Dedicado a Leo y Noel,
dos recién nacidos que llegan cargados de vida e ilusión
y repartiendo mucha felicidad a su familia.
En una provincia como Granada, tan históricamente ligada al sector agrario, existen pocos ejemplos como el protagonizado por el azúcar en el intento de consolidación de un tejido industrial autónomo. Una industria azucarera que llegará a jugar un importantísimo papel en el conjunto de la economía provincial. Y todo gracias a las dos plantas que, en cierta manera y de modo distinto, durante un tiempo mantuvieron el hálito de esperanza en la salida del perenne subdesarrollo (tan amenazante como traicionero). Se tratará de la remolacha azucarera y de la caña de azúcar.
Un cultivo de la remolacha y un desarrollo industrial a ella asociado que aparecerán tras la crisis provocada por los bajos precios de los cereales de finales del siglo XIX. Una revolución agrícola en la que nuestra provincia será pionera y en la que destacarán las vegas de Granada y Guadix. Así, en 1882, se construyó en las afueras de Granada la primera azucarera de remolacha de España: el ingenio San Juan (posteriormente Azucarera de San Isidro). Hasta entonces nuestro país se habría venido abasteciendo básicamente de las importaciones americanas –sin olvidarnos de la complementaria producción del azúcar de caña obtenida en la franja costera comprendida entre Málaga y Almería–. Un cultivo que, se vio favorecido, además, por la existencia de unas condiciones especialmente propicias: un suelo fértil, suficiente agua para riego y un clima adecuado. Circunstancias que conllevarán a la instalación sucesiva de más de un veintena de azucareras en la vega granadina.
Igual ocurrirá en la comarca accitana. El cultivo del novedoso tubérculo pronto arraigará en la mayoría de los pueblos y traerá consigo importantes cambios en la agricultura tradicional. Así, en los inicios mismos del siglo, en 1901, se construyó en Guadix la azucarera San Torcuato. Un proyecto industrial que, además, venía entrelazado con la construcción del ferrocarril y con la minería del Marquesado del Zenete. Si bien, la fábrica solo estará en funcionamiento tres cortos años. Aunque, eso sí, se seguirá comprando –aunque a precios muy bajos– la producción remolachera comarcal. Hasta que, en los primeros meses de 1912, se constituirá una nueva asociación agraria, la Unión Agrícola Azucarera, que, consciente de la oportunidad que se le brindaba, fijará su objetivo en la construcción de una nueva fábrica junto a la línea férrea. Un objetivo que pronto se verá cumplido con la ubicación de la azucarera Nuestra Señora del Carmen en la población de Benalúa (de Guadix). Una empresa que, como es sabido, esta vez sí, tendrá una larga trayectoria; pues, estará en funcionamiento hasta el año 1987.
Toda una buena noticia para la necesaria molturación de la remolacha granadina que, en todo momento, tendrá un decisivo impacto en la actividad agrícola. Llegando a alcanzar (hace más de un siglo) el punto culminante del desarrollo industrial de Granada; una provincia que llegará a producir una tercera parte del azúcar que se consumía en España. Y, por supuesto, dando trabajo a cientos de personas, que alimentaban día y noche todas y cada una de sus voraces factorías, al ritmo constante de sus grandes chimeneas humeantes. Unos elementos que, desde el punto de vista agrícola, aunque brevemente y ya en su epílogo, yo mismo podría relatar. Aunque, eso sí, referido al trabajo en los fértiles campos de Cogollos. Un cultivo que, como todos saben, requería de un adecuado estercolado, una precisa siembra, el escardado manual de primavera (“mancajado”), de los frecuentes riegos y de su laborioso arranque, además del conveniente descollado (“esculado”) que solían realizar las mujeres y los niños. Después se procedería a su carga en los pesados carros, remolques y camiones que las transportarían hasta las espaciosas básculas de la fábrica comarcal.
Por otra parte y ya referido al cultivo milenario de la caña de azúcar en la costa granadina desde más antiguo propiciará el despegue económico de la zona. Un cultivo que, introducido por los árabes en el siglo IX, experimentará una gran expansión en los años finales del siglo XVI y principios del XVII. Fechas en las que, de la mano de comerciantes granadinos y genoveses, se construirán numerosas fábricas azucareras llamadas “ingenios” o “trapiches” –si eran mediante la tracción animal–. Unos establecimientos para moler la caña que irán evolucionando hasta convertirse, durante los siglos XIX y XX, en las añoradas y modernas fábricas movidas por el vapor o por la electricidad.
Una planta, esta de la caña de azúcar, que, originaria de Oceanía y de la India, se adaptó bien a las particulares condiciones climáticas de la vega del río Guadalfeo (y que, posteriormente, será llevada hasta el recién descubierto nuevo continente: América). Una gramínea que requerirá de importantes labores en su cultivo y sobre todo en su recolección, llamada “zafra”. Una dura y pesada labor que requería de numerosos trabajadores temporeros, que se desplazaban hasta Motril y resto de los pueblos costeros con sus mulos y burros (e incluso acompañados de toda su familia). En unos periodos intensos en los que se ocupaban de la corta, la monda y el acarreo de los haces de cañas hasta los dispersos ingenios locales.
Toda una ejemplificación de la producción azucarera que muchas veces he podido apreciar con mis alumnos y alumnas en el Museo Preindustrial de la Caña de Azúcar de Motril. Un espacio museístico en el que se ofrece un excelente recorrido didáctico por los casi mil años de la cultura del azúcar de caña en la costa andaluza. Un museo que, por si fuera poco, se encuentra emplazado en el antiguo ingenio de la Palma (construido en el siglo XVI). Todo un ejemplo vivo de las viejas reliquias y de los vestigios materiales de nuestra tierra. Restos que, junto a las emblemáticas chimeneas que se mantienen erguidas en Motril (y por extensión en toda la llamada “costa del azúcar”), aún podemos encontrar como testimonio de su grandioso pasado. De un pasado en el que el sabroso jugo de la caña era transformado en cristalino azúcar y que, en otros casos, se veía destilado en alcohol (ron).
Una revolución dulce, tanto la de la remolacha azucarera como la de la caña de azúcar, de la que hoy me gustaría hacerme eco. Pues, por estas mismas fechas primaverales, de hace poco más de quince años, dejó de funcionar el último ingenio azucarero de Europa. Un 18 de abril de 2006 en el que, tal como antes ocurriera con las muchas fábricas granadinas que transformaban la remolacha o la caña en azúcar, una vez dada por concluida su última campaña, la Azucarera del Guadalfeo cerrará definitivamente sus puertas.
Un triste y progresivo desmantelamiento industrial que, con los cultivos de la caña y de la remolacha prácticamente desaparecidos, conducirá al derribo y la desaparición de las importantes referencias patrimoniales que las representaban. Cuyos restos quedarán en su mayoría abandonados, olvidados y deteriorados; a veces con la única presencia de sus emblemáticas chimeneas o de sus fantasmales naves. Testigos silenciosos de la ausencia de un auténtico tejido industrial provincial –en sentido general–. Ese que, precisamente ahora, tanto echamos de menos en la era de las deslocalizaciones impuestas por la globalización.
Por ello, para evitar que se nos prive definitivamente hasta de su mirada testimonial, se deberían arbitrar las necesarias figuras de protección y de conservación. Así como buscarles los usos más adecuados compatibles: museísticos, culturales, etc. Para que sigan manteniendo el paisaje evocador de un pasado no tan lejano y para que permanezcan como lo que son; como tesoros siempre dispuestos a ser descubiertos.
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Maestro del CEIP Reina Fabiola (Motril).
Autor de los libros ‘Cogollos y la Obra Pía del marqués de Villena.
Desde la Conquista castellana hasta el final del Antiguo Régimen‘
y ‘Entre la Sierra y el Llano. Cogollos a lo largo del siglo XX‘