La fantasía, la ensoñación y los encantamientos característicos de los cuentos de hadas en un entorno en el que todos, sin excepción, somos partícipes y víctimas.
Ediciones Nobel nos ha hecho llegar un ejemplar de la novela El Disfraz del meteorito, de Cris Novela López-Ocaña, primera de la trilogía de las dimensiones. En la contracubierta nos adelanta un rasgo esencial por cuanto sirve de reflexión colectiva: “¿Nos ha convertido la necesidad de gustar en protagonistas de un cuento de hadas?”.
La llegada de un personaje misterioso (Sam) al reino Naiv supone cierto alivio al luto que padecen por el fallecimiento reciente de la reina Zora, en el parto de su hija Uma. Este vendedor ambulante quiere compartir su magia con los habitantes de Naiv. Su prestidigitación está en un cubo de espejos que, gracias a los disfraces, ayuda a la gente a convertirse en quienes quieren ser por el hecho de experimentar durante un tiempo el papel que representa conforme a su nueva apariencia. Así, las personas podrían al menos plantearse otras formas de vida, tener ilusiones y expectativas distintas y también, esperanza.
Para extender el negocio, Sam tiene la idea de organizar un baile de disfraces. Tan exitoso resulta el evento que el rey Bronac –desoyendo la opinión de su consejero Dana– no tarda en publicar un Real Decreto por el que todos los habitantes de Naiv debían estar permanentemente disfrazados. Eso atraería el turismo al reino y, en consecuencia, aliviaría la economía del mismo.
Pero no todo el mundo acoge con el mismo beneplácito la decisión personal del rey, pues ponerse en la piel de otra persona supone vivir una mentira perpetua, entregados cada uno a una satisfacción inmediata. Iris es la única capaz de decirle al rey su parecer, pero lo que todos desconocían era precisamente los poderes mágicos de esta. Y lanzó una maldición…
Excepto la princesa, todos vivirían en la confusión de creerse quienes no son. Uma sería dotada de la claridad de ver el interior de cada uno de quienes le miraran a los ojos, tal y como son en su auténtica naturaleza, sin máscaras. Motivado por ese afán de los humanos de vivir de las apariencias y de la opinión que los demás tienen de nosotros, Naiv vive también pendiente de la poderosa y deplorable influencia que las redes sociales tienen sobre la imagen y autoestima personales. Además, Iris bendice a la princesa con la presencia del hada de luz Gaela que pondría alegría en su vida y el don de sentir alivio acariciando a un perro.
Cuando la princesa se enamora perdidamente del “príncipe” Anak, solo Gaela tiene la certera intuición de que este no es precisamente lo que aparenta. Por cada individuo que no consigue desprenderse del disfraz, la princesa Uma se resiente en su salud. El enigmático maestro Otto pondrá en orden la historia en el reino de las mil sonrisas.
Para comprobar las consecuencias de una decisión personal del rey, la autora ha optado por un salto temporal de veinticinco años después de la llegada de Sam, de manera que la protagonista puede tener la perspectiva necesaria de acontecimientos pasados para valorar el atrevimiento de su padre, origen de ciertos infortunios que padece su reino que no es más que el aprendizaje que cada uno de los personajes debe llevar a cabo.
La autora ha sabido hilvanar la historia con varias prolepsis que cumplen su función de anticipación, conscientemente imprecisa en este caso, creando unas expectativas en el lector.
Ubicado en un tiempo indefinido, El disfraz del meteorito no es una historia fantástica al uso, porque los habitantes de Naiv disponen de las nuevas tecnologías e intercambian mensajes por redes sociales y aplicaciones como Glassapp y las fotos son colgadas en Instaglass, disponen de dedófono, la diminuta hada luce diminutos bikinis y el reino cuenta con clubs nocturnos como la discoteca “Cube”. Además, suenan canciones como “The story of mi life” y “Let it go”, pieza esta última que aparece, por cierto, en la película Frozen, el reino del hielo.
El lenguaje utilizado por la voz narradora es moderno, caracterizando a algunos personajes por rasgos concretos, como Dana que se toca el pelo siempre que está nervioso y en el propio registro coloquial y juvenil, sobre todo en el hada Gaela en expresiones como mola, coñazo, tronco, maromo; acompañado por el de otros compañeros de viaje: “ya estás largando”, “me pareció una auténtica pasada”, joder, pelotazo, “trigo limpio”, “dar el lote”, etc.; lenguaje del que tampoco queda exenta la princesa al emplear términos como flipado.
Aparte las continuas referencias a las nuevas tecnologías, en boca de los personajes Cris Novela vemos extranjerismos como loft, look, loser, light, stand, tour, selfie…
Es interesante el perspectivismo que en ciertos momentos nos plantea la autora en cuanto al comportamiento humano representado, por un lado, por el rey que opina que las personas se comportan como les dice la gente que son y que por comodidad no quieren cambiar. En contrapartida, la princesa Uma piensa que los personajes no se manifiestan en toda su integridad por miedo a fracasar, o por desconfianza en sí mismas.
Por encima de la historia, fantástica solo en apariencia, prima el mensaje que quiere transmitir Cris Novela: el miedo que sentimos al rechazo y al abandono porque desprenderse del disfraz es atreverse a ser uno mismo. ¿Nos mostramos como realmente somos? ¿Apostamos por ser quienes queremos ser? O, por el contrario ¿presentamos un velo que cubre nuestro rostro verdadero? ¿“Las estrellas fugaces son realmente meteoritos disfrazados”? como dice la autora en la página 190.
Cristina Novela nos pone delante de los ojos la magia, la fantasía, la ensoñación y los encantamientos característicos de los cuentos de hadas en un entorno en el que todos, sin excepción, somos partícipes y víctimas.
El permanente desfile de personajes disfrazados aporta una interesante teatralidad a la novela y, en definitiva, el anacronismo de la historia nos recuerda que aunque formamos parte de una sociedad, debemos manifestarnos en nuestro yo más verdadero, lejos de la artificialidad en la que normalmente nos sentimos atrapados.
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Profesor de Educación Secundaria y Bachillerato