De unos días a esta parte, estoy escuchando gritar a unos y a otros el sacrosanto nombre de Andalucía –debéis aplicar lo dicho a cada una de las provincias que componen nuestra Autonomía–; a veces, para bien, y otras para mal; con intención de buen uso, o de mal abuso; en fin, como desgraciado apoyo a pretensiones malsanas, o, en el mejor de los casos, con total desconocimiento de las virtudes que son propias de nuestra tierra.
Y, lo que aún es peor: usando el manido sambenito –“Letrero que se ponía en las iglesias con el nombre y castigo de los penitenciados, y las señales de su castigo” (DRAE)– de culpar al primero que pasa por la puerta, bien ejerza el oficio de periodista, de político, de juez, de albañil, etc.
En el mensaje del Papa Francisco, con motivo de la 55 Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales, aunque refiriéndose a los “(…) ‘periódicos fotocopia’ o en los noticieros de radio y televisión y páginas web”, hay un párrafo que no me resisto a reproducir, aunque sea poniendo en tela de juicio mi aireada imparcialidad –entended, eso sí, que con aplicación a lo dicho al principio–: “(…) una información preconfeccionada, “de palacio”, autorreferencial, que es cada vez menos capaz de interceptar la verdad de las cosas y la vida concreta de las personas, y ya no sabe recoger ni los fenómenos sociales más graves ni las energías positivas que emanan de las bases de la sociedad”.
Estoy llegando a pensar que lo de “vivir en sociedad universal” no es más que una utopía; que el “respeto a las personas” ha quedado en el olvido; y que la “paz social” ha sido abandonada.
¿Estaremos volviendo a organizarnos en clanes o tribus de carácter insolidario? ¿Estaremos reavivando las enseñanzas de la “escuela cínica” –el griego Antístenes fue su fundador– sobre la toma de decisiones del propio individuo como único camino?: “El hombre llevaba en sí mismo ya los elementos para ser feliz y conquistar su autonomía era de hecho el verdadero bien” (es. Wikipedia.org).
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de
Ramón Burgos
Periodista