Hay recuerdos que se precipitan que viven atrapados en uno mismo, que nunca escapan. El tiempo los congelas, pero están ahí, aún vivos. He hablado mucho de la vida y poco de la muerte. Aunque esta se disfrace hay que aceptarla. En mi temprana juventud sentí por primera vez que la muerte era una flecha que no sabes quién la dispara y en un parpadeo de ojos mueres.
Llovía ante mis ojos, una lluvia quieta y fría en aquella noche cerrada segoviana. La vida dependía de cada zancada, como un animal que huía herido, corría en mi propia soledad, con una lentitud como si los huesos fueran de plomo, el pueblo parecía a siglos de distancia. Marchaba en una burbuja de vacío, a mi alrededor silencio y negrura, me guiaba por los despojos de luz que desertaban del tupido cielo, en aquella perdida carretera comarcal olvidada del tráfico.
Respiraba con la boca abierta como un pez que se ahogaba, desde mi frente manaba sangre como lava roja. El miedo y la tenacidad se aliaron en mi mente. En cualquier instante podía caer desmayado en aquel desértico paramo, un mundo deshabitado sin testigos, con un cielo frio, donde un grito se congelaba, pero una fuerza inquebrantable me movía las piernas en aquella carrera para salvar la vida a mis compañeros heridos y al entrañable amigo Manolo Pujante que yacía inconsciente en el duro asfalto.
Volaba lentamente, borrando: la curvas, las subidas y bajadas de la ruta. Alcé la vista al frente y las pálidas luces dibujaban las esquinas de las casas de piedras del pueblo. A las 21 horas el pueblo de Santa María de la Real de Nieva, parecía abandonado en su propia soledad. El ladrido de un perro le daba la bienvenida al fantasma que me había convertido.
El agua de lluvia y la sangre tatuaban mi rostro y el uniforme de campaña un cuadro abstracto de manchas y roturas, como un harapiento salido del inframundo. Golpee con fuerza la puerta del médico. En sus ojos leí el sobresalto ante la aparición de aquel soldado resucitado de una guerra perdida. Mi voz atropellada y acelerada por las palpitaciones de un corazón dolorido por la tragedia y agotado del esfuerzo. Más que hablar, gritaba:
¡¡ Urgente, hemos tenido un accidente con vuelco del vehículo, varios heridos, uno muy grave! ¡¡ Estamos a unos kilómetros del pueblo!!
Ante el sombrío panorama que se presentó, el médico me descubrió su secreto indecible, la serenidad. Me sentó en un sillón de su casa, con un flexo enfocó mi cara, su mujer apareció en la escena con un vaso de Coca-Cola. El doctor, me miró con su rostro contrariado:
“Tienes en la frente una herida abierta llena de cristales, antes de salir necesito curarla. Bébete el refresco que te tranquilizará”.
Las pinzas extrajeron una a una cada esquirla en el improvisado quirófano del salón, cosió la piel y cesó de sangrar, sin embargo, mi alma seguía rota en mil fragmentos. Regresé a mi mismo y el estado de ansiedad despareció en un instante, siempre he pensado que aquella bebida debía contener algún relajante.
El haz de luces del Mercedes. marcaban el ennegrecido camino entre la fina lluvia, el zumbido del limpiaparabrisas, multiplicaba nuestro silencio, en mis manos sostenía el salvador maletín del doctor.
Allí seguían, el grupo de compañeros, aturdidos, e impotentes, la radio no conecta con ningún corresponsal para pedir auxilio.
Con la única luz de los faros del vehículo, inmóvil reposaba el cuerpo de Manolo, como un soldadito de plomo abatido, su pulso latía con insistencia, en su rostro la placidez del sueño. La fina aguja de la jeringuilla de cristal penetró en su piel. Todos nos mirábamos y cambiamos silencio por silencio.
Un Land Rover conducido por dos jóvenes que regresaban al pueblo se paró en seco. Evacuamos en la parte trasera a Manolo y a otro compañero J.S.S. con una clavícula rota para el hospital de Segovia.
El vehículo se alejó y regresó la noche pesada sin esperanza, en aquel paramo sin nada, en una carretera sin nombre. El vehículo volcado, como náufragos olvidados y abandonados sin rescate ¡Oh mundo cruel!
Entre todos, levantamos el vehículo Jeep y lo devolvimos a la vía. Regresamos al lugar de acampada de la patrulla, partidos por el dolor, hundidos por la pena, esperamos en vano hasta el alba que nos evacuaran.
Nuestro compañero Manolo a los pocos días falleció, un joven alférez cadete que solo le quedaba unos meses para salir teniente, al resto de la patrulla nos sellaron los labios. Callamos siempre, dejamos un espacio sin memoria en lo más profundo de nuestra mente. Una cicatriz que perdura desde el año 1979. Al escribir vuelve a sangrar.
El tiempo madura y hoy, con mis palabras, brindo mi reconocimiento al gran amigo Manolo Pujante, compañero de aventuras y desventura desde el primer día en la Academia Militar y que aquella noche me despedí, diciéndole ¡Hasta luego, amigo!
Tu corazón, tu voz, tu abierta amistad, detenidos y rotos por la muerte.
Mi afecto, a los compañeros de la patrulla que sobrevivimos aquella flecha mortal que nos rozó y dejó una huella imborrable en cada uno. Lo dieron todo en aquellas horas infinitas y en los días posteriores pasamos el duelo juntos con la libertad tapiada. A la 267 de Artillería y XXXIV promoción de la General, que nos trasmitieron el calor del compañerismo, cuando más lo necesitábamos.
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Tiñana en Asturias contado por Soledad González Menéndez.
Poco a poco, semana tras semana, del largo verano hemos descubierto lugares rurales y urbanos donde nuestros compañeros universitarios mayores nos abren las puertas y nos llevan de la mano por sus calles y tradiciones, con sus ojos de niños o jóvenes son capaces de convertirnos en sus vecinos o compañeros de juego. Acabamos de estrenar otoño y aún no han empezado las clases en la Universidad, queda tiempo para continuar viajando por España.
Hablar de Soledad González es hablar de Asturias, ella apegada a la tierra, fundida con la naturaleza y una mujer polifacética, deja el campo y se adentra como estudiante en la Universidad de Mayores de Oviedo o se viste con el traje de flamenca. Amiga de sus amigos y querida por todos. Ella nos habla siempre de su pueblo Tiñana y le solicité que lo compartiese con nosotros.
Soledad con sus perros en Tiñana.
Siempre fui de ciudad, aunque desde pequeña mis padres me llevaban al pueblo, lo veía como algo lejano a mí, las gallinas me parecían dragones, los perros dinosaurios y las vacas me aterrorizaban.
No le encontraba sentido al cariño que tenía mi padre por los árboles, por los frutales. Con el paso de los años todo cambió, el pueblo, el de mi padre, de mi abuela, de mi bisabuelo Rafael del monte se convirtió en mi hogar, en mi paraíso.
Ese pueblo se llama Tiñana y está a 12 minutos en coche de Oviedo, a 18 de Gijón. Es una zona rural donde conviven gente de toda la vida y los urbanitas que están descubriendo la felicidad de vivir en el campo (como yo).
En Tiñana hay siete lagares que producen sidra, riquísima y algunas plantaciones de manzanales porque la sidra hecha con manzana autóctona tiene denominación de origen.
Cuándo florecen los manzanos por abril el colorido es precioso, después va cambiando y se convierte en un verde intenso, llega el verano y los árboles se llenan de sabrosas manzanas que se recogen en septiembre y octubre para trasladarlas a los lagares y ahí mayar la manzana…primero sale la sidra dulce que esta riquísima. Con castañas asadas en noviembre hacemos el amaguestu, en colegios, con los amigos…el caso es celebrar algo, los asturianos somos muy fiesteros.
Empieza el trabajo en el lagar con el trasiego de la manzana que culmina por semana santa y se celebran las espichas, la sidra se sirve del tonel porque aún no está corchada y comemos (de pie) tortillas, chorizos a la sidra, lacón, huevos cocidos, tortos de maíz, picadillo, frisuelos, casadielles y sidra, mucha sidra, como decimos aquí «sidra asgaya».
Ahora comprendo a mi padre, todo el amor que tenía por sus árboles, ahora está conmigo, cuándo los pido hablo con ellos y me responden cuándo llegan a su esplendor y me regalan con sus frutos.
Ahora tengo gallinas y gallos, mis perros son mis compañeros y el miedo a las vacas desapareció cuando un vecino me llamó para que le ayudase porque estaba pariendo una vaca y el solo no podía sacar al ternero. Ese día me mezclé con la tierra, vi la vida de otra forma y sé que estoy en el lugar exacto.
Y os invito a visitar Tiñana y Asturias y tomaremos unos culetes de sidra con una tortilla hecha con los huevos de mis gallinas.
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Rafael Reche Silva, alumno del APFA
y miembro de la JD de la Asociación
de estudiantes mayores, ALUMA.
Premiado en Relatos Cortos en los concursos
de asociaciones de mayores de las Universidades
de Granada, Alcalá de Henares, Asturias y Melilla.
Comentarios
16 respuestas a «Rafael Reche: «’La flecha de la muerte me rozó’ y ‘Tiñana, en Asturias, por Soledad González»»
Que verdad dices cuando falta un familiar un amigo un compañero eso no se olvida te quedas con todos los recuerdos y todos los días siempre hay algo que recuerdas de Asturias tiene que guapa yo tenía un compañero de Cangas de Onis y me decía que se parecía a la Alpujarra que para mi es la mejor claro. Un abrazo.
Amigo Antonio, la vida como decia un amigo mio, es dura . Un abrazo
Gracias Antonio…todos los lugares tienen cosas bonitas y puntos en común.Lo mejor de todo es la gente tan estupenda que hay en la universidad de mayores y que disfrutamos de nuestra tierra.
Rafael he leido tu articulo y de verdad que cuando ñierdes un compañero es disti to a un fa.iluar pero no lo olvidas. La descripcion del pueblo pre iosa y la fabrica ion de la sidra muy lindo . Enhorabuena.
Gracias por tus palabras María. lo dice la canción “cuando se muere un amigo, algo se muere en el alma”
Gracias Maria…amplio la invitación si visitas Asturias con explicación de lagar y prueba de sidra.
Abrazos.
Buenos días.
Soy Mar, hermana de Manolo Pujante. Desde Jerez de la Frontera, gracias, por lo que escribe, por el sentimiento que pone, me he emocionado al leerlo y recordar a mi querido hermano mayor, que aún despues de tantos años lo sigo echando de menos. Gracias a todos los compañeros que siempre seguis ahi, por visitar a mi hermano, por saludar a mi madre, por demostrar esa amistad a pesar de los años. Se que ese fatídico dia, nuestras vidas cambio para siempre. Un afectuoso saludo.
Mar gracias por tus palabras, te puedes sentir muy orgullosa de tu hermano Manolo. No exagero ni un apalabra si te digo el gran cariño que le teníamos todos los compañeros. Tuve la gran suerte de conocerlo el primer día de la Academia y forjamos una gran amistad con los años, tengo muy divertidas historias con él. Aquel fatídico día, el destino lo eligió a él. Mar, me tienes a tu disposición para lo que necesites, paso temporadas en Cádiz. Un abrazo y otro para tu madre.
Gracias Rafael. Lo mismo digo en Jerez de la Frontera vivo, por si alguna vez necesitarás algo. Un abrazo.
Acabo de leer tu artículo, lo has escrito desde el corazón y con un sentimiento que a pesar del tiempo pasado no olvidas. Las personas que te dejan huella nunca mueren porque viven en nuestros recuerdos. D.E.P.
Nuestro buen amigo Rafael nos ha recordado a todos los que directa o indirectamente vivimos esos días nefastos hasta el fallecimiento de Manolo un mes más tarde. En verdad que lo ha hecho tan real que no siento deseos de continuar. Fueron días muy tristes. Un fuerte abrazo.
Duro tu artículo de hoy.
Pero me quedo con la fuerza sobrenatural que surge cuando hay que socorrer a alguien en grave peligro. Esa energía incomprensible que mana de donde no sabíamos ni que existía, cuando la propia piel deja de doler y es mayor el dolor por el otro.
Eso se llama amor. Humanidad.
Hay muertes tan tempranas, que a veces no se entienden.
Nunca se está preparado. Y menos en el caso de jóvenes llenos de vitalidad y un futuro por desgranar.
…Un abrazo, Rafael.
Y otro para tí, Diego.
Soledad pone hoy el contrapunto amable, con ese regusto a sidra que nos ha dejado.
Qué hermoso es sentir que la naturaleza nos elige un día, y nos despierta de este ajetreado mundo urbanita, para descubrir el sentido de lo sencillo.
La felicidad en la tierra, en las raíces, y en esa otra extraña humanidad prestada que tienen nuestros animales de compañía… ¡Que preciosos tus perros, y qué bonita es tu Asturias!
Querida compañera Silvia, realmente admiro tu capacidad de expresar con palabras unos sentimientos extremos en una situación límite. Como bien dice nunca se está preparado para afrontar la muerte de cerca. Pero estos momentos agrios y tristes, lo volcamos en convertimos en más humano y en valor cada instante que nos regala la vida para vivirla con intensidad. Gracias por tu comentario, me he permitido la licencia de compartirlo con los compañeros de la promoción de Artillería.
Gracias Maria…me gusta porqué me has comprendido perfectamente,es una suerte disfrutar de las cosas cotidianas y en la compañía de Chispa,Río y Luna.
Amplio la invitación si en algún momento visitas Asturias.
Abrazos.
Mi querido amigo Diego, que trio formábamos y cuantos momentos tan alegres vivimos. Nos queda con esos instantes. La vida continua y seguimos andando el camino.
MI querida hermana, tú fuiste protagonista indirecto de todo lo sucedido y lo viviste desde de la distancia por las cartas que escribía o las llamadas por teléfono.