Ningún vencido tiene justicia
si lo ha de juzgar su vencedor.
Francisco de Quevedo
Existe cierta unanimidad en que el conocimiento del pasado debiera ser una parte fundamental para toda sociedad. Sobre todo para afrontar con garantías su futuro. A pesar de ello, nunca ha sido fácil acceder a un estudio serio y riguroso de los acontecimientos y sucesos acaecidos en el ayer. Ya se sabe que la historia siempre la escriben los vencedores y que, muchas veces, se presenta bajo la imposición o la revisión interesada de los grupos o individuos que en su ánimo no está aportar luz alguna, sino, más bien, todo lo contrario: ocultar, desinformar –cuando no mentir de forma descarada– o tergiversar los hechos. El caso concreto de la España bajo el régimen franquista no podía ser una excepción y, tal y como podemos ver en el debate público actual, aún sigue generando enconadas discusiones y controversias.
En estas mismas páginas de IDEAL EN CLASE hemos atendido, en varias ocasiones ya, al acontecimiento trascendental del siglo XX en España: la Guerra Civil. Un conflicto bélico que, como es bien sabido, marcó el devenir de varias generaciones de españoles, y que aún sigue ejerciendo una gran influencia. Una guerra y una posguerra que hemos venido analizando desde diferentes puntos de vista: educativo, social, etc. Hoy nos vamos a detener en alguna de sus más dramáticas consecuencias: el castigo a los vencidos. Lo vamos a ilustrar con un testimonio puntual de los primeros años del régimen franquista en un pueblo pequeño, en Cogollos. Una localidad que, como gran parte de la geografía provincial granadina, permaneció dentro la retaguardia republicana hasta el final mismo de la guerra. Seguramente no será representativo de nada, pero sí que puede ayudar a entender mejor el contexto particular que se vivió en muchos de los pueblos de Granada.
Para el 1 de abril de 1939 la guerra había terminado y, desde ese día, para algunos la vida empezará a girar en torno a la supervivencia. En un país destrozado en el que el aislamiento, la autarquía y la miseria empezarán a campar a sus anchas. Y en el que, no lo olvidemos, la sed de venganza, la persecución y la sospecha –cuando no la traicionera delación o la vengativa denuncia– rondará siempre sobre los vencidos. Un primer franquismo que el escritor jienense, Juan Eslava Galán, llegará a calificar en su libro como: Los años del miedo. Un título que me ha parecido adecuado y que he tomado prestado como síntesis del silencio, del desasosiego y de la desesperanza a que se obligará a gran parte de la población española. Una etapa que se alargará, como mínimo, hasta el año 1945 (con la derrota de las potencias fascistas en la II Guerra Mundial).
Una época de miedo, de “mucho miedo y de poco pan”, en la que primarán, desde el primer momento, las detenciones y los castigos sobre los estigmatizados como “rojos”. Detenciones, requisas de ropas y enseres casa por casa, de mujeres rapadas por las calles a modo de escarnio público, de estraperlo, de hambre atroz, de cartillas de racionamiento y de piojo verde. De hombres y mujeres desamparados en medio de las exaltaciones festivas de los vencedores de la contienda. De mujeres violentadas y de varones represaliados, tal como refleja una emotiva carta que encontré entre uno de los numerosos procesos sumarísimos que se les abrieron a mis paisanos.
La angustiosa primavera de los derrotados dará paso al siempre fatigoso verano de los campesinos de El Marquesado del Zenete. La canícula bien pronto obligará a la barcina de las mieses; de los cereales que hubiesen logrado resistir los estragos de la guerra. En las espaciosas eras esperarán los trigos y las cebadas su trillado y su posterior “ablentado” (aventado). Mientras, en ese Cogollos tan necesitado de manos, una docena de jóvenes jornaleros permanecían retenidos en el aljibe de la localidad; el lugar que los vencedores locales consideraron más adecuado para hacer las funciones de improvisada cárcel. Doce hombres jóvenes que, por haberse significado de algún modo con las izquierdas durante la II República (por su pertenencia a la sociedad obrera local, o incluso, por haber votado al Frente Popular) ahora eran señalados como responsables de los “desmanes” ocurridos durante la guerra. Doce víctimas del terrible quebranto personal de no ser dueños de su tiempo ni de su vida, que vivían atenazados por la pena de ser una pesada carga para sus pobres familias; obligadas, además, a atender su propia manutención.
Una situación desesperada y una seguridad en su propia inocencia que, a mediados de agosto de 1939, les llevará a atreverse a solicitar a sus captores, en oportuna instancia dirigida al auditor de guerra de Guadix, que se les concediese la libertad provisional. De ese modo, según argumentaban, podrían ocuparse, en el intervalo de resolver su situación, en los numerosos trabajos que había en ese momento en el pueblo y, así, poder “ganar un jornal que medio cubriera las necesidades de sus hijos y de ellos”.
No solo no quedarían libres sino que la gran mayoría, desde bien pronto, pasará a engrosar las abarrotadas prisiones de Guadix y de Granada. Ni la clemencia, ni la compasión, ni la concordia entraban en el ánimo de los vencedores. Eso sí, aún permanecerían un tiempo más bajo el entorno inhóspito, intimidatorio y vocinglero de la parafernalia falangista local que, en su particular ajuste de cuentas, los mantendrá realizando jornadas de castigo por las calles. El ambiente se habría teñido de camisas azules, de omnipresentes siluetas de yugos y flechas y de cruces a los caídos (“por Dios y por la patria”). Todo bajo el aplastante silencio impuesto sobre los vencidos (y sus familias) y las humillaciones continuas.
El poeta granadino, Luis García Montero, suele repetir la idea, ya expuesta antes, según él, por Antonio Machado, de que “no es libre quien puede decir lo que piensa, sino quien puede pensar lo que dice”. Es totalmente cierta. El conocimiento y la reflexión sosegada sobre los hechos son la verdadera libertad; no solo la posibilidad de poder expresarlo o repetirlo sin más. Lo vemos cada día en nuestras conversaciones más diarias y cotidianas. Por eso, pese a que han transcurrido 82 años y que no podamos detener (y menos cambiar) el paso inexorable del tiempo, debemos seguir cuidando nuestro pasado (el que verdaderamente fue); para que nada, ni nadie, pueda cubrirlo bajo el grueso e ingrato manto del olvido; que nuestra memoria no quede oculta nunca entre la desinformación interesada o, peor aún, entre la indiferencia más vergonzante y torticera. Más bien al contrario, desmontemos los viejos mitos que sirven a los manipuladores “que hacen de la mentira armas para fanáticos”.
Sirvan pues estas líneas de acicate para que, todos y todas los que vivimos en esta sociedad donde prima tanto lo inmediato y lo superficial –especialmente entre nuestros jóvenes–, conozcamos y estudiemos nuestra historia, nuestros orígenes y para que se eviten los negacionismos y los revisionismos de quienes niegan toda evidencia y, sobre todo, a quienes, todavía, se amparan y proclaman lo plácida y modélica que resultó la dictadura. En todo caso la nostalgia debiera ser solo para ellos.
Leer otros artículos de
Maestro del CEIP Reina Fabiola (Motril).
Autor de los libros ‘Cogollos y la Obra Pía del marqués de Villena.
Desde la Conquista castellana hasta el final del Antiguo Régimen‘,
‘Entre la Sierra y el Llano. Cogollos a lo largo del siglo XX‘ y coautor del libro
‘Torvizcón: memoria e historia de una villa alpujarreña‘ (Ed. Dialéctica)
Comentarios
2 respuestas a «Jesús Fernández Osorio: «Los años del miedo»»
Las guerras son el fracaso de la humanidad (no es una frase mía).
Una pregunta ¿Hubieran existido represalias siendo los vencidos fascistas?
No estoy de acuerdo con el fascismo. Pero en la zona republicana se realizaron asesinatos y requisaron bienes solo por tener un pequeño negocio y tener algo más que el vecino, (“envidia”, otro fracaso de la humanidad). Casi en las mismas circunstancias que lo hicieron los fascistas.
En las guerras los perdedores siempre serán represaliados, es el pago por estar en el bando perdedor. Esto sucede desde que el hombre camina a dos patas, va con nuestros genes (“venganza” otro fracaso de la humanidad)
Lo comento por el caso de un hermano de mi abuelo asesinado por los republicanos (un pobre hombre apolítico )
Las personas nunca aprenderemos de los desastres del pasado.
Buen articulo Jesús , considero que las guerras se conoce lo peor de las personas .
Esperemos que nunca tengamos que vivir una guerra entre hermanos .
Hola, José Antonio, siento mucho no haber contestado antes a tu acertada reflexión; no la había visto hasta ahora. Y, ciertamente, tienes mucha razón en que todo ello son fracasos de la humanidad. Pero, con todos sus defectos, sin el golpe de Estado no habría habido ninguna guerra. Además, en el caso imaginario de que las tornas hubieran cambiado y que la República finalmente hubiera logrado imponerse a los golpistas, no creo que nunca se hubieran cometido tantos crímenes (sabiendo que en el territorio bajo dominio republicano también se cometieron asesinatos y excesos). La razón es que nunca hubo una estrategia dirigida desde arriba para infundir el terror y de eliminar a sus contrarios como sí lo practicaban sus contrarios.
Muchas gracias por tu comentario. Un placer compartir opiniones contigo, aunque, en este caso, sea con demasiado tiempo entre una opinión y otra. Un saludo