Llevamos varias semanas ocupándonos de algunas de las gestas más extraordinarias de la historia de la humanidad. Hoy les traeremos una de las más grandes. Ciertamente, no se descubrirán nuevos horizontes ni supondrá la conquista de imposibles hitos, pero su huella sigue siendo imperecedera por los pueblos y las tierras de España, 85 años después. Estamos hablando del valor de la solidaridad en defensa de una República acosada, maniatada y en extremo necesitada; el papel que jugaron las Brigadas Internacionales en la Guerra Civil española.
Como todos saben, en julio de 1936 se destapó una agresión sin precedentes contra un gobierno legítimo por parte de las fuerzas más reaccionarias del país. Una sublevación militar (parcialmente fracasada) que, desde bien pronto, contará con el apoyo de las potencias fascistas del momento: Italia y Alemania, –junto al vecino Portugal, bajo la dictadura de Salazar–. Por su parte, las llamadas de auxilio del gobierno republicano a las democracias europeas solo obtendrá la firma de un Pacto de No Intervención. Una auténtica farsa que, buscando la no injerencia en sus asuntos internos, la dejará más indefensa aún frente a los golpistas. Pues, las potencias que apoyaban a los rebeldes nunca lo cumplirán en absoluto y únicamente la Unión Soviética (URSS) se lo saltará en parte; eso sí, dos meses más tarde del inicio del conflicto.
Sin embargo, y pese a la traición de sus respectivos países, que dejaban a la II República sin los mínimos aliados externos, una riada inmensa de movilización, de aliento y de solidaridad arrastró a miles de combatientes extranjeros hacia España. Jóvenes voluntarios e idealistas de medio mundo que, bien de modo individual o a través de alguno de los numerosos comités de ayuda, acudieron en su socorro; lo hacían en nombre de una causa justa, la causa de la justicia social y la libertad frente al fascismo.
Fueron reclutados y organizados por la Komintern (la Internacional Comunista). Unos hombres y, también, unas mujeres –integradas como enfermeras en los servicios sanitarios– de más de cincuenta países que dejaban atrás su casa, sus amigos y sus familias para enrolarse en una guerra ajena que habían sentido y que sintieron como propia: a la Guerra de España. En suma, para tratar de ayudar a un gobierno legítimo.
Así, el 22 de octubre de 1936 el presidente del Gobierno de la República, Francisco Largo Caballero, firmaba un decreto por el que se autorizaba la constitución de estas unidades compuestas por voluntarios extranjeros. Unas brigadas que establecieron su base de organización y adiestramiento básico en la ciudad de Albacete. Unas unidades militares que, a pesar de la escasez de tiempo para su preparación y careciendo del suficiente armamento, resultarán decisivas en la defensa del Madrid sitiado y que combatirán sin descanso por toda la geografía española –en muchas de ellas como fuerza de choque y, por ello, con unas bajas muy elevadas–, hasta su definitivo adiós dos años después.
Y es que, a finales de septiembre de ese año, el presidente del Gobierno, Juan Negrín, anunció de modo unilateral la retirada inmediata y sin condiciones de todos los combatientes no españoles del ejército republicano. Se ponía fin a su etapa en los duros frentes de batalla y daban comienzo los dignos actos de su despedida. Entre ellos los que nos muestra la icónica imagen recogida en la localidad tarraconense de L´Esplugas de Francolí, del 25 de octubre, o la tomada por Robert Capa, en la localidad barcelonesa de Montblanch, que nos ha servido para ilustrar el comienzo de estas líneas. Unos actos que culminarán, tres días después, con un multitudinario desfile por las calles de Barcelona, ante las principales autoridades de la II República y contando con la presencia de más de 250.000 personas.
La próxima semana se cumplirán, pues, 85 años de su llegada y dos menos de su partida. Ese día, el 28 de octubre, el pueblo de Barcelona les rindió un hermoso y caluroso homenaje. Por su parte, Dolores Ibárruri, la Pasionaria, la histórica líder del comunismo español, pronunció uno de los discursos más emotivos de toda la historia. Unas palabras que nadie pudo expresar mejor que ella y que, a pesar del tiempo transcurrido, su mensaje sigue siendo tan nítido y claro como en aquellos aciagos momentos que ya anunciaban el trago amargo de la derrota. Si me lo permiten, utilizaré un amplio fragmento del discurso pronunciado por ella en aquel lejano otoño. Decía así:
“… ¡Madres! Cuando los años pasen y las heridas de la guerra se vayan restañando; cuando el recuerdo de estos días dolorosos y sangrientos se esfume en un presente de libertad, de paz y de bienestar… hablad a vuestros hijos; habladles de estos hombres de las Brigadas Internacionales. Contadles cómo, atravesando mares y montañas… llegaron a vuestra patria, como cruzados de la libertad, a luchar y morir por la libertad y la independencia de España, amenazados por el fascismo alemán e italiano. Lo abandonaron todo: cariños, patria, hogar, fortuna, madre, mujer, hermanos, hijos… y vinieron a nosotros a decirnos: ¡Aquí estamos!; vuestra causa, la causa de España, es nuestra misma causa, es la causa común de toda la humanidad avanzada y progresista. No os olvidaremos; y cuando el olivo de la paz florezca, entrelazado con los laureles de la victoria de la República española, ¡volved!…«.
No pudieron volver porque la República fue derrotada pocos meses después. Muchos de ellos, eso sí, se quedarían ya con nosotros para siempre; cerca de diez mil se contarían entre los muertos y los desaparecidos que nunca fueron encontrados… Otros, los más afortunados, continuarán llevando a España en su corazón. Pasarían, eso sí, miles de dificultades y sufrimientos en la vuelta a sus hogares –los que pudieron– y, otra vez más, muchos se verán atrapados por la insaciable guerra. Solo unos pocos, muy pocos, podrán regresar un día a los desolados páramos en los que otros camaradas suyos dejaron su esfuerzo y su sangre derramada.
Si bien, habrá que esperar largos años para que, ya en democracia, tuvieran un mínimo reconocimiento de la experiencia que marcó sus vidas. Atrás quedará, eso sí, la larga etapa de la dictadura franquista en la que tantas mentiras se verterán sobre ellos, como: que representaban un número cercano al de los cien mil. Suponemos que debía ser por su mala conciencia, pues, el apoyo republicano nunca superará un total de 35.000 alistados extranjeros –y nunca todos ellos simultáneamente en acción–. En cambio, las fuerzas mercenarias, esas que dieron soporte a las filas sublevadas, les triplicaron ampliamente y sin reparos. Respecto a su sueldo, ese que la prensa franquista solía tratar hartamente de modo propagandístico para dañar su imagen, decir que, como todo el mundo sabe, recibían 10 pesetas diarias, es decir, una paga idéntica a la que percibía el resto de milicianos españoles.
Seguramente, en estas fechas conmemorativas, no vendría mal conservar el recuerdo de su voluntad solidaria y universal, informarse de verdad sobre lo que supusieron las Brigadas Internacionales y reconocer su esfuerzo baldío por frenar al fascismo en el suelo español; ese monstruo que, poco después, asolará los campos de toda Europa.
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Maestro del CEIP Reina Fabiola (Motril).
Autor de los libros ‘Cogollos y la Obra Pía del marqués de Villena.
Desde la Conquista castellana hasta el final del Antiguo Régimen‘,
‘Entre la Sierra y el Llano. Cogollos a lo largo del siglo XX‘ y coautor del libro
‘Torvizcón: memoria e historia de una villa alpujarreña‘ (Ed. Dialéctica)