Esta mañana las prisas, los nervios y alguna que otra carrera de última hora habrán sido la tónica general para muchas familias. Todo ello a pesar de que –me consta– la gran mayoría ya lleva varios días preparando, con especial mimo y cuidado, todos y cada uno de sus materiales. Las calles habrán retomado la presencia alegre de los grupos de escolares. Niños y niñas que, más animadamente que de costumbre, irán confluyendo en su camino hacia el colegio; acompañados de algunos padres y madres y del ruidoso rodar de sus mochilas. Y es que hoy, 10 de septiembre, es el día señalado para la “vuelta al cole” en Infantil y Primaria, en Andalucía
Un nuevo curso escolar en el que, ahora sí, de verdad, las familias, los alumnos y los docentes dejamos definitivamente atrás nuestras rutinas de placer vacacional y retomamos el placer de nuestras rutinas diarias. Una vuelta a las aulas que supone de hecho la vuelta a la normalidad; esa que pone en marcha y permite el desarrollo de las actividades más cotidianas de nuestra sociedad. Desde hoy las horas de entrada y salida del colegio marcarán el ritmo de vida de muchas familias. Mientras, en su intervalo, en las aulas, profesores y alumnos convivirán en torno a una infinidad de experiencias pedagógicas que, sin duda, les dejarán una profunda huella y que enriquecerán a ambos.
Hoy, desde el primer momento, esos estudiantes buscarán, con sus tiernas e inocentes miradas, el rostro de sus mejores amigos y amigas; muchos de los cuales puede que lleven sin verse durante todo el largo paréntesis estival. Queridos compañeros de clase que, obligados a reprimir su natural efusividad, se saludarán tímidamente y a distancia. Pero que, cargados de energía, de ilusión y de ganas, volverán a sus pupitres, a sus horarios, a la aventura de aprender juntos y al entorno educativo de su escuela.
Un primer día que, seguramente, a los adultos también nos traerá especiales recuerdos y sensaciones. Especialmente en el caso de los más pequeños; cuando nos veamos en ellos y ellas estrenando la pérdida de nuestro puesto de príncipe o princesa destronados y no nos faltó el desconsolado llanto o algún que otro repentino mar de lágrimas. Un primer día de cole que nada tiene que ver con la actualidad, pues, el desasosiego del entorno desconocido ha sido sustituido por la magia y la fantasía de un espacio más querido y añorado; la mayoría ya han estado en las escuelas infantiles y llegan cargados de ilusión a un lugar, nuevo, sí, pero, en el que, además de conocimientos y saberes, aprenderán a relacionarse unos con otros, a ser responsables, a crecer y a desarrollarse sanos y felices, a compartir en igualdad, a jugar y a rivalizar positivamente, a tener conflictos y a saber resolverlos de forma pacífica.
Con todo, me duele especialmente las dificultades que la maldita pandemia les ha traído a sus vidas, por tercer curso consecutivo. Un hasta hace poco desconocido y desconcertante contexto en el que se han visto forzados a adaptarse: a no poder jugar libremente en el patio con todos sus compañeros, a la incomodidad de tener que llevar puesta la mascarilla a todas horas, al obligado distanciamiento de sus iguales…
En este día tan especial, no me olvidaré de sus abnegados padres y madres. Esos que, desde hoy, cada mañana les acompañarán hasta sus filas –si sus obligaciones laborales lo permiten–. Unos progenitores que son conscientes de la importancia de su participación en la dinámica del centro, que tienen el derecho y el deber de preocuparse por la educación de sus hijos e hijas, pero que, también, deben mostrar su confianza plena y responsable en los profesores. Y que, en mi opinión, en ningún momento deberían prestar oídos a las censuras y cizañas parentales que algunos desconocedores del entorno escolar vienen aireando últimamente en sus reiteradas proclamas políticas.
Y, ¿qué decir de los maestros y de las maestras? De esos hombres y mujeres que dedican su vida a un oficio tan digno como apasionante: al oficio de maestro. El noble ejercicio de una profesión que, recordémoslo, fue el motivo principal de esta serie de colaboraciones que desde hace un tiempo emprendí en estas páginas de IDEAL EN CLASE. Una profesión de la que ya recogimos las múltiples penurias padecidas en un pasado no tan lejano y que, aún hoy día, sigue precisando del necesario reconocimiento y apoyo social que su importante labor requiere (su misión, le llaman algunos), en favor de la maravillosa tarea de ver crecer, desenvolverse y madurar libres a nuestros niños y niñas, a nuestra infancia.
Unos docentes que, desde hoy, cada mañana, les estarán esperando con la mejor de sus sonrisas y predisposición. Unos profesionales que, con su trabajo callado, con su alegría sincera, con su labor de equipo y siempre en formación permanente, tratarán de diseñar actividades creativas y de esfuerzo apropiado para todos y cada uno de sus alumnos, de ayudar en las dificultades que surjan y de alentar en el sentido del trabajo bien hecho. Esos maestros y maestras tantas veces sobrecargados de tediosas tareas burocráticas y administrativas, de los insufribles vaivenes legislativos –víctimas de la más que demostrada incapacidad política de lograr un pacto educativo en nuestro país– y, por si fuera poco, de tener que oír alguna que otra aberración pedagógica, como la que, ahora en Andalucía, pretende dar visibilidad a la tauromaquia o la introducción de la actividad cinegética en los colegios.
Ojalá seamos capaces de ofrecer a nuestros alumnos y alumnas las emociones suficientes para que surja su verdadero aprendizaje y de acompañarles y recorrer juntos una parte del camino de su futuro. Unos docentes a los que animo a seguir dando, cada día y con la mayor de las ilusiones, la batalla por la educación, ayudando a formar ciudadanos con capacidad para pensar y descubrir por ellos mismos, a guiarlos en sus momentos de tribulación, a reconocer en los alumnos el derecho a equivocarse y a levantarse más fuertes. Maestros y maestras que, pese a las adversidades, deben seguir adelante, sin un ápice de desencanto y sin desfallecer nunca, luchando cada día por un mundo más justo, más solidario y en paz.
Estrenamos, pues, un nuevo curso lectivo en el que debemos seguir mejorando día a día en la atención a la diversidad de nuestros alumnos y alumnas, implicando con vehemencia a todas las familias, buscando la mejora de los centros, reclamando el justo aumento de la financiación escolar, la bajada de las ratios y la necesaria dotación de apoyos; de la escuela pública, por su puesto. La que más lo necesita.
Y, en mi caso, en el que ya estoy viviendo la experiencia de recibir como alumnos a los hijos de quienes un día fueron también mis alumnos, me permitiré dar un solo consejo a los que ahora empiezan: que conviene dedicar la vida a aquello en lo que uno tiene puesto el corazón. En este caso a la enseñanza, a la educación. Para ello, no encontraré mejor forma que decirles que: “educar es amar”. Una expresión con la que, como todos ustedes saben, nos ha venido aconsejando, en estas mismas páginas de IDEAL EN CLASE –y que pronto se convertirá en libro–, el excelente maestro, compañero e inspector de Educación, Paco Olvera.
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Maestro del CEIP Reina Fabiola (Motril).
Autor de los libros ‘Cogollos y la Obra Pía del marqués de Villena.
Desde la Conquista castellana hasta el final del Antiguo Régimen‘,
‘Entre la Sierra y el Llano. Cogollos a lo largo del siglo XX‘ y coautor del libro
‘Torvizcón: memoria e historia de una villa alpujarreña‘ (Ed. Dialéctica)