Dicen que los términos Granada y prestigio van siempre unidos, siendo, por tanto, parte inseparable para viajeros, para admiradores del arte o para buscadores del descanso (que de todo, y de todos, hay en la viña del Señor; y a todo, y a todos, se les puede sacar un gran partido).
A tenor de esta afirmación, y mirando especialmente a los que yo denomino “sectores de atención al cliente”, me atrevo a mantener que la experiencia vivida, único valor con el que podría adornarme, no sirve de nada si no la hacemos efectiva –en su mantenimiento, mejora y transmisión– con ejemplo de vida.
Ya lo decía en otro foro y sobre otras distinciones: lo contrario no pasa de ser un boato innecesario y caprichoso que puede llevarnos, por equivocación de lo cercano, a lo sectario, a decisiones que únicamente nos conducen a enfrentamientos innecesarios y vanos.
El prestigio de una ciudad, o el de sus ciudadanos, no es heredable de generación tras generación –como las posesiones o los títulos nobiliarios–, sino que viene dado por esfuerzo y comprensión de lo que, sin engaños ni retoques, realmente se puede presentar como logros al resto del mundo y a las gentes que nos contemplan.
La comunicación, la cultura, la ciencia y el ingenio, son imprescindibles siempre que las desarrollemos en sus más amplios sentidos y valores, sin ningún uso torticero.
¿Habrá llegado la hora de preguntarse –de preguntarnos– si el prestigio de Granada y de los granadinos, si es que aún queda algo, está al alza o a la baja?
Me refiero a nuestra verdadera posición ante las instituciones, los partidos políticos, los grupos de poder económico, etc. Exigimos, entre otras cosas, “igualdad territorial” (imprescindible), pero mantenemos nuestra “división local”. Exigimos un “trato preferente” (como deuda antigua), pero no nos esforzamos en “caminar hacia el futuro”. Exigimos “respeto” (incuestionable), pero no “conciliamos con los otros”.
Hay que salir de las catacumbas, bajar de nuestras torres de marfil, y participar activamente en las más diversas “faenas” de la sociedad civil, pues, a veces, en ellas se encuentra el instante de lucidez que puede descubrirnos lo que no alcanzamos con mil horas de meditación. En segundos de verdadera sinceridad puede estar la solución buscada durante días, siempre que, como mantienen los grandes autores, la musa nos pille despiertos y en “actitud de trabajo”.
¡Cuántos ejemplos más podría poner aquí! ¡Cuántas oportunidades perdidas por el simple hecho de primar intereses particulares!
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de
Ramón Burgos
Periodista