Sonya Carson nació en 1928 en una zona rural del condado de Georgia. Era la menor de 24 hermanos de una familia afroamericana con unos recursos económicos más que escasos. A los trece años abandonó la escuela y se casó con un pastor Baptista llamado Robert Solomon Carson en la ciudad de Detroit. Tuvieron dos hijos, Curtis y Benjamin pero, desgraciadamente se divorciaron cuando Benjamin tenía 8 años. No fue fácil para Sonya sacar adelante a su familia, tuvo que simultanear varios empleos con un entorno social poco favorable en una ciudad y una época, donde ser negro y pobre no eran buenos presagios.
El pequeño Benjamin empezó a destacar en la escuela por ser el más torpe, sus notas eran pésimas, apenas hablaba en clase y además tenía un temperamento muy complicado, eran muy frecuentes sus peleas con los compañeros, amenazas, etc.
Considero más valiente al que conquista sus deseos que al que conquista a sus enemigos, ya que la victoria más dura es la victoria sobre uno mismo. Aristóteles
La señora Carson apenas tenía formación académica, dedicaba muchas horas a trabajar para mantener a su familia y veía que el futuro al que parecían abocados sus hijos, no era nada halagüeño. Pero estaba decidida a que las cosas cambiaran, no quería que las circunstancias adversas que habían vivido ella y sus antecesores condicionasen el futuro de sus hijos. Era lo que Stephen Covey denominaba una “figura de transición”, alguien que no se resigna a lo que el destino parece que nos tiene preparado y decide tomar otro rumbo. Tomó unas pocas medidas: en lugar de ver tanta televisión Curtis y Benjamin no saldrían a jugar hasta haber terminado sus tareas y leerían dos libros a la semana de la biblioteca pública, además entregarían un resumen escrito para que ella pudiera revisarlo. Nunca supieron cómo lo hacía, pero sus hijos veían como concienzudamente Sonya subrayaba algunos párrafos del resumen, aunque apenas sabía leer.
Benjamin empezó a encontrar un gran placer en la lectura y poco a poco se fue aficionando a la biología, no obstante, esto no tuvo un gran reflejo en sus notas hasta que un profesor que intuía algo grande en él le dio la oportunidad de exponer a sus compañeros sus grandes conocimientos en los minerales. A partir de ese momento Benjamin empezó a creer en sí mismo y sus notas dieron un vuelco, graduándose finalmente como el primer alumno de su promoción. Consiguió una beca para la prestigiosa Universidad de Yale donde se licenció en Psicología, más tarde estudió Medicina en Michigan especializándose en Neurocirugía. Su esfuerzo y sus capacidades le llevaron a ser un extraordinario neurocirujano. Fue pionero entre otras cosas en aplicar técnicas de cirugía en el cerebro que se habían demostrado eficaces en otros órganos. Ha recibido numerosos premios y honores incluyendo 50 doctorados honoris causa.
La historia de Ben que, aunque parezca un cuento de los Charles Dickens o el resumen de un guion de película lacrimógena de domingo por la tarde, es completamente real, nos permitiría extraer muchos aprendizajes: que si el efecto Pigmalión, que si la importancia de la lectura, que si con esfuerzo y tesón podremos lograr todo lo que nos propongamos, etc. etc. No obstante, a mí me gustaría centrarme en la figura de su madre y del profesor que le apoyó cuando nadie apostaba un duro por él. Por desgracia de estas dos personas no encontramos tantas notas bibliográficas, pero fueron auténticos ángeles que dieron a Ben la oportunidad de desarrollar todas sus capacidades, (y lógicamente el esfuerzo de Ben fueron determinantes). La fórmula mágica que emplearon fue actuar sobre los entornos emocionales para despertar talentos adormecidos.
Todos vivimos inundados de emociones y estados de ánimo, muchas veces poco favorables que bloquean las expectativas, pero si nos sobreponemos y cada mañana buscamos nuevas oportunidades, las acabaremos encontrando.
Las palabras amables pueden ser cortas y fáciles de decir, pero sus ecos son realmente infinitos. Santa Teresa de Calcuta
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Psicóloga especializada en Mindfulness y
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