El día que Pedro Sánchez visitó en el sur de Francia la tumba de Manuel Azaña, junto con el presidente Macron, habíamos estado viendo en la clase de Historia de 1º el final de la Segunda Guerra Mundial y el genocidio cometido por los nazis contra los judíos. Y pese a que había proyectado mis imágenes del campo de Dachau y tratado de darle al tema toda la seriedad que requiere, una bromita de un alumno cuando sonó el timbre me obligó a llamarle la atención, haciéndole ver que lo sucedido allí nos impide, por respeto, hacer chistes frívolos o de mal gusto como el suyo.
Esa misma tarde fue cuando escuché decir a la presidenta de la Comunidad de Madrid que su eslogan electoral, para el 4 de mayo, sería “Comunismo o Libertad”, como si fueran irremediablemente antitéticos. Por eso, recordando lo sucedido por la mañana en clase y, sobre todo, mi tremenda impresión al acabar aquella visita familiar a Dachau en noviembre del 2018, decidí escribir este artículo, con la esperanza de que sirva para sensibilizar, más que para informar.
Dachau, en el sur de Alemania, cerca de Múnich, fue uno de los campos de concentración convertidos en campos de exterminio cuando el régimen nazi, ya en plena contienda mundial, decidió darle al problema judío la “solución final”, consistente en acabar totalmente con la población semita. Para ello, fueron dotados de los equipamientos necesarios para que sirvieran de instalaciones de asesinato masivo. Lo imprescindible eran las cámaras de gas, en las que se llevaba a cabo la ducha mortal, y los hornos crematorios, para la incineración de los constantes cadáveres.
Ambos pudimos verlos en Dachau. Incluso, totalmente sobrecogidos, entramos en la cámara de gas, donde miles de seres humanos habían perdido la vida de la manera más atroz. Y lo hicimos accediendo por la misma puerta que ellos y saliendo por la que usaban para trasladar sus cuerpos a los hornos, justo al lado de la cámara. Yo hice unas fotos, con la idea de que me sirvieran para transmitir a mis alumnos el horror de lo que allí pasó. Y, como he dicho, las proyecto en clase cuando vemos el tema y trato, con lo que les voy contando, que también ellos se sobrecojan. Porque la Historia debe servir para crear conciencia.
En Dachau, según la información del propio campo, estuvieron unos 600 españoles, de un total de unos 15.000 deportados por las SS desde Francia a distintos campos de concentración (principalmente a Mauthausen) después de su capitulación en 1940. Habían huido de España por la victoria franquista en la Guerra Civil y pasado por los campamentos de internamiento del sur del país galo, que los acogió con gran desgana. Pero luego colaboraron con sus fuerzas de resistencia, luchando junto a ellas contra la ocupación alemana. Por eso, unos llegaron a Dachau en 1942, transferidos desde Mauthausen, pero otros, en 1944, desde la prisión central de Eysses en Villeneuve-sur-Lot (Francia de Vichy). Indistintamente, cuando el campo fue liberado por los norteamericanos, a finales de abril del 45, la mayoría no pudo regresar a España, donde Franco seguía gobernando implacablemente.
Uno de estos españoles en Dachau fue el gallego Ramón Garrido. Había estado en el lado de la República durante nuestra guerra, participando en batallas como la de Teruel y la del Ebro, y huyó a Francia en febrero de 1939, donde se mantuvo siempre muy activo en la lucha contra los nazis. En enero de 1942 recibió la orden de la dirección del Partido Comunista de España de llegar a Lorient, en Bretaña, para organizar los primeros equipos de combate y sabotaje entre los españoles de la ciudad. Antes de marzo estaban constituidos más de una veintena de grupos de acción, encabezados algunos por combatientes en la guerra española, y desde mediados de ese mes se multiplicaron rápidamente las acciones contra el ocupante. En julio tuvo que escapar de la ciudad y refugiarse en Rennes, asumiendo una nueva identidad como León Carrero Mestre. Pero en noviembre de ese año fue detenido en París, encarcelado y juzgado (en diciembre del 43) junto con más de cincuenta republicanos españoles, siendo condenado a dos años de prisión y a una multa por actividades comunistas. El 18 de junio de 1944 fue deportado a Dachau, donde realizaría trabajos forzosos en el subcampo Landsberg y finalmente, liberado por los estadounidenses en abril del 45, pudo volver a Francia y trabajar como obrero tornero en diversas empresas de la región parisina. Desde allí, como miembro de la oficina política del PCE, siguió llevando a cabo numerosas acciones clandestinas en España contra la dictadura (http://museedelaresistanceenligne.org/media1856-RamA).
En Dachau debió coincidir, con seguridad, con Bernard Nikodemus, un alemán de Saarbrücken que durante nuestra guerra decidió venir a España a luchar contra el fascismo, por lo que se alistó en las Brigadas Internacionales que apoyaron a la República. Aquí fue hecho prisionero por las fuerzas franquistas y encarcelado en el campo de concentración de San Pedro de Cardeña, luego en el de Belchite y finalmente en Palencia, donde realizó trabajos forzosos en una cantera hasta que en 1941 fue trasladado a Alemania. Pero tampoco su lucha había terminado y nuevamente cayó detenido, siendo llevado hasta Dachau y su anexo Neustift. Como a Ramón Garrido, lo liberaron los estadounidenses, aunque a diferencia de él pudo regresar a la ciudad en la que había nacido.
Curiosamente, del español informa en alemán e inglés el propio campo, mientras que de Bernard Nikodemus la información, en alemán y francés, procede del espléndido Museo de Historia Regional de Saarbrücken. Pero ambos, que lucharon por la República en nuestro país y contra el nazismo en Francia o Alemania, son ejemplo de la inutilidad de las fronteras y la persecución frente al valor del ser humano que defiende, donde sea, la libertad, la justicia y la solidaridad.
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Profesor de Historia en el IES Padre Manjón
y autor del libro ‘Un maestro en la República’ (Ed. Almizate)