Conocí a Pilar Ruiz Montoya a través de las redes, vi que en un grupo colgaba documentos históricos y, pocos días después, le escribí un mensaje y se ofreció a conseguirme la lista de los prisioneros granadinos, en los campos de concentración de Mauthausen (Austria), para un artículo de mi blog. Pilar se dedica a la investigación de archivos genealógicos y de documentación de la Guerra Civil española. “A la Memoria Histórica y a buscar muertos. Mi padre era hijo único y se quejaba de no tener un hermano. Yo le pregunté por sus orígenes y de aquí me viene la afición. Gente experta acude a mí y yo soy una hormiguita, buscando documentos”.
Ha estado dos años de concejala de Igualdad, en el Ayuntamiento de Arquillos (Jaén), ha sido locutora de radio, operadora de una compañía telefónica, ha trabajado en una peluquería y así un largo curriculum, pero confiesa que le gusta el trato con la gente. Mi idea era que Pilar me proporcionara documentos históricos de Andalucía, como las Capitulaciones de Santa Fe, la momia de La Malahá, una foto del salón del comedor, del Hotel Alhambra Palace, durante la Guerra Civil, pero al final me fue contando las desgracias que han ocurrido en su familia en cuestión de un año.
«En noviembre de 2020, en casa estamos mi marido, mi hijo y yo (tienen otra hija), mientras que mi madre vive en el piso de abajo. Mi marido padece EPOC (enfermedad pulmonar obstructiva crónica), pero que yo tengo abundante mucosidad, me hago una PCR y doy positivo, por lo que paso diez días aislada y eso que estábamos vacunados. Mi madre, con 89 años, tiene alzheimer y es gran dependiente, por lo que una trabajadora la asiste dos horas al día. En enero de este año la chica no acude un viernes y viene otra en su lugar. Llamo a la chica y me comenta que tiene la espalda mal por lo que está de baja laboral; a los dos días mi madre tiene fiebre, el 13 de enero da positivo y la ingresan en el hospital. La devuelven a casa, un par de días después, y le digo a la trabajadora que no venga durante estos días. Llamo a la otra chica y me confiesa que en su casa había dos positivos, pero le prohibieron decirlo. Seguramente, fue ella quien contagió a mi madre. Tres días más tarde damos positivo nosotros tres y también dos hermanos que viven en sus viviendas aparte. Unas fechas después nos ingresan en el Hospital Virgen de las Nieves a mi marido, a mi hijo (ellos con neumonía bilateral) y a mí. Me dieron el alta y como estaba sola en casa me hinchaba de llorar, no tenía ánimos para salir y perdí más de diez kilos. Mi sitio era un rincón del suelo, donde me sentaba a llorar cerca de la puerta esperando que no hubiera más terremotos. El 20 de enero me llaman por teléfono solicitando permiso para sedar a mi madre, la cabeza me estallaba y no podía más. Tres días después me comunican la muerte de mi madre. Ni un adiós, ni una mirada, nada. Recuerdo su imagen, cuando la meten en la ambulancia, mi hijo la grabó en ese momento desde el balcón pero apenas se ve. Toda tapada por ir contagiada, eso es lo que me queda de mi madre, ese minuto en que una camilla pasa rápido y su voz diciendo “llamad a mi hija”. Se enterró solita, solo mi hija la acompañó al cementerio de Arquillos, los demás estábamos infectados y no tuvo una despedida como se merecía. En esto, a mi hermano también lo ingresan. A mi hijo, de 27 años, le dan el alta a los diez días pero esa misma noche empezó a temblar y a convulsionar, tuve que llevarlo a Urgencias muchas veces, pues padecía arritmias o entraba en crisis de ansiedad, por la situación que estábamos pasando. Todavía sigue con el tratamiento del sicólogo. Después de pasar veinticinco días en el hospital, llaman y me dicen que mi marido ha evolucionado bien y que al día siguiente le van a dar el alta. Entonces, mi hijo y yo nos abrazamos llorando: “¡Mamá, no se va a morir!”, me dice. Desde entonces mi marido se pasa dieciséis horas con el oxígeno, mientras que a mí me han quedado secuelas: cuatro nódulos pulmonares y problemas de coagulación en la sangre, por lo que cada tres meses me hacen un tac. También tengo pérdida de pelo, de cartílago y de colágeno. Desde abril pasado estoy en una silla de ruedas, con la cadera rota sin ningún trauma que la pudiera provocar»-
Pilar a veces se emociona mientras me cuenta las desgracias que se han cebado con su familia y con ella, en esta época que nos recuerda las epidemias del cólera del siglo XIX y la de la gripe mal llamada española, en 1919. En España calculan que ha habido unos 130.000 muertos y casi cinco millones de contagiados por la Covid.
«Mi hijo tiene la enfermedad de Crohn (le provoca diarreas con frecuencia) por lo que no puede trabajar y, como te he dicho, se vino abajo. En mayo pasado, uno de mis hermanos se queja de que le duele la espalda y que no puede caminar. Lo llevan a Urgencias muchas veces, luego a Traumatología y poco después a la planta de Oncología, en el Hospital Virgen de las Nieves. Los familiares íbamos a verlo (no podíamos visitarlo), nos poníamos en la acera del Hospital Licinio de la Fuente y los primeros días nos saludaba desde la ventana. Los siguientes, solo unos días, encendía y apagaba la luz de la habitación. Después nada, mirábamos a la ventana esperando una lucecita que no se encendía. El 24 de mayo llaman a mi cuñada para que ella y el hijo se despidan del enfermo, pues se iba a morir. Entre susurros, se despidió de cada uno de nosotros a través del móvil y a mí me dijo: “Rubia, hasta aquí llego, cuida de mi mujer, de mi hijo y de mi nieta, que apenas he disfrutado dos meses. Te quiero mucho, os voy a esperar siempre pero no vengáis nunca”. Murió una hora después, de metástasis en los pulmones, médula e hígado y lo enterramos en el cementerio de Granada. En cinco meses mi vida cambió para siempre, sin justicia para quien nos contagió y ni siquiera una disculpa de la empresa de la trabajadora, que todavía tiene las llaves de la casa de mi madre y no me las ha entregado. Mientras tanto, yo sigo pendiente de que me operen o no de la cadera, pues tengo artrosis degenerativa».
Pilar hace una reflexión final: “La vida continúa a duras penas, demasiado dolor y tristeza concentrada, llevará tiempo salir de este agujero donde nos hundimos toda la familia…”. A veces la vida se tuerce en un instante, como cuando un irresponsable contagia a toda una familia. La pandemia ha dejado a miles de familias destrozadas y rotas, como la de Pilar, pero tenéis que seguir luchando porque siempre hay esperanza.
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