Hacía tiempo que no veía a mi amigo Arturo, quizás demasiado, pues estaba acostumbrado a vernos diariamente. Bien para descargar algún camión o ir de mandaderos a Merca-Granada para ganarnos unas pesetas y poder echar la semana.
Ese año, 1973, fue de lo peorcito que he pasado en mi vida. Mi pelea con mi padre y el querer ganarme la vida por mi cuenta sin ayuda de la casa familiar de Salobreña, hacía que cada situación y cada instante de mi vida tuviese un objetivo, ganar dinero para pagar piso, comida, libros, cines, conciertos y algún cubata que otro en el Bar Cebolla.
Cogí y me presenté en su casa, que vivía justo al lado del río Genil y que a mi tanto me gustaba por tener el río a pie de obra. El motivo por el que no había podido ponerse en contacto conmigo, era que había cogido “las paperas” y claro, se nos olvida que en el año 73 no había teléfonos móviles y ni siquiera fijos teníamos cada uno en nuestro piso.
Rápido y al mismo tiempo ligero, comentamos lo del trabajo de la Pastelería Llorca en la calle San Antón. Que tendría que hacer doble trabajo y no perder ni una sola entrega para así tener contenta a Conchita, la encargada. Al día siguiente era día 12 de octubre y la gente llamada Pilar, celebraba su santo comiendo y comprando gran cantidad de tarta, dulces y bombones.
El día, efectivamente se presentaba duro y arduo, pues las bandejas estaban llenas de envíos. Conchita estaba cabreada por no haberla avisado o buscar otra persona para hacer las entregas. Yo como joven de Salobreña le dije que me comprometía hacer el reparto solo y a tiempo.
El día no amaneció muy allá, pues amenazaba lluvia y si alguien ha trabajado alguna vez entregando envíos de pastelería a domicilio, sabrá la dificultad del reparto lloviendo con una tarta en la mano. Pero mi plegaria a San Cayetano funcionó y la lluvia no hizo acto de presencia.
Eran las 3 de la tarde y aún me quedaban cuatro envíos por entregar, pero llegadas las 4, todo, absolutamente todo el pedido estaba entregado perfectamente en cada domicilio y yo me sentía tan agobiado, agotado y con unas ganas de comerme un bocadillo de atún con tomate, nada que tuviese dulce.
La recaudación fue la mejor desde que trabajábamos en la pastelería. Las propinas ese día fueron generosas, 243 más las 105 de la pastelería hacían el total de 348 pesetas, todo un capitalazo para una mañana de duro trabajo.
Me fui a la Bodega San Antón y me tomé una cerveza y mi bocadillo de atún con tomate que me supo a gloria. Bajé toda la calle hasta la casa de Arturo y nada más llegar le puse encina de la mesa todo el dinero y le dije, mitad para ti y mitad para mí.
¡Cómo, qué dices! Como lo está oyendo, repartimos y lo celebramos cuando estés bueno. Hoy por ti y mañana por mí. Qué maravilla de nuestra dulce amistad.
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