Por desgraciadas razones familiares –las que, sin duda, son más dolorosas que cualquiera otra, pues afectan al corazón (las del alma son otro cantar)–, me he enfrentado a una vieja creencia sobre lo que “es” y lo que “no es”.
Y no me refiero a lo propiamente escrito por otros con motivo de esta ocasión, si no a la verdad intrínseca que contienen los redactados.
Intentaré explicarme: lo honesto, evidentemente, tiene su único argumento en mantener la franqueza por encima de cualquier perogrullada, sin fábulas, ficciones o perogrulladas. Las falacias, aunque se basen en “juicio oportuno” de cualquier embrollo no dejan de basarse en sofismas inmorales.
Así, una vez más, me ratifico en que del “dicho al hecho” hay una distancia abismal, honda, profunda, sin necesidad de adjetivar ninguno de estos términos.
No creáis que me he instalado en la ingratitud, todo lo contrario: siento la obligación ineludible de poder retribuir, en su justa medida, el contenido de cada uno de los mensajes que, a diario, recibo o, simplemente, intuyo, sosteniendo, eso sí, en palabras de Juan Miguel González Velasco –The human condition as a necessary knowledge to think of a Homo complexus– que “La condición humana en su sentido más amplia (sic) debe ser entendida como un saber innato y práctico, caracterizado y aplicado en toda disciplina de manera transdisciplinar, haciendo valer principalmente la comprensión de los niveles de realidad, el tercer incluido y la complejidad”.
En fin, que, conservando vuestro amparo, alimento mi creencia en la persona, como ser sociable, a la vez que me marco, sin olvido alguno, la misión de intentar “recuperar”, si se me permite, a aquellas otras cuyo individualismo roza lo ególatra o lo interesado, produciendo un daño importante a lo común, a lo indiscutiblemente “colectivo”.
Reconozco, por último –y como decía al principio–, que mi reflexión de hoy tiene mucho de personal, pero – espero no equivocarme– este carácter íntimo, en buena medida, puede tener una utilidad general.
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de
Ramón Burgos
Periodista
