Para cualquier creación cultural siempre resulta difícil trascender a su época y espacio. El alejamiento progresivo de las motivaciones contextuales en las que surgió necesariamente distorsionará, en mayor o menor grado, la idoneidad del mensaje; la mayor parte de las veces perdiendo interés y actualidad. Y más aún en el caso de las canciones. Sin embargo, a veces, algunas composiciones logran romper las rígidas barreras que las encorsetan al pasado y consiguen permanecer en la memoria musical de varias generaciones. Una de ellas es, sin duda, Mediterráneo, de Joan Manuel Serrat.
En el año 1971 veía la luz el octavo álbum de Joan Manuel Serrat: Mediterráneo. Un álbum mítico, compuesto por diez temas. Diez canciones que son todas ellas pura emoción y pura poesía. Toda una joya en la que la sola enumeración de sus títulos consigue evocarnos toda la magia y felicidad de sus letras. Todas del mismo autor, excepto Vencidos; que está basada en un poema de otro de nuestros ilustres exiliados, León Felipe. Ahí, nos encontraremos con: Barquito de papel, Aquellas pequeñas cosas, La mujer que yo quiero, Lucía… Todas pura maravilla. Además, como todos saben, en el disco se incluye una canción homónima que, desde muy temprano, se convertirá en un himno que marcará a varias generaciones de hispanohablantes.
Se cumplen, por tanto, en este 2021, los 50 años de Mediterráneo. Medio siglo de una canción dedicada al mar que baña y da cobijo a las fértiles riberas del sur y del este de España. Pero, no solo eso. También es un homenaje a un mar, al Mare Nostrum de los romanos; al que mece y extiende sus olas, tal como nos despliega con toda la sensibilidad poética de que es capaz su autor, “de Algeciras a Estambul”. Todo un icono musical repleto de crónicas de un tiempo, de vivencias, de emociones y de sueños. Una obra que, arropada por el conjunto de las otras canciones, se transformará en leves susurros que nos acarician el alma.
Una canción esta, del maestro Serrat, que, en todo momento, ha sido versionada por numerosos artistas, con sus distintos estilos, acentos y ritmos. Un tema que ha sabido sobrepasar las modas y que aún sobrevive con la misma frescura y calidad de siempre. Un Mediterráneo al que, eso sí, veinte años más tarde, el propio genio de la música volverá a poner letra pero, esta vez, para denunciar la contaminación, el abandono y el maltrato continuo al que sometemos a sus apacibles e imprescindibles aguas. Hablamos de su no tan conocida canción de Llanto al mar (“Plany al mar”). Una canción en la que nuestro protagonista se hace eco de la conocida problemática ecológica que poco poco lo irá degradando más y más, hasta dejarlo “herido de muerte”. Una concienciación medioambiental a la que, seguramente hoy, en nuestros días, tendríamos que añadir el problema humanitario y el drama que con demasiada frecuencia se vive sobre sus aguas.
Y es que, en cierta forma y tras este medio siglo de existencia, todos somos hijos del Mediterráneo. En mi caso, creo que tuve la suerte de encontrarlo todo a la par: el azul e inmenso mar (la mar, que diría Rafael Alberti), el artista y su canción (mejor dicho, a sus canciones). Eran los años finales de los setenta, cuando en España estrenábamos nuestra recién conquistada democracia y cuando, desde la distancia y añorando la tierra andaluza –y la conquista de libertades y autonomía–, pasé mis años de formación en la Universidad Laboral de Tarragona. Unas instalaciones que limitaban con la orilla misma de nuestro histórico mar. Y, en una institución educativa, en la que, unos años antes, también habría iniciado sus estudios secundarios nuestro afamado compositor y cantante.
Un mar, ajeno hasta entonces para mí, que nunca perdió su halo de misterio, de asombro y, ¿por qué no decirlo?, de respeto. Desde entonces, las estrofas de Mediterráneo siempre lograrán despertar los felices recuerdos de aquellas lejanas playas de la Costa Dorada. Aquellas que, en los días festivos, los amigos recorríamos alegres y confiados entre la poblaciones de La Pineda y Salou.
Al cantautor me unirá su trayectoria vital y su compromiso social, en el que podría destacar su acierto y el atrevimiento de poner música a Antonio Machado y Miguel Hernández. Canciones que, entre otras muchas, serán la puerta a la lectura de los versos de los más grandes poetas españoles contemporáneos. Un gran cantante del que, junto a la admiración que despierta por medio mundo, yo destacaré su extraordinario proceso creador –durante tantos años– y la universalidad que ha sabido labrar en muchas de sus coplas. Pero es que, además, años después, también pude comprobar y ser testigo de su calidad humana. Desde el Ayuntamiento de Cogollos de Guadix le enviamos una carta para solicitarle que una de sus canciones (El hombre y el agua) fuese expuesta en una sala temática que pretendíamos albergar en nuestro edificio más patrimonial: el aljibe. No sólo le pareció bien sino que nos llamó por teléfono para dar las gracias y prometernos que si alguna vez le era posible visitaría nuestra pequeña localidad para acompañarnos y descubrir sus encantos.
Finalmente, para concluir y volviendo otra vez a la melodía que hoy reclama nuestra atención, como prueba fidedigna de su atemporalidad –como la mayoría de las canciones de Joan Manuel Serrat– referiremos que, en el año 2004, Mediterráneo fue elegida por los telespectadores de un programa de TVE como la mejor canción en español de todos los tiempos. Una votación ante la que, sin que sirva de precedente –ante los gustos musicales populares que nos invaden en la actualidad– no tengo, como seguro lo estarán muchos de los lectores de estas líneas, nada que objetar. Sabia y segura elección pues, a pesar del paso agigantado del tiempo, él y su música nos siguen cantando y contando historias cargadas de humanidad y de nostalgia. ¡Qué las disfruten!
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Maestro del CEIP Reina Fabiola (Motril).
Autor de los libros ‘Cogollos y la Obra Pía del marqués de Villena.
Desde la Conquista castellana hasta el final del Antiguo Régimen‘
y ‘Entre la Sierra y el Llano. Cogollos a lo largo del siglo XX‘