Cualquier persona que guste de la literatura de viajes se habrá tropezado infinidad de veces con ese nombre, el de Marco Polo o el de Clavijo: consustanciales a esa extraordinaria odisea de la especie humana durante tiempos inmemoriales. En nuestro tiempo se nos antojan caminos interminables, aunque en aquellas lejanas épocas en la que se asienta el mítico nombre, los que emprendían esa senda regresarían totalmente transformados años después; por no decir que eran verdaderos desconocidos en sus comunidades de origen ante los grandes cambios experimentados por los expedicionarios si partieron siendo jóvenes. Era un cambio que se producía lentamente y que afectaba a sus protagonistas toda su vida ante las vivencias que les reportaba tan extraordinario periplo.
El tiempo de las prisas hace que esas transformaciones no sean tan radicales pero sí efectivas a poco que dejes penetrar en tu mente unas vivencias que jalonan el antes y el después de una de las más apasionantes aventuras viajeras, teniendo en cuenta que el tramo que transcurre por Uzbekistán es una pequeña porción de ese camino milenario que tanto cambió a los que lo realizaron.
Uzbekistán no es uno de esos destinos estrella para el turismo de masas, pero no deja de ser interesante y, si me apuran, no siempre valorado. Uno de los efectos disuasorios puede ser el precio y el otro la imagen que podemos tener de esos territorios por los medios de comunicación que, frecuentemente, nos presentan Asia Central como un mundo violento. Evidentemente eso retrae, pero una vez lanzado al camino, lo primero que te preguntas es ¿por qué no lo visité antes?
Hay países o regiones del mundo que marcan un antes y un después del viajero. Ahí tendríamos que encajar este extraordinario y exclusivo viaje donde todo salió perfecto y la gente realmente encantadora. Te encuentras con una sociedad abierta, amable y maravillosa con la que resulta fácil interactuar a poco que te lo propongas. Una vida sencilla, pero a la vez cautivadora desde que aterrizas en Tashkent, su capital, grandes avenidas, fruto de su período soviético que, en algunos aspectos, contrasta con los clásicos cascos históricos en otras latitudes. Aquí la ciudad está abierta, inmensa, proyectada al futuro. La amplitud de miras de sus diseñadores y la preponderancia de zonas verdes en una región donde las temperaturas estivales son extraordinariamente altas, algo que hay que tener en cuenta para planificar la visita, eso sí altas temperaturas, pero sin humedad, buscas la sombra y la brisa suaviza el mercurio.
El país llegó a la independencia no porque sus habitantes lo desearan, sino fruto del colapso de la Patria del Hombre Nuevo: la URSS. Situado en Asia Central, su cultura es una mezcla, lógica por su emplazamiento, donde sucesivos pueblos fueron concretando a unas gentes curiosas y atractivas. El último de esos pueblos sería el ruso, aunque muchos uzbecos los trasladas a cualquier ciudad española y no serías capaz de distinguirlos si no abren la boca. Su cultura es esencialmente musulmana aunque, al menos durante mi estancia, no están todavía radicalizados y el tema de los preceptos religiosos no es algo que les quite el sueño. La arquitectura dominante es de ese tipo, especialmente en mezquitas y escuelas o madrasas. Mientras que la parte civil, más o menos moderna del siglo XX, es de clara factura soviética.
Otra de las delicias de este país es su gastronomía, una buena cocina [o un buen paladar] acaban ganando al viajero reticente. Extraordinario el PLOV (se parece, pero no es una paella), sus frutas –impresiona la variedad y cantidad de viandas de sus populosos mercados- y su tranquilidad.
Es un punto donde uno encuentra la grandeza de los antiguos imperios dominantes que lo hacen extraordinariamente sorprendente y pintoresco gracias a esa herencia que en muchos casos te impacta por su anticipación en la historia, algo que sirve para relativizar nuestro eurocentrismo. Especialmente sobresaliente es el respeto por la historia, su pasado; mientras en otros lares los políticos tratan de borrar las huellas [o rescribir la historia creando un nuevo relato], aquí se conserva, se mima, se respeta. Eso también habla a favor de este pueblo rico en humanidad y calidad comunicativa.
Una de las cosas más gratificantes es compartir y eso es algo, más frecuente de lo que uno espera: sentarte y disfrutar del té, la fruta o la conversación se convierten en algo extraordinariamente gratificante y enriquecedor para el viajero. Además, para los parámetros europeos, Uzbekistán resulta un país relativamente barato, sobre todo si utilizas sus medios habituales de transporte.
El primer contacto que tuve con Tashkent fue allá por los ochenta cuando algunas noches sintonizaba las emisiones en lengua inglesa de su emisora [por ahí debe haber alguna QSL de esas escuchas] hacia los Estados Unidos. Es una ciudad relativamente moderna y tienen un servicio de metro que conviene utilizar porque es un lugar que no te esperas por estos pagos: limpio, rápido, seguro y el comportamiento de los usuarios locales realmente ejemplar. Los uzbecos son amables y cuando ven a los extranjeros se levantan y le ofrecen el asiento, fue una de las primeras grandes sorpresas al iniciar la ruta de reconocimiento y apenas costaba la décima parte de lo que se paga por un viaje en Barcelona; es una de esas obras que permiten desplazamientos ágiles y baratos cuanto ya tienes trazada una ruta de visitas y no hay que dejar de emplear.
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Maestro de Primaria, licenciado en Geografía
y estudios de doctorado en Historia de América.
Colaborador regular, desde los años 70, con publicaciones especializadas
del mundo de las comunicaciones y diferentes emisoras de radio internacionales.