Juan Franco Crespo: «Reflexiones viajeras: vuelta a casa (y 2)»

Pasado ese otro filtro, aún quedaban dos más que no tenían desperdicio, el más hilarante es cuando la jardinera [Bus interno entre terminales] te deja en la T-2 o puerta de acceso para ir a tomar el tren. Han colocado a un “gigante” que no te dejaba pasar si no le enseñabas ¡la tarjeta de embarque! Inaudito, quieres pasar al ferrocarril y por el hecho de tener que subir unas escaleras hasta la pasarela de RENFE, pero dentro del mismo aeropuerto, no lo conseguirás si no tienes el resguardo de tu vuelo. Kafkiano e hilarante: otra vez lo fácil convertido en un laberinto. Sólo faltaba ese “gorila” en el camino, encajaba de perlas en la definición que un día hizo el columnista del Diari de Tarragona: “Vivimos una época en la que le das a un tonto una escoba y se cree general”.

Primer viaje en plena pandemia 

Aún no se había acabado la odisea del día. Al comprar el billete de tren tocaba vivir otras esperpéntica situación, el empleado o enchufado en esa ventanilla se explayaba diciendo que no hay trenes para ese destino. ¿Era real o me estaba tomando el pelo? ¿Me habían tocado todos los necios del día como en el serial de las telenovelas mexicanas?

Evidentemente señor, no hay trenes directos, pero los de cercanías me llevarán a San Vicente donde a las tres de la tarde arranca el tren que hace el trayecto del ramal que sí me llevará a mi destino… Entonces comienza a buscar en las carpetas y ¡Bingo!, encuentra VALLS y me extiende el billete de Regional que me permitirá creer que estaba salvado, como ayuda le enseñé el que me había hecho el revisor en mi viaje de ida, efímera y momentánea ilusión.

Billetes RENFE-Aeropuerto 

Me encontraba como a mediados de los setenta cuando tomaba el tren en Cádiz y tenía que hacer varios transbordos hasta llegar a mi destino en ese largo traqueteo de los trenes de la época. La Armada nos proveía de un VAYA o documento de viaje con varios cajetines para cambiar en las taquillas de RENFE, dependiendo de quien estuviera unas veces te hacía el viaje a tramos y otras te entregaba un billete abierto que te evitaba tener que volver a taquilla con cada cambio de tren porque, sencillamente, no había tren directo en ese largo trayecto..

El súbdito viajero de entonces bajaba y subía en diferentes estaciones sin necesidad de estar controlado, sin máquinas que cerraban el acceso para alcanzar Tarragona: Linares-Baeza, Alcázar de San Juan, Madrid, Lérida, acabaron siendo estaciones archiconocidas y nadie te molestaba. Hemos dato un salto en el tiempo [desde aquellos viajes de los setenta cuando realizaba el servicio militar en la Marina], estamos en 2021, creía que podría, como ciudadano, seguir disfrutando de esa libertad de hace medio siglo. Decido avanzar hasta el nudo ferroviario donde entonces confluían cinco líneas [hoy sólo cuatro, el AVE con trazado nuevo sorteó ese estratégico nudo] me bajo con la intención de obviar a los miles de pasajeros que diariamente se mueven por la barcelonesa Estación de Sants ahora, con el COVID, toda cautela es poca, mejor esperar en la cantina de San Vicente [ahora bar], tomar un buen desayuno tras el vuelo transatlántico, la cervecita y el café hasta que llegue el momento de partir: sorpresa, el billete del que soy portador es expulsado por la máquina que han instalado y que ha acabado con el acceso libre a los andenes. Por lo visto es el gran aporte tras traspasar el servicio a los chicos de la Genialitat.

Cartel advirtiendo de la peligrosidad del bichito 

Voy a taquilla y una insustancial empleada/generala [recuerden al colega de la prensa tarraconense citado más arriba] me dice que ese billete no es válido a lo que le contesto que, hasta que no llegue a destino, sigo siendo un viajero, un ciudadano, con derecho a acceder al tren. Tensa situación que la susodicha aprovechará para realizar varias llamadas telefónicas y finalmente accede a abrir el torniquete que me permitirá subir, in extremis: estaba llegando desde Barcelona cuando ponía el pie en el andén. Otra vez lo fácil, lo que tendría que haber hecho en primera opción, la señora lo hizo difícil y tensó al cansado viajero.

Un trayecto de apenas 100 kilómetros de kafkiano devenir ante la estolidez de aquellos que creyeron que todos podrían hacerlo todo. El ciudadano sin argumentos es vilipendiado, el que argumenta se ve sometido a una inquisitorial mirada por parte de la persona a la que le dieron la escoba que, al verse cuestionada, se cree tener todo el derecho del mundo y humillarte. ¿Eso es lo que hemos conseguido con el cambio de estatus de súbdito a ciudadano? ¡Menuda milonga!

El humor incluso con esta maldición como tema de negocio 

A lo largo de mi vida siempre me gustó no ver a los demás como seres inferiores sólo por pertenecer a un mundo laboral o una clase social diferente, pero entre unos y otros, al final del camino, parece que quieren que ese básico principio que me llevó a lo largo del camino, de la existencia vital, también sea removido de mi forma de ser e ir por el mundo. ¡Dios mío: perdónalos no saben lo que hacen!, podría muy bien fungir como cierre de estas reflexiones, las primeras tras el famoso decreto de marzo del 2020.

 

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Juan Franco Crespo

Maestro de Primaria, licenciado en Geografía

y estudios de doctorado en Historia de América.

Colaborador regular, desde los años 70, con publicaciones especializadas

del mundo de las comunicaciones y diferentes emisoras de radio internacionales.

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