Son innumerables las historias que podrían contar cada tumba, cada lápida, cada panteón del cementerio de La Zubia. Sólo he querido ejemplificar en esta serie de artículos, cómo un pequeño cementerio local alberga, al igual que los grandes cementerios de la capital, sus leyendas, sus acontecimientos y sus personajes. Es necesario descubrirlas. Pasear por sus caminos nos invita a conocer a quienes nos precedieron con todas sus miserias o fortunas. Aquí también hay espacio para el arte y para la historia.
En la Zubia se conserva una curiosa cruz de piedra, la llamada Cruz de las Ánimas, porque efectivamente fue construida por la “Hermandad de las Ánimas Benditas”, aunque no fue una cofradía de la Zubia. La cruz no es originaria de la villa sino que vino desde Granada traída por sus propietarios: el matrimonio formado por don José Quesada Glibert y doña Magdalena Pertíñez Mendigorri, con la pretensión de honrar el cementerio de La Zubia. 1946 fue la fecha de la donación de la cruz, al parecer procedente del callejón del pretorio, donde parece que debió formar parte de alguno de los viacrucis que partían de aquella calle granadina, junto al río Genil. El valor histórico de las inscripciones que conserva se une al valor artístico de las toscas representaciones de las ánimas benditas encarnadas por dos personas de distinto sexo con las manos cruzadas en actitud orante, cuya parte inferior aparece envuelta en llamas. Lamentablemente las cabezas de estos pequeños personajes han desaparecido, lo que no resta valor a esta cruz devocional erigida por una hermandad de ánimas de las muchas que hubo en esa época en la capital.
Otras veces la belleza estilística está presente en las propias lápidas. Hoy la tendencia suele ser al minimalismo, con la mención del nombre del fallecido y el dato de nacimiento o muerte, junto a alguna frase laudatoria, a veces incluso con una pequeña fotografía del mismo, o una sencilla cruz o imagen religiosa. Pero en otras épocas los marmolistas desplegaban toda una panoplia de artificios decorativos que hoy nos parecen recargados y casi barrocos pero que solían indicar igualmente el estatus social del fallecido.
Lógicamente, a mayor decoración, más coste tenía la factura y por tanto podemos imaginar que era mayor el poder adquisitivo de la familia. Aunque también tiene que ver con los diferentes estilos funerarios. En los años 20 y 30 del siglo pasado estaban de moda los motivos góticos mezclados con los vegetales que se perpetuaron hasta los años 40. Más tarde se impusieron por unanimidad las cruces, que omnipresentes pueblan las lápidas de los años 50 hasta los 70, salvo pequeñas excepciones como algunos crismones, o las escasas representaciones de la virgen en esta época (casi siempre en tumbas femeninas). En las últimas décadas del siglo XX se va imponiendo poco a poco el abandono de los elementos accesorios hasta llegar a un estilo cada vez más sobrio y escueto. En los últimos años se va aplicando una nueva forma de impresión en cerámica o porcelana que permite incorporar imágenes a todo color. Seguramente en otros casos la sencillez no vino determinada por la simpleza sino por la falta de recursos que el tiempo no ha podido borrar.
La arquitectura funeraria ha sido poco estudiada, aunque cada vez gana más adeptos. Es un campo abierto todavía a interpretaciones, pero muy interesante. Hay construcciones, por ejemplo, que pretenden ser diferenciadoras, pero no por su soberbia y grandeza, sino simplemente por una arquitectura ajena al resto. Tienen mucho que ver con el artesano que las elabora, con más o menos pericia, con mayor o menor conocimiento, y sobre todo con más o menos recursos. Otro capítulo aparte merecen los encargos que a veces se hacen a escultores para decorar los sepulcros, aunque de estos últimos no hay muchos ejemplos en La Zubia.
No obstante la mayoría de los panteones destacan por un rasgo muy diferenciador: el tamaño de los mismos. Los metros cuadrados de tierra que ocupan indican sus posibilidades económicas, frente al resto de los mortales que apenas pueden costar un simple nicho compartido las más de las veces por varias generaciones. Pese a su tamaño los hay de dos clases, los que pretenden ser sencillos (aunque no lo son), y los que gozan con la magnificencia. Los primeros aunque tienen una gran extensión de terreno, sólo indican el nombre de sus propietarios y una cruz o escultura que los identifica. Los segundos suelen querer reflejar su influencia inscribiendo a todos los familiares, en una escultura que imita un inmenso libro por ejemplo.
Para los genealogistas, investigadores e incluso historiadores, estas inscripciones funerarias son una fuente de información de primer orden. Desde hace algunos años, los camposantos han visto crecer el número de personas que acuden por razones muy distintas a las del resto de visitantes. No buscan entre sus muros el contacto con sus seres queridos, sino los datos que albergan sus tumbas. En las lápidas se suele anotar no sólo el nombre del difunto, sino también su fecha de defunción, y en muchos casos la edad al fallecer, por lo que podemos obtener con mayor o menor exactitud el año de nacimiento. En ocasiones se pueden encontrar ambas fechas y hasta saber los familiares que tenía el difunto en la fecha de su muerte. Frases tan poco originales, como por ejemplo “tus nietos no te olvidan”, permiten intuir que al fallecido le habían precedido en la tumba sus hijos y sólo contaba ya con familiares en segunda generación. Por el contrario esquelas con la inscripción “tus sobrinos y familiares te recuerdan”, hacen suponer que los fallecidos no tuvieron hijos o éstos fallecieron jóvenes y sin sucesión. A veces la investigación es más difícil, pero en general permite aportar muchas pistas sobre la existencia de nuestros predecesores.
En otros casos se incluyen títulos o cargos, y en ocasiones nos dan hasta detalles de la forma de su muerte. No son frecuentes, pero aparecen casos de lápidas donde se indica que el fallecido fue “asesinado vilmente”, que era “doctor en Medicina”, o que tenía el título de “licenciado”. Los panteones suelen ser auténticos tesoros para los investigadores, entre los que me incluyo. Si son de familias nobles aparecerán sus escudos de armas. El mayor o menor nivel de riqueza nos lo indicarán, no sólo la arquitectura funeraria, sino incluso los autores del panteón, en ocasiones renombrados arquitectos y escultores. En estos sepulcros podemos encontrar sagas familiares enteras, de modo que padres, hijos y nietos yacen bajo el mismo techo, y permiten reconstruir con facilidad una genealogía.
También en La Zubia hay numerosos ejemplos de este tipo de arquitectura funeraria. Aunque relativamente sencilla quizás el mejor ejemplo sea el de la familia de Diego Quesada Megías (1822-1884), erigido como un simple monolito coronado por una cruz, pero en el que se pueden leer más de cuarenta inscripciones funerarias desde 1899 hasta la actualidad. Nombres y fechas que se distribuyen entre los cuatro laterales del bloque, todos los espacios que quedan en su base, y el suelo en el que se apoya; en un sinfín de datos que alcanzan hasta siete generaciones de una misma familia.
Por eso es necesario ir con calma por este cementerio, como por cualquier otro. Son espacios donde la información abruma, y donde la historias familiares se entrelazan formando toda una tupida red, en los que hay que saber distinguir lo destacable de lo común. Las piedras hablan. Unas veces con gritos desgarradores, otras con serenidad. Quieren contarnos mucho y tenemos que estar dispuestos a escucharlas. Hay que acercarse a estos espacios con nuevos ojos, para tratar de ver más allá del destino último de nuestros difuntos. Sin duda, los cementerios albergan mucha más vida de la que nos imaginamos a simple vista.
AROMAS DEL LAUREL:
Un recorrido por la historia de La Zubia.
Alberto Martín Quirantes
VER CAPÍTULOS ANTERIORES:
01 La Inquisición en La Zubia
02 Antonio Gala y los Sonetos de La Zubia
03 La Infanta de La Zubia
04 Los cementerios de La Zubia (1ª parte)
05 El órgano de la Iglesia de La Zubia
06 Los cementerios de La Zubia (2º parte)
07 La Huerta Iberos
08 Los cementerios de La Zubia (3ª parte)
09 La ocupación francesa en La Zubia
10 Los cementerios de La Zubia ( y 4º parte)
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