Siempre he tenido el firme convencimiento de que las Artes deben servir para algo más que para agradar a los sentidos o provocar un impacto emocional a través de la estimulación sensorial originada por la belleza artística. Todas las Artes, si quieren ser denominadas con ese nombre, deben servir como herramienta reivindicativa, arma de denuncia social y propiciar la visibilidad necesaria sobre ciertas lacras sociales, que, lamentablemente, a pesar de estar presentes en nuestra vida cotidiana, es decir, de convivir diariamente con ellas nos negamos a ver. Nosotros como sociedad, ante esta problemática, generalmente nos ponemos de perfil, no queremos saber nada de este tema, e incluso llegamos a ver con cierta complacencia –muy peligrosa por cierto‒ y justificamos el bullying o acoso escolar con un lacónico: “son cosas de críos”. Para nada, ni mucho menos, ese eufemismo lo único que hace es restar gravedad a esta execrable lacra social.
Precisamente, sobre este grave problema llamado con el anglicismo bullying, que ni siquiera la RAE recoge en sus entradas y que está provocando el muy peligroso incremento del suicidio infantil y juvenil, el muy profesional y joven actor canilero, José Luis Torrecillas Quesada (Caniles, 1997) ha escrito y puesto en escena un duro monólogo donde se visibiliza este grave problema que esta sociedad, epicúrea y hedonista, en la cual vivimos está padeciendo. Con una magnífica puesta en escena como nos tiene acostumbrado este joven y comprometido actor canilero, que se sube a las tablas de los escenarios más alternativos en los bohemios teatros del Madrid “canalla”, José Luis Torrecillas –Jose para los amigos‒ nos presentó esta obra suya, que tan íntima y personal es, puesto que la estrenó en 2018 y la ha vuelto a representar para el disfrute y concienciación de todos los vecinos y vecinas de su villa natal: Caniles.
“Sálvese quien pueda” es el título de dicha obra, que de ficción tiene bien poco puesto que está basada en casos reales de víctimas de esta lacra social presente en todos os países del mundo y que en España alcanza unas cotas sobre las que deberíamos pararnos a reflexionar. Una de las causas de esa poca empatía social, mostrada hacia este gravísimo problema, es la nula visibilidad mediática y escasa presencia que, por lo general, se le otorga a esta lacra social. Por consiguiente, me parece fundamental el hecho de que Jose, quien padeció y sufrió bullying desde los cinco años por su homosexualidad, utilice su oficio, actor de teatro y cine, para poner el género literario dramático al servicio de la causa y dar visibilidad a este problema.
Un peligroso problema, que constituye una lacra social, generalmente, silenciada en los medios de comunicación, acallada por una sociedad, que refiere mirar hacia otro lado poniéndose de perfil en lugar de plantarle cara, unas más que deficientes políticas preventivas y de concienciación, llevadas a cabo en los centros educativos que, salvo honrosas excepciones que confirman la regla, quitando aquellos programas preventivos a los que se pueden acoger los centros educativos –normalmente en colaboración con las brigadas especializadas de los CC. y FF. de Seguridad del Estado‒, poco más se está haciendo. Mientras tanto, desgraciadamente, la tasa nacional e internacional de suicidio infantil y juvenil no para de incrementarse, constituyendo así una situación trágica que debemos atajar cuanto antes puesto son muchas vidas humanas, muy jóvenes todas ellas, las que van en juego.
No me cabe la menor duda que este problema del bullying o acoso escolar, como queramos llamarle, ha existido siempre. Sin embargo, en los últimos años, con la irrupción en nuestras vidas de las redes sociales y la inmersión de nuestras vidas en la sociedad digital, con sus cosas positivas y negativas, en la cual vivimos, los casos de bullying se han incrementado de forma muy preocupante y han hecho saltar todas las alarmas.
“Para muestra un botón”, reza un viejo refrán castellano, por lo que no tenemos que esforzarnos mucho para poder visualizar a través de cualquier pantalla, ora sea de una tableta ora sea de un teléfono móvil, a niños o jóvenes, que están siendo vejados y maltratados física y psicológicamente por sus compañeros de clase, mientras que un energúmeno/a grava en vídeo la execrable escena para subirla a internet y compartirla a través de las redes sociales, cual trofeo cinegético. Esta acción, además de ser deleznable, deplorable, y totalmente condenable, constituye varios delitos tipificados en el Código Penal de nuestro actual ordenamiento jurídico vigente. De igual forma, este tipo de hechos evidencian, confirman y ratifican, otra vez más, nuestro fracaso como seres humanos –al respecto léase el magnífico ensayo del filósofo José Antonio Pérez Tapias: “Ser Humano. Cuestión de dignidad en todas las culturas”‒ y como sociedad incivilizada, que es lo que somos, y no civilizada que es lo que deberíamos ser.
Sin embargo, el bullying no es ejercido única y exclusivamente a través de la violencia física sino que, por desgracia, también es realizado a través de la violencia verbal (física o virtualmente, lo que se conoce como ciberbullying). Es cierto que todas estas acciones, constitutivas de delito, están penadas y castigas por nuestras leyes. No obstante, estoy absolutamente convencido que para reducir al mínimo posible la incidencia de esta terrible lacra social, al igual que en otras como por ejemplo es la deleznable violencia de género, no basta con endurecer, al máximo posible, las leyes que castigan estos delitos recogidos en el Código Penal, sino que, en mi opinión, la clave de bóveda está en la EDUCACIÓN: tanto en la recibida en casa, responsabilidad de la familia –nuclear o monoparental‒, como en la que se recibe en los centros educativos, responsabilidad de los docentes y equipos educativos, durante las distintas etapas formativas de la persona.
Por consiguiente, es imprescindible que en nuestro sistema educativo, además de aprender conceptos enciclopédicos, se eduque en valores humanos y cuestiones cívicas. Entendiéndose “valor” como una cualidad real o ideal, deseada o deseable por su bondad, cuya fuerza estimativa orienta la vida humana, desde su dimensión comunicativa y simbólica. Ortega y Gasset decía que “el valor dinamiza el crecimiento personal”. Para llevar a cabo dicha empresa, hay asignaturas, que son esenciales, como la Filosofía, la Ética y Moral, y –en mi caso particular, con sus defectos y virtudes, que los tiene y muchos‒ la Religión. Las Humanidades son fundamentales para formar alumnos que sean dignos de ser llamados personas y, a la vez, constituyan la ciudadanía que conforman la sociedad de la polis. A fin de cuentas, para aminorar al máximo posible esta terrible lacra social llamada bullying es necesario que cada vez haya más y mejores centros educativos, concienciados en la prevención de ésta y otras lacras sociales como la terrible violencia de género, para que en éstos se formen –como decía I. Kant−, personas “que obren de tal modo que la máxima de su voluntad pueda valer siempre ya al mismo tiempo, como principio de una legislación universal”, “que obren de tal modo que traten a los demás (incluidos ellos mismos) como un fin y no solamente como un medio” y “que obren como si fueran ciudadanos de un mundo perfecto”.
Otra de las muchas carencias sociales en la que este tipo de deplorables y deleznables comportamientos, violentos y delictivos, encuentra su “caldo de cultivo” es la intolerancia y homofobia que, actualmente, sigue presente en nuestra vida cotidiana. Si a esta situación añadimos que determinadas formaciones políticas, que cuentan con cierta representación en el arco parlamentario, utilizan el altavoz sito en la tribuna de oradores del hemiciclo de las Cortes, que democráticamente el pueblo español les ha concedido por un período de cuatro años, para alimentar el odio, por acción u omisión, hacia todas aquellas personas que piensan diferente a ellos o que no son como ellos dicen que han de ser, mal asunto puesto que en lugar de contribuir a apagar el fuego provocado por ésta y otras lacras sociales, es decir, la homofobia; lo alimentan con odio pernicioso e injustificado.
Aprovechando el espacio de libre opinión, en conciencia, que me regala este medio de comunicación, precisamente, es a los medios, a todos los medios de comunicación: digitales o tradicionales, a quienes quiero hacer un llamamiento público. Por favor, den cobertura comunicativa para así dar visibilidad social a esta terrible lacra, que es el bullying, al igual que se hace con otras. De esta forma, los medios de comunicación contribuirán de una inimaginable manera a concienciar a la población del peligro que entraña el acoso escolar, otra forma más de violencia. Muchas vidas, que ahora mismo están en juego por el bullying, pueden ser salvadas.
Por último, sólo me resta mostrar públicamente mi agradecimiento, admiración, aprecio y respeto por mi paisano, el actor canilero, José Luis Torrecillas. Jose ha tenido la valentía necesaria y las agallas suficientes para hablar, en tono de denuncia social, sobre este terrible y gravísimo problema, que padeció en primera persona, primero en silencio –como la mayoría de las víctimas del bullying ejercido por otros individuos que si de verdad se sienten seres humanos deben comenzar por respetar la dignidad de todos y todas‒ y después junto a su familia. De esta forma, contribuye a visibilizar a través del Arte Dramático, es decir, de su oficio como actor de teatro, esta terrible lacra social y de remover la conciencia de éste que escribe, por ejemplo. ¡Enhorabuena valiente!
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