Cantaba mi admirado Joan Manuel Serrat allá por los 80… «Después de darlo todo, en justa correspondencia, todo estuviese pagado, y el carné de jubilado abriese todas las puertas, quizás llegar a viejo sería más llevadero, más confortable, más duradero». Nuestros viejos se han muerto a pares , a tríos, a espuertas y nadie hizo nada, maldita sociedad esta que hemos creado e ido confeccionando para que nuestros mayores estén bien lejos de nosotros y no molesten.
Cómo es posible que en toda esta marabunta en la que andamos metidos con el dichoso coronavirus, el grupo de riesgo más importante y las residencias de mayores estuviesen dejadas de la mano del gobierno, del grupo de expertos que todo lo saben y todo lo dominan, menos la sensibilidad y el saber que allí, justo al lado se estaban muriendo los viejos.
Los ancianos son el grupo humano con una mayor experiencia y exposición a las pérdidas. A esta edad el ser humano añade a su propia historia personal de sucesivos duelos nuevas pérdidas en los aspectos afectivos, socio laboral (trabajo, marcha de los hijos de casa) y biológico (pérdida de la salud física, deterioro de las funciones corporales, etc.).
La persona que llega a los 65, 70 u 80 años ha sobrevivido a muchos contemporáneos e incluso a algunas personas más jóvenes. Ha experimentado el dolor de la pérdida de sus padres en la mayor parte de los casos o la sufrirá en breve. Algunos de sus amigos o hermanos ya han muerto. Ha sobrevivido a la pérdida de muchas relaciones íntimas aunque las más importantes para él, como la de su cónyuge o hijos se mantengan intactas.
A pesar de que, por lo tanto, en la vejez se sufren más pérdidas que en otros grupos de edad, no parece que los ancianos sean más vulnerables a las mismas o que el proceso del duelo suponga una mayor dificultad para los viejos. De hecho, más bien parece que el duelo en los ancianos puede ser incluso de menor intensidad que en otros grupos de edad.
Y cómo es posible que en las residencias de estos seres maravillosos no hubiese vigilancia, mascarillas, geles hidroalcohólicos o como se les llame, test para saber cómo estaban; a nadie le importó.
Famosos y políticos haciéndose test sin síntomas y ambulancias en la puerta de su casa y resulta que en las residencias ancianos, abuelos enfermos sin hacerles test ni atención y muriéndose.
Todo esto pasará si Dios quiere, pero alguien debe asumir responsabilidades y no me vengan con excusas de falta de medios ni gaitas, pues ya estoy muy cansado a esta edad de oír gilipolleces.
Termina Serrat cantando… «Un final con beso, en lugar de amontonarlos en la historia convertidos en fantasmas con memoria, si no estuviese tan oscuro a la vuelta de la esquina, o simplemente si todos entendiésemos que todos llevamos un viejo encima».
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