El ser humano tiene un ímpetu viajero y descubridor. Así, desde su cuna africana hace más de dos millones de años, irá evolucionando y ocupando de modo intrépido toda la faz de la Tierra. Un mundo conocido que, como veíamos la semana pasada, seguirá ensanchando paulatinamente para satisfacer sus necesidades –y su ambición–. Asimismo, su curiosidad le llevará a aventurarse en las más fascinantes empresas; desde la búsqueda de las fuentes del Nilo a la escalada de las cumbres del Everest, ya en la década de los 50 del pasado siglo. Si bien, hoy nos vamos a detener en los primeros años de dicha centuria; cuando el objetivo estaba situado en la conquista de las regiones polares del planeta.
En esa acelerada fiebre por alcanzar los últimos retos sobre los hielos terrestres, un norteamericano, Robert E. Peary, logrará llegar por primera vez al punto geográfico que indicaba los 90 grados de latitud norte. Fue un 6 de abril de 1909. Ese día, el explorador junto con otro compatriota y cuatro esquimales más, después de un mes enfrentándose a las condiciones naturales más adversas, culminará la hazaña izando la bandera de su país. Un éxito que veía coronado después de tres intentos fallidos anteriores, en los que incluso llegó a sufrir la amputación de algunos dedos de los pies.
Una vez culminada la conquista del Polo Norte la obsesión descubridora se trasladará al otro extremo, al Polo Sur. Al último pedazo del mundo en ser pisado por el hombre. A la conquista del continente más frío, seco y ventoso del planeta: la Antártida. Una tierra remota e inhóspita de más de 14 millones de kilómetros cuadrados por la que compitieron dramáticamente dos individuos en los albores del siglo XX: el noruego Roald Amundsen y el británico Robert Falcon Scott.
La noticia de la conquista del Polo Norte fue un duro revés para Amundsen; había intentado alcanzar su logro una vez y ya se encontraba preparando una segunda expedición. Condicionado por las circunstancias, cambiará su anhelado sueño ártico por el más misterioso, mágico y distante del antártico. Se dirigiría, pues, al Polo Sur; a la Antártida. Pese a ello, para evitar que le retirasen los apoyos sus patrocinadores y siendo conocedor de que el británico Scott tenía marcada idéntica meta, mantuvo en secreto su cambio de planes durante todo el año que duraron los preparativos del viaje.
Finalmente, en el otoño de 1911, las dos expediciones rivales emprendían, por rutas separadas, la vertiginosa carrera por convertirse en los primeros humanos en alcanzar el corazón del continente blanco. En su estrategia para abordar la soñada proeza, el explorador noruego se decantó por los clásicos trineos de tracción canina. En cambio, el afamado militar inglés eligió la novedosa utilización de trineos motorizados, junto a caballos ponis y perros siberianos.
El 14 de diciembre de 1911, después de casi dos meses de la partida de la expedición desde la bahía de las Ballenas, Amundsen y sus cuatro acompañantes lograban llegar al Polo Sur. El 17 de enero de 1912, algo más de un mes después, llegaban Scott y su grupo. Lo hacían caminando y arrastrando sus pesados enseres. Los trineos de motor se les habían averiado, los caballos se hundían en el hielo y únicamente algunos perros pudieron continuar con el resto del equipo a pie. Pero, lo hacían para ver, cansados y decepcionados, como, en ese punto geográfico (90 grados de latitud sur), ya ondeaba una bandera con una cruz escandinava azul bordeada de blanco sobre fondo rojo; la bandera noruega. Su gran aventura geográfica, su ansiada fantasía, concluía con el amargo sabor de la derrota…
El regreso de las dos expediciones del desierto de hielo fue más dispar aún, si cabe, que la esperanzada partida austral. Amundsen y sus acompañantes volvieron sanos y a salvo para disfrutar la gloria de su victoria. Scott y sus compañeros no sobrevivieron al viaje de vuelta. Las características climatológicas se volvieron aún más difíciles; bajo un frío ya de por sí extremo. Dos miembros del equipo murieron en tan sobrecogedor escenario y, más tarde, una interminable tormenta de viento gélido atrapó al resto de los componentes. Los cadáveres congelados de los infortunados exploradores serán encontrados en su tienda casi un año después. Estaban a solo 18 kilómetros del campamento base.
El trágico fin del capitán Scott y de sus hombres, en medio del suelo helado del inclemente continente, a su modo, también se convertirá en leyenda. Una penosa aventura antártica que inspirará numerosos relatos y escritos. Una hazaña extraordinaria que, incluso llegará a la música pop de finales de los años ochenta. Un trío español, Mecano, la incluirá en una de sus canciones (dentro del álbum titulado “Descanso dominical”). Se trataba del conocido Héroes de la Antártida. En la misma se inspirarán en las anotaciones de viaje de Scott; unas líneas manuscritas dejadas en los momentos finales de su vida. Unas notas que fueron encontradas junto a su cadáver. Allí donde perecieron “exhaustos y fracasados” y allí donde quedaron en medio de las “nieves eternas” de la Antártida.
Toda una épica de la derrota de la que nuestros populares músicos se hacían eco y con la que, a la vez, trataban de dar voz a los perdedores de esta historia (y de todas las historias). Pues, ya se sabe, a los ganadores, nunca les faltará quienes glosen sus merecimientos, logros y fama… Pero, a pesar de los fracasos y las adversidades, el espacio terrestre pronto se le quedará pequeño al ser humano y le llevará a iniciar nuevos desafíos. A idear nuevas conquistas. El siguiente paso se dirigirá al espacio exterior. Y a una nueva e imparable carrera: a la carrera espacial. Esa que bien pronto obtendrá un nuevo logro, un nuevo hito; pisar por primera vez la Luna…
Sin embargo, y para concluir, volviendo a la osadía y la audacia de las exploraciones a las regiones polares y especialmente a la Antártida, hoy la humanidad también tiene allí situado un ambicioso objetivo. En ese continente helado, precisamente, son cada vez más visibles los perniciosos efectos del cambio climático. Un lugar donde se viene apreciado la gravedad del calentamiento de nuestro planeta –hasta tres veces mayor que en otros puntos– y la imparable fundición de los glaciares y la consiguiente desaparición de especies como: las ballenas, las focas, los pingüinos y otras aves marinas voladoras.
Urge, pues, tomar conciencia de la necesaria protección de nuestro planeta (y su biodiversidad) y afrontar, de una vez y de modo global, las causas del cambio climático. Entre ellas la problemática energética basada en los combustibles fósiles y su sustitución por las energías limpias, por las energías renovables. Una conciencia medioambiental que en este caso, además, debería seguir manteniendo a la Antártida como una “reserva natural dedicada a la paz y a la ciencia”. A fin de cuentas esta es otra carrera dramática que no hace mucho acaba de empezar. Esperamos que concluya exitosamente. Está en juego nuestro futuro.
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Maestro del CEIP Reina Fabiola (Motril).
Autor de los libros ‘Cogollos y la Obra Pía del marqués de Villena.
Desde la Conquista castellana hasta el final del Antiguo Régimen‘,
‘Entre la Sierra y el Llano. Cogollos a lo largo del siglo XX‘ y coautor del libro
‘Torvizcón: memoria e historia de una villa alpujarreña‘ (Ed. Dialéctica)