la Unión Soviética”; tal como exigía esa especie de salvavidas que fue, para Franco, la Guerra Fría.
Para concluir, en este próximo 8 de marzo, una fecha siempre reivindicativa de movimiento feminista e igualitario –aunque este año sea desde casa o, al menos, de modo diferente–, también podremos mantener vivo el recuerdo de aquel trascendental acontecimiento de solidaridad, abnegación y entrega protagonizado por todo un pueblo granadino, por unas gentes anónimas y sencillas que actuaron con heroísmo en un espacio tan inhóspito como puede llegar a ser la cara norte de Sierra Nevada bajo los rigores del más crudo y duro invierno.
MÁS IMÁGENES DEL ACCIDENTE:
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Maestro del CEIP Reina Fabiola (Motril).
Autor de los libros ‘Cogollos y la Obra Pía del marqués de Villena.
Desde la Conquista castellana hasta el final del Antiguo Régimen‘
y ‘Entre la Sierra y el Llano. Cogollos a lo largo del siglo XX‘