No quiero esperar a que sea un día especial ni conmemorativo para celebrar a mi madre, a esa noble figura de ojos grises, de honda mirada. Ella conoce el sufrimiento mejor que a sí misma. Sabe dónde nace el miedo, aprendió a mecerlo.
Doma bien la vida, sabe suspirar en el sitio adecuado, sentarse en el idóneo. Sabe dar tiempo y espacio, reír con una verdad tan contagiosa como genuina.
Es lucha constante, un escaparte vivo de cómo salir de la vida lúcida y agradecida. La envuelve polvo crístico; Dios tuvo que rozarla, tanta bondad no cabe en el pecho.
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Hasta que he llegado a ser madre, no he comprendido lo que es Dios. E. Doriot
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Nunca tuve consciencia de todo lo que me daba y de lo que ella iba perdiendo, no caí que también sueña y abanica deseos.
Si la busco entre amapolas, es aquella blanca, única, sola, que destaca por su dulce extrañeza.
Es mi sangre unificada en todas mis arterias, en todos mis mapas corpóreos. La expresión de un amor fascinante, inexplicable, el inicio y resumen de todas las cosas.
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Tuve que creer en una Madre que me enseñó a creer en mí. Antonio Villaraigosa.
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Cuídala, abrázala muy fuerte, dale ahora tu tiempo, tu espacio, recuerda que eres su sentido vital, que fuiste todo su mundo. No dejes que hable de ti con la soledad, que espere tu llamada desdeñosa y apurada.
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“Me gusta cuando mi madre me hace reír. Y me gusta más cuando yo la hago reír a ella”. Adriana Trigiani
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Psicóloga especializada en Mindfulness y
Terapia de Aceptación y Compromiso
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