Últimamente o quizás desde siempre he tenido fama de ser buen comedor y de exhibir lo que como y dónde lo como. Pienso que todo viene desde el mismo momento que dejé mi casa de Salobreña para venirme a estudiar a Granada.
Aquellas comidas caseras de mi querida madre pasaron a ser un lindo recuerdo de olores y sabores difíciles de encontrar en aquella Granada de 1973. Al principio vivía en un piso compartido con tres mujeres, con mi querida hermana Amparo a la cabeza.
Pero no pensemos que por vivir en un piso con mujeres el tema culinario ya estaba solucionado. Siempre fui muy independiente o tal vez quería probar el tema culinario que se movía por aquella Granada universitaria de principios de los años 70.
El primer sitio que recuerdo con buen sabor y trato recibido es el Restaurante Chicote en la calle Moral de la Magdalena, sitio de familia de toreros y en donde comíamos estudiantes y trabajadores por 25 pesetas cada menú, eso sí, tenías que comprar un ticket de 10 comidas. El menú era variado y muy rico, con dos platos, ensalada y postre, allí fue donde probé el flan Dhul por vez primera que tanto me gustaba.
Pero como ya escribí hace semanas, mi vida ese primer año en Granada fue dura, pues me puse a trabajar de todo lo que me salía, descargar camiones, mandadero, repartir tartas, titiritero, etc.
Entonces me dijeron que en la calle Recogidas había un Restaurante que por 19 pesetas te daban de comer y claro eran 6 pesetas menos que en Casa Chicote. Craso error que cometí y que estuve más de una semana deseando pasasen los 10 días que duraba el ticket comprado. El menú, cada día era sopa de primero con fideos, letras, figuritas y toda clase de condimentos; de segundo te ponían un huevo frito y eso sí unas rodajas de mortadela con aceitunas, horrible.
Hasta que al final conseguí ahorrar cada semana para sacarme el ticket de los Comedores Universitarios, allí si se comía medio en condiciones, pero el agobio, las colas o lo lejos que me cogían de mi casa, hicieron que no fuera constante.
Lo que sí me desquitaba era en las cenas, pues poco a poco y de boca en boca fui recorriendo centros en donde saciar el hambre del mediodía. Uno de los mejores fue el Colegio San Bartolomé y Santiago, en dónde te ponían unos bocadillos de atún miga con tomate que se te saltaban las lágrimas. En el Bar Aliatar te comías unos bocadillos de habas con jamón y otros de alcachofas con mayonesa riquísimos.
No quisiera olvidarme de las tapas amplias y generosas de berenjenas fritas en el Bar Casa Julio en Plaza Nueva, ni el arroz los domingos en el Bar León de calle Elvira.
El tiempo hizo que poco a poco fuera descubriendo lugares y sitios en donde la comida era buena, el acompañamiento mejor y el trato excelente. Granada es y ha sido cuna para muchos estudiantes que poco a poco han ido creándose un menú dependiendo el día de la semana.
Comprenden ahora muchas personas el motivo de querer degustar buenos platos y mejores viandas. Qué aproveche.
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