¡Si no ríes, no eres! ¡Cuenta un chiste, pon una sonrisa en tu vida y recupera felicidad!
Los granadinos sabemos, más que suficientemente y nos lamentamos cada día, de las muchas desdichas y desgracias que nos ocurren, así como de los aspectos negativos y de las sombras, que cubren nuestra ciudad y acechan a sus habitantes. Pero en pocas ocasiones, nos sentimos alegres y orgullosos de su belleza, de sus bondades, de sus cordialidades, de sus riquezas, de las virtudes y valores de sus habitantes, donde todo es abundancia y potencialidad. ¡Qué suerte la de vivir en Granada! ¡Qué envidia sana nos tienen los que no viven en ella! ¡Nunca vi Granada! Se lamentaba Rafael Alberti, en una de sus mejores baladas, recitada por Paco Ibáñez.
Desde luego que sí, que tenemos muchas razones para lamentarnos, pero muchísimas más para reconfortarnos. Indudablemente la balanza se inclina, con toda su fuerza al lado positivo; por ello podríamos afirmar que “por cada razón negativa que nos frena, disponemos cien positivas que nos abren puertas y nos aceleran”. Pero, sin dejar de reivindicar nada, somos nosotros, los granadinos, los primeros y los obligados a emprender la marcha, a poner en valor todos nuestros recursos, empezando por los primeros y más abundantes: los humanos. Resultaría interminable y tampoco pretendo realizar aquí un boceto de ello, pues mi interés de hoy, está en hacer una breve aproximación al carácter o forma de ser de los granadinos.
Pero, no podremos plantearnos nada, relativo al carácter granadino, sin antes aludir a una expresión tan local, como general: la conocidísima “malafollá” granadina. Se trata de un término achacado a los granadinos y autoproclamado por nosotros mismos, como nota identitaria de nuestro carácter. Aunque se preste a confusión, su origen etimológico está en el término latino “follis” soplar el fuelle. Se explica por las herrerías que había en el Albaicín, donde trabajaban adolescentes soplando el fuelle hasta conseguir la temperatura adecuada para fundir el hierro y moldear las formas del objeto realizado. Los que no lo hacían bien, tenían mal fuelle; es decir, malafollá.
Muchos son los autores granadinos que han estudiado el tema (Pepe Ladrón de Guevara, Andrés Cárdenas, Enrique Padial, José Luis Kastillo, etc.) y todos coinciden en líneas generales. Se trata de una expresión coloquial, equivalente a “mala uva”, pero que no implica mala educación, ni animadversión, ni discriminación alguna e incluso supone una cierta ironía, un humor negro. Eso sí, todos la entienden como hereditaria y sólo se transfiere genéticamente. Es una forma fea de hablar, que si no se entiende, puede resultar ofensiva; si bien en muchos casos, su portador pretende ganarse la confianza del interlocutor, tratando incluso de hacer gracia. Un malafollá, haciéndose el gracioso, resulta tremendamente cómico, pero tiene su interés.
Sin embargo, yo vengo a abrir una brecha en favor del buen humor y de la gracia de los granadinos. No pretendo introducirles en la teoría del pensamiento complejo, ni buscar el paradigma perdido, pero sí reivindicar el paradigma de la cordialidad, la comprensión, la esperanza y las posibilidades; buscando siempre el lado amable, sencillo y a veces oculto, pero real, de las personas y de las cosas. Todos los hechos, por pequeños que parezcan, son complejos, interdependientes; albergan matices, contradicciones, contrariedades y explicaciones difíciles, pues van más allá de lo visible, de lo científico, llegando hasta lo espiritual y lo simbólico. La mafollá puede ser granadina, pero también es universal.
En Granada, en esta grandiosa ciudad nuestra, pese a lo dicho, además de artistas y humoristas excepcionales, hay miles de ciudadanos con muy buen humor, cientos de personas simpáticas, que alegran la vida a los demás y que hacen más grata y llevadera la convivencia de los que aquí habitamos. Todos tenemos algún conocido, cuyo buen humor reclama nuestra presencia; una breve charla con ellos, eleva nuestro ánimo y nos permite reírnos, hasta de nosotros mismos. ¡Fantástico! Hace unos años tuve la ocasión de visitar a Isabel Morcillo, la hija del pintor Gabriel Morcillo y amiga del poeta Manuel Benítez Carrasco. No es necesario recordar para quienes la conocieron, la amabilidad y la grandeza de esta mujer, pero lo que más me impresionó, fue su forma jocosa de hablar; su inteligente conversar, cargado de humanidad, humanismo y humor desbordantes.
El buen humor y la gracia de las personas que los poseen, constituyen dos de las grandes cualidades o virtudes humanas, que se suelen heredar, pero también se pueden cultivar. Según Freud, implican una gran capacidad de adaptación y esta supone una de las mayores formas de inteligencia. Conllevan también una enorme empatía con todos los que te rodean. Del mismo modo, es una forma de entrega y de generosidad con lo demás. Una sonrisa y no digamos un risa a carcajadas, implementan una excelente terapia psicológica, que nunca bien mal. ¡Si no ríes, no eres! ¡Cuenta un chiste, pon una sonrisa en tu vida y recupera felicidad!
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Catedrático y escritor