Seguramente sea la palabra la cualidad más genuina y hermosamente humana. Con las palabras nos comunicamos, nos educamos, nos enamoramos, solicitamos ayuda, damos solidaridad…
Durante muchos siglos y aún hoy, la educación tradicional ha negado la palabra a los niños y niñas. No me refiero a la voz, como respuesta a determinadas preguntas. Me refiero a que esa Escuela, con frecuencia autoritaria, ha tenido muy poco en cuenta los intereses o las necesidades emocionales de los niños y niñas.
Los niños y niñas no son seres inútiles que tenemos que adoctrinar, ni recipientes vacíos que hay que llenar. Muy al contrario, como decía Celestin Freinet en algunas de sus invariantes pedagógicas, los niños y niñas son de la misma naturaleza que los adultos, no les gusta que les manden autoritariamente, ni que les impartan lecciones magistrales, les gusta escoger sus trabajos, que la gestión de la vida escolar se resuelva mediante la cooperación y que solo se puede educar dentro de la dignidad.
Para el maestro y pedagogo francés la escuela no debe estar hecha para los maestros, sino para los niños y niñas. Esa escuela debe configurarse alrededor de los menores, adaptarse a sus contextos, partir de las cosas que les interesen y sobre todo darles la palabra.
Educar es ayudar a volar
En la película “ La lengua de las mariposas “ al final de su discurso de jubilación, el maestro don Gregorio se despide de sus alumnos y alumnas presentes en el acto, invitándoles … ¡ A volar ! . Una hermosa metáfora con la que pretendía resumirles sus intenciones educativas, basadas en los principios pedagógicos de la Institución Libre de Enseñanza.
Educar es entregarse a los demás, es ayudar a abrir caminos para que cada persona transite por la vida con sus experiencias, es un acto de amor. En ese encuentro, la palabra es el elemento imprescindible para quienes van a construir su conocimiento y lo que más necesitan es que se les permita usarla con libertad y a ser respetados como seres únicos e irrepetibles.
Educar es mucho más que enseñar determinados conocimientos, pues lo que se persigue es favorecer el desarrollo integral de las personas. No siempre que instruimos educamos, pero siempre que educamos se enseñan algunos saberes. Siendo necesarios los aprendizajes de conocimientos, la acción de educar no llega a su plenitud, si esos saberes no son útiles para la vida de las personas y les ayudan a conseguir la felicidad.
Hay quienes piensan que la función de la escuela es la de instruir solamente y que la educación es responsabilidad de las familias. Es obvio que las familias juegan un papel capital, pero si aceptamos que nos educamos cuando nos relacionamos en sociedad, sería lógico pensar que la función de la escuela no puede ser solamente la de instruir. Además de ser un enorme despilfarro de recursos, sería socialmente muy injusto. La educación debe ser un elemento de compensación social y posibilitar la igualdad de oportunidades a todas las personas. Ese encuentro dialogado entre personas que es la educación, necesita de todas las palabras, de todas las voces, de todas las manos.
Para ayudar a volar, la escuela tiene que darle la palabra a los niños y niñas. Y tiene que dársela en libertad. Para conseguirlo no es lo mismo un paradigma educativo que otro. El uso libre de la palabra facilitará la participación, favorecerá que afloren los sentimientos del alumnado y fortalecerá el auto aprendizaje de los conocimientos relevantes que les interesen.
La palabra para participar
En la escuela la palabra debe fluir continuamente. Los docentes debemos facilitar que aparezca en sus formas más variadas, libres y diáfanas. La petición respetuosa para hablar debe ser posible en cualquier momento. Hablar entre compañeros y compañeras no solo debe ser posible, sino deseable, ya que favorecerá el intercambio de opiniones y saberes, haciendo que el trabajo sea cooperativo.
La escuela es un extraordinario lugar donde aprender a usar la palabra de acuerdo a las normas y el respeto a los demás. También se aprende cuando y como la usaremos y por tanto que tenemos que pensar antes de hablar. La palabra tiene sentido si va acompañada de una idea, saber o emoción.
Hay algunas técnicas que favorecen y democratizan el uso de la palabra. Tal como decía Freinet, la democracia del mañana se prepara con la democracia en la escuela. Además del uso habitual de la palabra a lo largo de la jornada escolar, incorporaremos a la organización de la clase la asamblea.
No profundizaré aquí el como introducir o desarrollar esta técnica ya que es muy conocida. Yo mismo he escrito sobre ella en otras ocasiones. Solo decir que podrá ser ordinaria o extraordinaria, que será gestionada completamente por el alumnado, que la elección de las funciones para su desarrollo será rotativa y que se levantarán actas. Al principio facilita mucho la existencia de unos carteles o cajas donde se escriban o depositen durante la semana, las felicitaciones, las críticas y las propuestas.
Participar de manera habitual en las asambleas, nos enseña los principios de la democracia, nos permite expresar lo que deseamos o sentimos y nos ayuda a perder el miedo a opinar y participar.
Cuando la palabra se hace escritura, arte o investigación
A lo largo del tiempo, con la humanización de las personas, la voz y la palabra se hicieron escritura y arte. Tal vez sería por eso que Voltaire escribiera que, la escritura es la pintura de la voz.
No encuentro una manera más sencilla y maravillosa para que los niños y niñas escriban sus intereses, deseos y emociones que los textos libres. Los textos son verdaderamente libres, cuando se escriben de manera voluntaria. Cada mañana son leídos aquellos cuyos autores y autoras quieren compartirlos con el resto de la clase. Tras la lectura se elige el que más gusta y se trabaja su ortografía, sintaxis y estilo. De ahí pasa al libro de la vida o se guarda para el periódico escolar.
Las palabras libremente escritas también pueden expresarse en forma de cuentos creativos siguiendo la estela de autores como Gianni Rodari , en forma de tebeos, realizando poemas en forma de caligramas, escribiendo un guion para una obra de teatro o expresándola de diferentes maneras plásticas. El resultado de esos trabajos escolares se pueden compartir con otras clases mediante la correspondencia escolar.
Cuando le damos la palabra a los niños y niñas y escuchamos sus propuestas, podemos construir un currículo escolar cuyos contenidos partan de sus intereses y sean relevantes para sus vidas. Los libros de texto no pueden cumplir esos requisitos ya que sus contenidos vienen prefijados de antemano por las editoriales y por mucho que lo intenten no pueden ajustarse a los contextos y diversidad de todo el alumnado. A lo sumo darán respuesta a esa talla única de alumnado que en la realidad no existe. Un libro de texto es una propuesta más o menos cerrada y sustituye frecuentemente al docente en lo que debería ser su tarea de seleccionar, adaptar y concretar el currículo en su aula.
Para conocer la diversidad del mundo en el que vivimos, deberíamos partir de aquellos contenidos que les interesen a nuestro alumnado. Ese interés hará que se ponga en marcha la motivación, condición imprescindible para el aprendizaje, tal como nos lo muestra la Neurociencia. Pero esa motivación será finalmente doble ya que también los docentes les sugerimos y animaremos a conocer otros contenidos que nos parezcan necesarios.
La manera más científica para conocer el mundo que nos rodea son los procesos de investigación. Al darle la palabra a los niños y niñas, al escuchar sus intereses y motivaciones, estaremos desarrollando un paradigma educativo que apuesta por la propia construcción del conocimiento, respetando la diversidad de nuestro alumnado. Para que la palabra fluya y para que todo el alumnado pierda el miedo a hablar en público, les animaremos a que expongan a la clase sus proyectos de investigación mediante las conferencias.
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licenciado en Historia, ha sido maestro e Inspector de Educación.
Escribe artículos, realiza vídeos y es autor de libros sobre temas de Educación,
entre los que destacaría “La Investigación del Medio en la Escuela”.