Un pueblo que no lucha por su libertad, está condenado a ser un esclavo
Hace unos días quedé con unos compañeros en Granada, de manera que dejé el coche en las afueras, más abajo del Hospital la Inmaculada, subí andando por la calle Ribera del Genil y luego me desvié por el Paseo del Violón, donde montaban el ferial en los años setenta, con el atronador ruido de los coches eléctricos. Al paseo también le llamaban entonces el Tontódromo, porque los jóvenes solíamos ligar por aquí. Años antes, celebraban aquí el mercado del ganado. Cerca del Puente Romano, me detuve unos momentos delante del monumento al flamenco, que el Ayuntamiento inauguró hace unos años. Sin embargo, al comienzo de la Transición, por los años ochenta, en este mismo lugar se inauguró un monumento a la Constitución de 1978. Tenía forma de un templete, sostenido con columnas, y estaba recubierto de mármol gris. En la parte frontal podía leerse: Granada a la Constitución española, 1812-1978, y en el lateral derecho venía reproducido el Preámbulo de la Carta Magna: La Nación española, deseando establecer la justicia, la libertad y la seguridad y promover el bien de cuantos la integran, en uso de su soberanía… En los otros laterales se reproducían frases de los artículos. El monumento, de estilo decimonónico, estaba coronado por una granada, era lo que se dice una obra de arte y yo a veces me paraba nada más que para contemplar aquella belleza.
En Internet, he encontrado esta crónica de Juan Luis Valenzuela, en el Plural.com, del 20 de noviembre de 2013, con este titular: Granada cambia un monumento a la Constitución por uno al flamenco, mientras mantiene otro en homenaje a Primo de Rivera. Un cantaor y una bata de cola pasan a sustituir al único ensalzamiento a la Carta Magna en la ciudad de la Alhambra (…). Si este hecho no fuera suficiente provocación para los demócratas ahora se une que un monumento a la Constitución que presidía el céntrico Paseo del Violón, «desapareció» hace unos años por motivo de unas obras y ya no ha vuelto a ser repuesto. (…). Y a continuación, describe el nuevo monumento: Así es como a «bombo y platillo» se inauguró este fin de semana esta inmensa escultura representada por una bata de cola, un cantaor flamenco y un guitarrista. Este hecho ya ha levantado polémica en la ciudad y algunos medios…
Resulta incomprensible e intolerable en una democracia que quitaran el monumento a la Constitución (que recoge los derechos y libertades fundamentales de los ciudadanos españoles) y colocaran en su lugar un monumento al flamenco, lo que da idea de la cultura democrática de los responsables del Ayuntamiento y, lo que es peor, que casi nadie levantara la voz en Granada. ¿Dónde estaban entonces los políticos, los intelectuales y los ciudadanos? ¿Es que no había otro sitio en la ciudad de Granada para un monumento al flamenco, mira que hay espacio en los Paseos del Salón y del Violón? Comprensible es que un dictador quite un monumento a la Constitución, pero no que lo haga en Granada un ayuntamiento democrático, que ha sido elegido libremente por los ciudadanos, precisamente porque este derecho viene reconocido en el artículo 23 de la Carta Magna. Un monumento a la Constitución está por encima de las creencias, de las ideologías y de las arbitrariedades de un ayuntamiento. Cierto es que el flamenco forma parte de la cultura de Andalucía y merece un reconocimiento, pero el monumento no puede ser ubicado en el lugar que ocupaba la Constitución, creo que la sociedad granadina tenía que haber reclamado ante semejante atropello y aún estamos a tiempo.
Baste recordar que la Constitución de 1978 fue pactada y consensuada por los principales partidos políticos (acordaron los artículos los políticos Pérez Llorca, Herrero de Miñón, Alfonso Guerra, Solé Tura, Miquel Roca…, los llamados padres de la Constitución) y fue votada afirmativamente por más del noventa por ciento de los españoles, el 6 de diciembre de 1978. Esta Ley de leyes es la que más ha durado en la historia democrática de España, la que ha permitido el progreso y las libertades que disfrutamos hoy día y la que hizo posible un pacto entre los vencedores y vencidos de la Guerra Civil de 1936. Lo que la II República no fue capaz de conseguir, fue posible con la Constitución de 1978.
Por eso merece algo más que un monumento, porque las libertades y los derechos se pueden perder (ya lo vimos con las restricciones del Gobierno a la libertad de expresión, aprovechando el confinamiento del pasado año) y también un país puede ir a la ruina por los malos gobernantes. Mi idea no es acusar ni señalar ahora a nadie, sino que la pregunta sería: ¿Granada se merece un monumento a la Constitución, a esos 169 artículos que consiguieron que los españoles pasáramos de vasallos a ciudadanos? La bella ciudad de Cádiz, tan amante de sus tradiciones, es un espejo y un ejemplo donde podemos mirarnos.
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