Los universitarios mayores de España, guardan sus apuntes, atrás quedan los enlaces de las salas de las clases on line, han llegado las vacaciones escolares y cambian su interruptor de ON (encendido) a OFF (apagado).
Las hogueras de San Juan inauguran el dilatado estío. Con el calor se derriten los contornos, todos retomamos a otra normalidad a veces reposada y otra más estresante. El tiempo se devana entre los que sienten sus pies mojados en la orilla del mar o en la trasparencia de la piscina y los prisioneros de la cocina con las manos sumergidas en platos y vasos de una familia incrementada por los hermanos, hijos y nietos, especies de aves que retornan al seno del hogar cuando el sol madura en su plenitud. Ellos, ya convertidos en hombres y mujeres que estudian o trabajan, partidos por la globalización, empujados de sus tierras a otras, para buscar su incierto porvenir. Retornan al latido de la sangre al hogar de los padres, abuelos, donde recobran su nombre de niño, se cobijan en el cuarto que no olvida su pasado.
El desnudo aire escapa del mar, con su carga de arena y humedad. ¡Es el verano en la costa! Y como un navío en un mar aún por descubrir, nos encontramos los mayores que a través de su mirada limpia, son capaces de reconciliar, no dicen nada, callan y oyen. Su virtud está en sus silencios, en su reserva.
El verano amplifica el contacto estrecho con las nuevas generaciones, tan cercanos y a veces tan alejados. Abrimos la confianza y los jóvenes atraviesan la frontera de los años que nos separan, escuchamos como en un confesionario improvisado, formamos el leñoso tronco del árbol, donde se han multiplicado las ramas, los años nos convierten en un armario de secretos e intimidades, de brazos del llanto, el vino de los cantos, la sal de la alegría y las palabras de la experiencia.
El verano llega sin máscara, al reencuentro esperado, los espacios de la casa se llenan de las dulces voces infantiles, de la indefensa ternura de los nietos, de los adultos con su carga emocional, los mayores aportan su serena transparencia y entre todos se contribuye a la ofrenda de aportar su porción de alegría.
Llegaba julio y agosto, como siempre vivo e intenso, los jóvenes de ayer, dábamos al día y a la noche su expansivo júbilo, ajenos a los relojes, alejados de la prisa, del stress de los exámenes, disfrutábamos de las pandillas de amigos, de los primeros amores junto a la brisa marinera de la costa o al sabor de fiesta del pueblo. Jóvenes de 50 años menos, creíamos que la vida sería siempre radiante y generosa, como en los meses libres del verano. Añoro con el paso del tiempo, aquel estilo de vida, donde hablaban las palabras y los gestos, en un mundo autentico que se engendraba entre amigos y personas, soñabas tus sueños, te dabas a conocer para que te conozcan. Los días y las noches pasaban al aire salino de la playa donde el cielo se detenía con sus estrellas o en el campo al aire puro con el concierto nocturno de sonidos: del croar de las ranas y el cri-cri–cri rítmico de los grillos. Allí, estábamos aquellos jóvenes, hoy universitarios de juventud acumulada, sin el móvil, sin los sonidos de los mensajes de entrada del Whatsaps, sin el anclaje de los videojuegos de ordenador, sin los canales de televisión, sin las series de Netflix. ¡Que no daría yo por ver tu mirada, cuando el faro alargaba su pincel de luz he iluminaba tu rostro de enamorada en las noches de la Caleta!
Cada uno vivió su momento y gratifica recordarlo para no olvidarlo. La tierra sigue girando cada día y desplazándose en el inmenso universo y continuamos apegados a nuestras vicisitudes terrenas.
Nuestro joven que llevamos en el interior no lo podemos detener, emprenden su propio verano, a otros vértigos a otros paraísos, no hay obligaciones escritas, lo cierto que buscamos en el verano el reino deseado. La segunda vivienda junto al mar, la casa del pueblo, al hotel contratado, viajar a otros lugares. Allí, compartimos las fiestas populares, romerías, epicentro para reunir a todos los lugareños, allí sobre la arena abrimos las sombrillas como un campo de girasoles, allí disfrutamos de los atardeceres acoplándose el sol sobre los prados o sumergiéndose en un mar de plata, allí en los chiringuitos y las terrazas se atisba la noche entre pescaítos, olor a sardinas, el calor de las brasas, los mojitos y la música salsera. Allí, somos el otro yo.
Me he apasionado del verano de noches con la ventana abierta, del crepitar de los insomnes grillos, del incansable batir de las olas azules, del reloj que se para, Donde bajo las estrellas estoy solo y escribo palabras que el corazón me dicta porque es él quien mejor conoce mi ayer y mi presente.
Le doy la bienvenida al generoso verano, que nos ha permitido recobrar la sonrisa sin el velo de la mascarilla.
Querido lector, me queda desearte un feliz verano, que disfrutes cada instante y de cada lugar. A los estudiantes y profesores que repongan fuerzas para el curso que viene.
Pronto el mar de Cádiz se sentará junto a mí, extendiendo su cola blanquecina sobre la arena dorada. ¡ FELIZ VERANO!
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Rafael Reche Silva, alumno del APFA
y miembro de la JD de la Asociación
de estudiantes mayores, ALUMA.
Premiado en Relatos Cortos en los concursos
de asociaciones de mayores de las Universidades
de Granada, Alcalá de Henares, Asturias y Melilla.
Comentarios
6 respuestas a «Rafael Reche: «Un verano para los universitarios mayores»»
Rafael nos describe un magnífico retrato del verano, con sus típicas actividades con las que sin duda nos identificamos. Lo mejor, los encuentros familiares y especialmente la compañía de los nietos. Enhorabuena por el artículo.
Gracias amigo Diego, te deseo que disfrutes de un buen verano entre Cádiz y Segovia.
Querido escritor también te deseamos un feliz verano. Pues dices la verdad en todo los recuerdos de antes no se olvidan aquellos tiempos de jóvenes comparados con los de hoy son diferentes los dos tienen cosas buenas sólo nos queda adaptarnos y no olvidar nuestras raíces y pasarlo bien
Gracias amigo Antonio por tus palabras y que el verano os ayude a levantar la pena tan grande de la perdida de un hijo.
Soy gaditana residente en Madrid, universitaria de mayores, te agradezco lo que me has hecho retroceder en el tiempo donde he sido tan feliz y las puestas de sol de La Caleta donde los turistas se paran y aplauden, también me ha emocionado cuando haces alusión a «la mirada limpia » frase que ya oí en mis tiempos, gracias por ese amor a Cádiz a su mar, te seguiré en todo lo que escribas
Estimada gaditana y compañera Ana María, recibir tus palabras me colman de alegría. Compartimos ese mar nunca quieto y la luz insólita de un cielo pulido de Caí, tan lejos de Madrid y de Granada y que llevamos en nuestro corazón. Gracias por tu comentario y seguimos en contacto, la universidad no tiene fronteras.