Desde muy pequeño tuve la oportunidad de disfrutar del ‘teatrico’ de marionetas que, cada año -con mucho arte (boato)-, instalaban en una de las plazas más señeras de mi localidad natal. Cuando se abrían las cortinas rojas, la historia que se desarrollaba en el escenario, no por repetida -siempre el héroe (‘chacolín’), a base de sonoros estacazos, salvaba a la princesa de las terribles garras del malvado tirano-, resultaba menos apasionante y entretenida para la enfervorecida chiquillería que nos dábamos cita en aquellas tardes de las fiestas del Corpus.
Años después, mi curiosidad, me llevó a traspasar la puerta trasera del tinglado. En su interior, ordenados perfectamente de acuerdo con el guion, estaban los protagonistas de tela y pasta, con sus cuidados trajes de época y un maquillaje quizá exagerado a mi gusto.
Pregunté sobre la forma de manejarlos y me instruyeron sobre cómo cada uno de los dedos de nuestras manos se convertían en verdaderos artífices de gestos, maneras e incluso guiños.
Pero, como comprenderéis, no es mi intención seguir describiendo los detalles de aquel guiñol. Me conformo con intentar traer al día de hoy lo aprendido entonces, como reflexión sobre lo que estamos viviendo ahora en muchas de nuestras urbes: ni siquiera hacen falta hilos de nailon para maniobrar a la ciudadanía o a sus representantes. Basta con tener la habilidad suficiente en las promesas -garras- para que transijamos con determinadas situaciones anómalas, o que, en su caso, los elegidos den un salto mortal de una formación a otra con el descaro y la oferta de mejorar económicamente.
No necesito seguir describiendo el panorama: lo estamos sufriendo en nuestras carnes. Y, lo peor, es que, me temo, se ha convertido en ‘acciones sin fin’, que se van a repetir en fechas muy cercanas, pues, ya en el ‘Cantar de Mio Cid’, Rodrigo Díaz de Vivar le decía a Alfonso VI: «Muchos males han venido por los reyes que se ausentan… y el monarca contesta: Cosas tenedes, Cid, que farán fablar las piedras» (estandarte.com)
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de
Ramón Burgos
Periodista