En el año 2018 la Unesco inscribió los “Conocimientos y técnicas del arte de construir muros en piedra seca” en la Lista Representativa del Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad. En Junio de 2.004 se celebró en Pegalajar, Jaén, el II Congreso Nacional de Arquitectura Rural en Piedra Seca. Desde entonces numerosos colectivos de investigadores se esfuerzan por toda la geografía nacional en catalogar este inmenso legado arquitectónico que tiene una especial relevancia en los países del entorno del mediterráneo. Ayuntamientos, Diputaciones y diferentes asociaciones culturales organizan cursos para que el trabajo de la piedra no se pierda.
En Andalucía, los sistemas Béticos y Penibéticos son especialmente ricos en la utilización de la piedra seca como recurso de adaptación e integración en la naturaleza. Por toda la región se encuentran expresiones de estos hábitats realizados con materiales pétreos: zahúrdas, chozas, eras, balates y muros de separación. Basten algunos ejemplos, las chozas del norte de la provincia de Córdoba asentadas en Sierra Morena y Los Pedroches destacan por su variedad tipológica y dispersión geográfica; los “ zahurdones” de la Sierra de Aracena con su característica forma de túnel y el rico patrimonio que alberga Sierra Mágina: eras de trilla, minas, cercas, las albarradas u hormas de la huerta de Pegalajar, los pozos de nieve y los chozos, caracoles, monos o cuevas de piedra caliza sin labrar y sin argamasa que recuerdan un potente pasado ganadero y agrícola de montaña.
En nuestra provincia, con una riquísima tradición agropecuaria, con una amplia red de hábitats rurales y con un paisaje de montaña muy antropizado poseemos una copiosa representación de esta arquitectura mineral; la construcción de terrazas y vegas, desde época andalusí , para crear espacios de regadío en la montaña, obligaron a la construcción de una ingente cantidad de “balates”; el cultivo de cereales propició por cortijos y pueblos la fabricación de amplios espacios de eras , y las actividades ganaderas han necesitado secularmente construir infraestructuras como corrales, cabañas y cobijos por todas partes. Este inmenso patrimonio está necesitado de una puesta en valor y de un amplio inventariado antes de que el olvido, el cambio de actividades productivas y la desidia acabe con tanto acervo, con tanta cultura.
Desde hace más de una década acostumbro a patear y escudriñar con mi amigo Ricardo Ruiz el amplísimo territorio del Cenete, nuestra comarca, disfrutando de sus paisajes, analizando el territorio, buscando caminos, cortijos y minas en una ingente labor que posibilite si es necesario la puesta en valor de los bienes patrimoniales localizados. En esta ocasión quiero dar a conocer a la luz pública la existencia de unos refugios fabricados en piedra seca, “casillas” se les llama aquí, únicas en la comarca que se emplazan al pie de la Sierra de Baza, en la localidad de Charches.
Pero ¿quién ha estado en Charches?. Visto desde las estribaciones de Sierra Nevada el viajero queda sorprendido ante la visión de lo que parece ser un pueblo construido en la más lejana y recóndita de las soledades. Una estrecha carretera asfaltada sale de La Calahorra y seccionando los llanos del Sened se encarama, como quién no quiere la cosa, hasta la misma falda sur de la Sierra de Baza……..fin de trayecto, aquí muere la carretera. Estamos a 1.426m de altitud en un pequeño poblamiento perteneciente al municipio del Valle del Zalabí y que es el tercer pueblo más alto de la provincia. Desde su caserío se observan unas impresionantes vistas del Picón de Jérez, del puerto de Bérchules y de los Morrones de la cara norte de Sierra Nevada.
Su origen, según nos cuenta Ricardo R. Pérez, se debe a las roturaciones que en los siglos XVII-III realizaron los vecinos de los pueblos del Cenete en la Sierra de Baza. Vecinos sin tierras comenzaron a desbrozar monte para finalmente construirse casas, constituyendo poco a poco vecindario y así atender mejor los nuevos campos puestos en labor. En el caso de Charches debieron ser vecinos de La Calahorra puesto que en cuanto la cortijada empezó a tener cierta entidad perteneció al ayuntamiento de esta localidad. En 1837 era una población con ayuntamiento propio con 59 vecinos que tenía anexionados a los cortijos de EL Raposo y la Rambla del Agua ; pero fue en 1975 cuando Charches, Alcudia y Exfiliana se fusionaron para formar el actual municipio del Valle del Zalabí. Su territorio está constituido por una orografía sinuosa, quebrada, por unas lomas pedregosas que van descendiendo suavemente hasta los 1.100m de los llanos del Cenete. La aridez del terreno, la inexistencia de cursos de agua y las características de sus suelos, calizos hacia el Oeste y pizarrosos hacia el Este, configuran unos espacios donde la agricultura se ha desarrollado con unas dificultades extremas.
En los siglos XIX y XX las tres fuentes de riqueza de Charches fueron la ganadería, la agricultura cerealista de secano y el esparto. La recolección del esparto se realizaba entre los meses de septiembre a diciembre a campo libre; cada recolector intentaba cosechar la mayor cantidad posible para transportarlo con sus propios pies o con la ayuda de algún animal hasta la zona de pesaje. Una pequeña parte de la cosecha se quedaba en el pueblo para satisfacer las necesidades del mismo y con la que los buenos campesinos artesanos fabricaban espuertas, aguaderas, serones, cuerdas y” jarpiles”, herramientas imprescindibles para realizar las labores agrícolas. Restos suficientes de esta actividad quedan en la toponimia, en Dólar denominan a estos pagos como “Los Atochares” y aún queda en pie un cortijo que recibe el nombre de “Casilla del Esparto” porque era el punto de acumulación y depósito de esta planta a la que los recolectores acudían para llevar el resultado de su arduo trabajo.
En septiembre comenzaba la sementera, primero en los predios altos de la sierra, para después ir bajando poco a poco hasta el llano, alargándose a veces hasta noviembre ; se sembraba especialmente cebada, trigo y centeno. Desde estas fechas los campos asistían a un pulular de campesinos que acompañados por sus respectivas “bestias” con sus hatos ( “ubio”, “arado de reja”, “sarrieta” y “sembraera”) se desplazaban de bancal en bancal realizando las “mergas” y completando la “sembraera”. Una vez crecido el sembrado se abordaba la “barbechera”, tarea consistente en enterrar con el arado el rastrojo de la cosecha anterior. En enero llegaba la “escarda”, trabajo encomendado especialmente a las mujeres que con su mancaje en mano quitaban las malas hierbas y poblaban los campos hasta inicios del mes de Abril. El duro invierno del Cenete, los fríos gélidos que soplaban desde Sierra Nevada y las nieves llamaban a las familias a recluirse en casa, era el momento de hacer la “pleita” para trenzar sogas y aperos. Llegado el verano había que hacer la siega, la trilla, la “parva” y la “ablienta”. Estas últimas tareas se realizaban en “ el collao” de las eras, una explanación situada por encima del caserío y que aún sobrevive a la presión de las nuevas edificaciones, posibilitándonos observar y estudiar uno de los mejores conjuntos de empedrados de la comarca.
Todas estas actividades se realizaban en unos terrenos muy quebrados, sinuosos, con una gran inclinación y en los que las parcelas allanadas son prácticamente imposibles. Cada predio tiene una gran cantidad de piedras que hay que ir extrayendo poco a poco y a las que hay que darles utilidad; son rocas carbonatadas secundarias conocidas como “caliches” que los arados van rompiendo una y otra vez; cuando el desnivel lo requería se construían balates o albarradas y en otras ocasiones el agricultor optaba por construir su “casilla”, casi siempre en el borde de la parcela o entre dos parcelas levemente desniveladas. Este tipo de arquitectura es considerada por algunos como “patrimonio menor”, como “arquitectura efímera” que carece de importancia para el conjunto de nuestro Patrimonio. Estas afirmaciones nos parecen un craso error puesto que cualesquiera que sean las manifestaciones del hábitat rural, por humildes que parezcan, son la respuesta del poblamiento para resolver los asuntos cotidianos de la existencia, adaptándose al medio y al territorio. Requieren una gran pericia, una mimetización con la naturaleza y una respuesta adaptativa a las duras condiciones medioambientales.
Los ejemplos que tenemos geográficamente más cercanos son los llamados “chozos”, “caracoles”, “monos” o “cuevas” en la cercana Sierra de Mágina, donde existen un buen número de ejemplares asociados a la actividad ganadera y en Padul, en el Valle de Lecrín, donde se localizan prototipos muy parecidos a estas “casillas”, allí se denominan “catifas” “alcatifas” o” cortijillos” y se encuentran en los secanos de este pueblo, donde curiosamente se comparte una piedra caliza sedimentaria idéntica a la de Charches.
¿Qué son, pues, las “casillas” de Charches?. Estamos hablando de unos habitáculos de piedra seca con un aspecto rústico y primitivo con una única estancia de forma cónica y redondeada como la de un iglú. Los hay de variadas formas y tamaños, que van desde un espacio para dos personas hasta seis u ocho. Se distribuyen salpicadas por el territorio, entre lomas y vaguadas, descendiendo desde el pueblo hasta los primeros bancales planos que engarzan con el gran llano; aparentemente no responden a ningún plan predeterminado sino que son fruto únicamente de la voluntad y la necesidad de cada campesino con los trabajos en su parcela. Su planta puede ser rectangular, cuadrada o circular, aunque su interior es siempre redondeado. La técnica constructiva exige al campesino un depurado trabajo artesanal. Se utilizan las piedras del lugar y tras dibujar en el suelo, con grandes mampuestos, la planta de la “casilla”, se procede a colocar sucesivas hiladas de piedras que se traban paulatinamente con las que van debajo. Una vez alcanzado 1m o 1,50m se comienza a construir la falsa cúpula que se consigue a base de nuevas hiladas concéntricas que se van remetiendo por aproximación hacia el centro. Finalmente, una o dos grandes lajas planas cierran el techo y nuevos mampuestos redondeados se colocan encima para terminar de impermeabilizar el conjunto y darle una forma cónica achatada característica.
El acceso es un hueco abierto en la pared de pequeñas dimensiones y que siempre exige acacharse para poder entrar al interior, sus medidas pueden ir de 1m a 1,20 de alto y el ancho de 55 a 75 cm; una laja aplanada realiza la función de dintel para asegurar la estabilidad de la abertura. Estas aberturas de acceso nunca tienen puerta y casi siempre están orientados al sur o en otras ocasiones al este para evitar los gélidos vientos del norte. El suelo está aplanado pero no tiene ningún tratamiento constructivo especial, enlosado o empedrado. En ocasiones pueden tener en algún lateral o en todo el perímetro un segundo muro que actúa de contrafuerte. En otras ocasiones el muro exterior es tan grueso que puede estar relleno en su interior con piedras más pequeñas. La altura total exterior de la “casilla” es variable, depende de las dimensiones que el constructor quiera conseguir, pueden ser de 1,50, 1,80 o hasta 2,60m que es el más alto que hemos localizado.
En Charches eran construidas por los campesinos con dos objetivos: despedregar el espacio de cultivo y disponer del habitáculo para guarecerse de las inclemencias del tiempo, las tormentas, comer, sestear o guardar los aperos de labranza. Igualmente hemos podido constatar que eran utilizadas por los pastores en el verano, cuando recorrían con sus ganados las rastrojeras.
La evolución de la agricultura está posibilitando que estas “casillas” hayan perdido su uso, comiencen a ser abandonadas y amenacen su ruina y desaparición. Algunas de ellas presentan desperfectos, algún hueco en la pared, la pérdida del techo o el derrumbe parcial de alguna de sus paredes, están pidiendo una urgente intervención o perderemos inexorablemente este patrimonio, esta seña de identidad de un pueblo esforzado y trabajador.
Actualmente los habitantes de Charches, reconocidos como buenos emprendedores en la comarca, viven de las granjas de pollos que salpican su territorio. Además, en los últimos años se está produciendo un auténtico boom con el cultivo del almendro y lo que antes eran espartales y campos de cereales están siendo sustituidos por el cultivo de este árbol. La introducción de maquinaria pesada posibilita la rotura de las grandes placas de caliche que estorban a los arados y que acaban acumulándose en montículos en los bordes de las parcelas y amenazan con aplastar las frágiles “casillas”.
Tenemos localizadas e inventariadas unas veinte “casillas” aunque debió de haber unas sesenta o setenta. Nuestro propósito es el de intentar ponerlas en valor, contando con el Ayuntamiento, los vecinos y el resto de las instituciones. En cualquier caso quiero decir que llevamos varios meses explorando las construcciones de piedra seca de este pueblo y puedo afirmar con rotundidad que: “Las casillas de piedra que salpican el sinuoso campo de Charches constituyen uno de los conjuntos constructivos de piedra seca más interesantes y singulares de la provincia”. En la comarca del Cenete son únicas, no se conoce la existencia de esta arquitectura en los demás pueblos. Actualmente tenemos catalogadas unas 20 de estas casillas, aunque a decir de los lugareños debió haber en el siglo pasado 50 ó 60.
Finalmente quedan por resolver unas cuantas incógnitas a las que esperamos poder responder pronto. ¿Porqué existen estas construcciones tan originales solamente en Charches siendo desconocidas en los pueblos del entorno?. ¿Cómo llegó aquí esta técnica, quién la introdujo?. ¿A qué intercambios culturales responden estas casillas?
Antonio Castillo López
Mayo, 2021