Jesús Fernández Osorio «La primera vuelta al mundo»

En estas fechas, tan proclives a las conmemoraciones ligadas al descubrimiento de América, hoy os invito, queridos amigos y amigas, a recrear juntos la importante efeméride que tuvo lugar apenas unos pocos años después: la primera circunnavegación al mundo de Magallanes y Elcano. Una hazaña que siempre me resultó fascinante y que ahora, estando como estamos inmersos en su V Centenario, no he podido resistirme a su recreación. Sin duda, una página ilustre de nuestra historia. Una gesta increíble, propia de la era de los descubrimientos, que nunca, en ninguno de sus dificultosos tramos, estuvo libre del acecho de los múltiples peligros y de las mayores adversidades.

La expedición, comandada por el marino portugués, Fernando de Magallanes, partió de Sevilla, el 10 de agosto de 1519. Una flota de cinco naos en la que quedaron enrolados un total de doscientos treinta y nueve marineros. Uno de ellos a la postre resultará determinante para dar cuenta del largo y exhausto viaje; se tratará del italiano Antonio Pigafetta, el cronista de la expedición y que, en el cumplimiento de su misión, al final del viaje dejará claramente recogido que: “desde que habíamos partido de la bahía de San Lúcar hasta que regresamos a ella recorrimos, según nuestra cuenta, más de catorce mil cuatrocientas sesenta leguas, y dimos la vuelta al mundo”.

En el puerto de Sanlúcar de Barrameda se detuvieron durante algo más de un mes, hasta completar su abundante aprovisionamiento. Una localidad gaditana de la que zarparon el 20 de septiembre. En las islas Canarias hicieron otra corta parada hasta que, ahora sí, aprovechando la fuerza de los vientos, las cinco embarcaciones pusieron rumbo hacia el oeste. Atravesaron el Atlántico hasta llegar a las costas de Brasil, a la bahía del actual Río de Janeiro. A su partida descenderán por las costas americanas hasta llegar, a finales del mes de diciembre, al río de la Plata. Una corriente fluvial en la que esperaban poder encontrar un paso que les permitiera bordear el Nuevo Continente.

No fue así. Seguía tratándose de agua dulce y se vieron obligados a continuar rumbo sur hasta adentrarse en un territorio totalmente desconocido. Llegaron a la fría y desnuda Patagonia y, temiendo que más abajo pudiera hacer más frío incluso, buscaron un puerto natural en el que cobijarse y pasar el invierno; al que llamaron San Julián. En dicho enclave se produjo un motín que se saldó con la ejecución de uno de los capitanes y el abandono en tierra de otro de ellos. Poco tiempo después, explorando las costas, la nave “Santiago” chocó contra un arrecife y se partió. Una vez pasada la crudeza del invierno los cuatro barcos restantes prosiguieron su camino. Llegaron hasta un difícil laberinto de islas arriba y abajo entre muchos canales que a menudo resultaban no tener salida. Una de las naves, la “San Antonio”, aprovechando la noche se amotinó y tomó regreso a España.

Mapa de la ruta alrededor del mundo

Las tres naves restantes, ya escasas de agua y comida, se adentraron lentamente por entre las islas y los canales que conforman el estrecho que ahora lleva el nombre de quien las capitaneaba (Estrecho de Magallanes). Casi cuarenta días después, entre el frío y la niebla, lograron salir, por fin, a las aguas abiertas del mar. Un nuevo océano al que, en contraste con las vicisitudes y tormentas pasadas, denominaron Pacífico.

En su continuada ruta hacia el oeste les esperaba una de las etapas más duras y peligrosas. Una inacabable travesía en la que bajo un calor extremo no pisarán tierra en casi cuatro meses. Escasos de provisiones muchos murieron de hambre, sed y escorbuto. La primera isla habitada a la que llegaron fue a la isla de Guam, a la que llamaron isla de los Ladrones, pues sus habitantes les robaban todo lo que podían. Después lo harán en las Filipinas. Un territorio ya más conocido y al que habían conseguido llegar nuestros vecinos lusitanos en sus larguísimos periplos por las costas africanas y asiáticas.

En una de aquellas islas Magallanes se vio envuelto en conflictos con los nativos y hallará la muerte. El resto de la expedición zarpó inmediatamente y, ya escasos de tripulación, se vieron obligados a deshacerse y quemar la nave “Concepción”. El español Juan Sebastián Elcano tomará el mando –y, a la postre, tendrá el honor de culminar la empresa–. Solo les quedaban dos de los cinco navíos iniciales. Navegaron erráticos durante varias semanas, hasta que, al final, llegaron a las islas de las especies. Las míticas islas Molucas, las que proporcionaban unos artículos muy necesarios y valorados de aquella época, tales como: pimienta, jengibre, sándalo, clavo, nuez moscada y canela. Allí compraron y cargaron de especies la “Victoria”, determinando completar la vuelta al mundo por el oeste en vez de regresar a España por la misma trayectoria que les había llevado hasta allí. Hubieron de atravesar los mares de Asia, el océano Índico y rodear el cabo de Buena Esperanza sin ser descubiertos por los portugueses. Algo que fue lo que le ocurrió a la “Trinidad” que, necesitada de reparaciones urgentes, partió algo más tarde, con lo que fue apresada.

En su nuevamente sufrido viaje, para no ser descubiertos y alejados de las costas africanas, consiguieron llegar hasta las islas de Cabo Verde, en las que se vieron obligados a parar, acosados por el hambre y las enfermedades y a pesar del riesgo de verse sorprendidos. Unas islas de las que, efectivamente, tras tomar escasas provisiones, tuvieron que huir precipitadamente. El 6 septiembre de 1522 consiguieron llegar a España, al puerto de Sanlúcar, casi tres años después de su partida. Dos días después los 18 supervivientes desembarcaban en Sevilla. Lo hacían en unas condiciones lamentables; habían estado casi ocho meses sin tocar tierra firme, cansados, famélicos y con la única nao deteriorada por todas partes. Sin embargo, por primera vez, habían comprobado que la Tierra era mayor de lo que se creía, que tenía forma esférica y que se podía llegar a Asia por la ruta del oeste. Todo ello a pesar de las incredulidades de sus coetáneos –y de las falsificaciones y ensimismamientos maliciosos de los modernos terraplanistas que aún siguen contradiciendo, cinco siglos después, el rasgo fundamental de nuestro planeta–. Si bien, el viaje era demasiado largo…

Cuadro de Augusto Ferrer Dalmau  ‘Primus Circumdedisti Me’

No cabe duda de que todo lo aquí narrado constituye una parte imprescindible del legado de España a la humanidad. Y, como tal, a nosotros nos cabe reafirmarlo. Tómenlo como un modo de defensa y de reivindicación de nuestro pasado más común. De la valoración de una gesta histórica protagonizada por nuestro país, por los pueblos íberos en suma. Sí, de esa España que, con sus luces y sus sombras, es –y seguirá siendo– nuestra casa. Ese acogedor hogar que, todo aquel que estuvo alguna vez lejos, siente con tremendo alivio volver a pisar de nuevo. Una tierra (y una patria) que, día sí y día también, vemos como tratan de apropiársela ciertos personajillos sin escrúpulos. No lo permitamos. Nos corresponde a nosotros y no a ellos su memoria. No lo duden, los que más tienen, los más fanáticos, anteponen su falsa imagen, sus palabras retorcidas y sus voces huecas, mientras que, a través de sus negocios opacos, su egoísmo y sus deliberadas operaciones en paraísos fiscales, evaden los necesarios impuestos, privándonos de los recursos fundamentales para el país y para ayudar a mejorar la vida de sus semejantes. Entre los que incluimos las veleidades e inviolabilidades eméritas y los que nos dicen que votemos “bien”. Pues, claro que sí. Lo haremos, sin ninguna duda.

Y para concluir, un consejo, no se conformen con esta improvisada reseña conmemorativa, lean y descubran por sí mismos la importancia de la epopeya que he tratado de resumirles en estas líneas y que ya anticipan la culminación de los 500 años que se cumplirán el próximo año. Una página apropiada puede resultarles la dedicada al V Centenario de la primera vuelta al mundo ¡Qué la disfruten!

 

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Jesús Fernández Osorio

Maestro del CEIP Reina Fabiola (Motril).

Autor de los libros ‘Cogollos y la Obra Pía del marqués de Villena.

Desde la Conquista castellana hasta el final del Antiguo Régimen‘,

Entre la Sierra y el Llano. Cogollos a lo largo del siglo XX‘ y coautor del libro

Torvizcón: memoria e historia de una villa alpujarreña‘ (Ed. Dialéctica)

Jesús Fernández Osorio

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