José Luis Abraham López: «Federico Falco y la exploración de la infancia»

Cielos de Córdoba recrea con fascinante naturalidad los descubrimientos propios de la preadolescencia

Esclavos como somos de las convenciones y del excesivo pragmatismo a que nos obligan las responsabilidades diarias, cuando en nuestras manos caen historias sobre la inocencia de quien abre los ojos a nuevas experiencias, no podemos por menos que degustar su lectura con especial deleite. Eso nos ha ocurrido con la novela Cielos de Córdoba, del escritor argentino Federico Falco. Editada por Las afueras, esta pequeña joya literaria (por formato, pero no por calidad y calidez narrativas) nos cuenta la historia de Tino quien, a punto de cumplir doce años, va explorando todo un mapamundi de emociones y sensaciones en unas circunstancias complejas para un niño de su edad.

La rutina de visitar a diario a su madre al hospital, le permite conocer a una entrañable anciana invidente, Alcira, obsesionada con saber por qué el locutor Alfredo Dilena lleva días sin prestar voz a su programa. Una de las imágenes más tiernas y que configuran el carácter de Tino es cuando, gracias a la ayuda de este, Alcira puede conocer táctilmente la fisonomía del rostro de bronce que del teniente coronel Juan Domingo Perón luce en el hall, y que llena de candidez el espacio textual.

Portada de Cielos de Córdoba, Editorial Las afueras

Sin un modelo parental en el que reflejarse, una de las virtudes del incipiente carácter de Tino es su naturaleza imaginativa. Decidido a no conformarse con la mera contemplación de los escenarios que la vida le ofrece interactúa con ellos, convirtiéndose así en protagonista único de sus propias aventuras.

Su intrépida curiosidad le conduce hasta Mónica, una joven rubia ingresada en el hospital así como ojear algunos de los libros que el padre lee. La figura de este queda en segundo plano, imbuido en su atracción por la ovnilogía, con la esperanza de ver “algún avistaje no programado” (página 23).

La ausencia de la madre la ocupa Tino en las tareas domésticas básicas por la escasa destreza del padre en la cocina, más seducido por los fenómenos sobre los ovnis que por atender convenientemente a su hijo. De hecho, en el pueblo donde reside es el responsable de un museo sobre ufología instalado en la misma casa, donde solo en contadas ocasiones recibe visitas y que conforma su templo y único refugio.

Junto a Omar –compañero de descubrimientos de Tino– componen las figuras humanas de Cielos de Córdoba. Con este, el actor principal analizará las reacciones de su cuerpo ante los espasmos del juego con el deseo.

Los espacios resultan del todo sugerentes, sobre todo el hospital, por cuanto en él Federico Falco deja recaer sobre tres mujeres funciones narrativas muy diferentes. La madre de Tino, María Elena, ingresada al ser abducida por un ovni; la joven rubia Mónica y la anciana Alcira. Las tres aisladas en su propia soledad.

Las entradas y salidas al hospital que Tino hace con total libertad y conocimiento de sus entresijos convierten este espacio en una representación de micromundos de personajes que viven sus propias incertidumbres y que en Tino se le revelan con absoluta naturalidad. En su contacto con el exterior, la multiplicidad sensorial se erige como uno de los recursos más recurrentes y fascinantes para quien está ante el misterio de lo novedoso y a él se entrega sin requiebro alguno.

A través de las percepciones pormenorizadas del narrador, el lector obtiene la panorámica que se presenta ante los ojos del actor principal, más realista en el estilo que en algunos sucesos que narra y donde cada personaje vive sus propias incógnitas.

El orden temporal que el autor elige para la historia nos permite conocer las experiencias y exploraciones que el joven tiene en ambientes diferentes (el hogar, el hospital, el colegio, y espacios abiertos como la sierra y el río) así como su desenvoltura traviesa cuando roba caramelos para compartirlos con Alcira y cuando conduce a esta a cumplir uno de sus deseos: tocar el busto de Perón, inaugurado en 1954.

La ternura de la historia viene dada más por la acción del personaje principal que por el estilo, que intenta ser en todo momento objetivo en la narración como en la descripción, muy enumerativo en las andanzas de Tino, aportando con sobriedad un carácter eminentemente cinematográfico.

El comentario de la madre –“cuídalo a tu papá”– al comienzo de la obra es toda una premonición en esta novela que traza una historia lineal en su planteamiento como en su desarrollo.

Mediante la repetición, Federico Falco nos hace partícipes del ritmo cotidiano de la vida del chico: visita al hospital, insistir a Alcira para que le diga cómo perdió la vista, los mismos recorridos por los entresijos del hospital, qué le sucedió a Alfredo Dilena, etc.

Autor de cuentos, poemas y obras de teatro, en la novela Cielos de Córdoba Federico Falco recrea con fascinante naturalidad los descubrimientos propios de la preadolescencia.

 

 

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Profesor de Educación Secundaria y Bachillerato

 

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Comentarios

2 respuestas a «José Luis Abraham López: «Federico Falco y la exploración de la infancia»»

  1. Debe de ser una novela compleja pero sensorial por sus personajes. Habrá que leerla para poder experimentarlo. Muchas gracias, José Luis, por incitarnos a leer novelas tan interesantes.

    1. José Luis

      Desde luego, muy muy recomendable. Gracias.

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