Pedro López Ávila: «Madre lluvia y José Antonio Santano»

Alguien me hizo llegar este poemario de Jose Antonio Santano en una esmerada edición de Olifante. Ediciones de poesía 2021, que comencé a leer con premura durante el verano y más delante de forma pausada; con ello intenté poner orden entre las impresiones de una primera lectura y las ideas que me suscitaban sus versos de forma más pausada.

Adelanto que no quisiera que estos comentarios que vamos a verter sobre este libro pudieran entenderse como una proclama sobre las bondades que contiene el mismo, sino más bien como un comentario honesto de lector a lector, pues sucede con frecuencia que, cuando se hace un comentario crítico, el autor o autora entienden que no se le concede importancia suficiente a aquellos aspectos que ellos consideran fundamentales; sin embargo, también es cierto que, a través de ciertas reseñas, los creadores descubren aspectos que ellos mismos no veían ni ven del mismo modo y que, no obstante, podrían ser atinados en muchas ocasiones. De hecho, cuando el libro sale al mercado editorial ya está en manos de los demás y cualquier lector pone de su parte lo que entiende en la lectura.

Hecha esta advertencia preliminar, digamos que este poemario ha soportado un espinoso proceso de renuncia a todos aquellos aspectos de carácter retórico que pudieran dificultar el camino a la verdad de la emoción y, por supuesto a la claridad del concepto. Dicho de otra manera: Santano cree más en la eficacia del poema, para llegar al lector, que en la fuerza de la belleza, que el leguaje evoca; aunque, por supuesto, sin renunciar nunca a ella en muchas ocasiones.

Portada del poemario publicado por Olifante Ediciones

El poemario tiene un carácter meramente testimonial, situado en la España de posguerra, en donde la violencia, la muerte, el odio, la angustia y la extrema pobreza, que siguieron a la guerra, marcaron para siempre y muy hondamente el dolor de la madre de nuestro autor, a la que criminalmente le arrebataron al hermano, y cuyas secuelas psicológicas se dejarán sentir en la atmósfera cotidiana familiar: «¿Dónde hallar el rostro del hermano /desaparecido a los dieciocho / y del que nunca más se supo?» De ahí que la lírica que encontramos en Madre lluvia adquiera un carácter primordialmente práctico, con un tono pesimista y dolorido -como fuentes primarias-, que dan a sus versos una sensatez más clara que la realidad de la propia vida: «después de haber llorado amargamente / los años opresores de posguerra, / que el miedo hizo suyos / y cobijó el silencio en su morada, / porque la vida toda fue osario / y podredumbre».

El paisaje que se asoma a estas páginas hace un recorrido existencial -muy cercano al lector- que discurre en el tiempo por el recuerdo desde la niñez, adolescencia y juventud, hasta la edad madura del poeta. Se sitúa en Iponuba, donde nuestro autor recuerda con nostalgia las primeras huellas de su madre, con la lluvia como protagonista de fondo: «la lluvia origen anega la memoria / y este lóbrego invierno / refugio de tantas soledades (…) Luego de beber la leche / caliente de sus pechos». El culto al lenguaje de los sentimientos, como buen poeta testimonial, estará presente de forma elegiaca a lo largo de todo el libro.

El tú lirico dirigido a la madre o a la lluvia, llega a convertirse en una incesante obsesión repetitiva y metafórica del poeta a lo largo de todo el poemario, ante el inevitable sufrimiento de la madre, que arrastrará durante toda la vida, por el crimen sin sentido del hermano de esta. La casa, los objetos, las fotografías y el ambiente familiar se verán impregnados del recuerdo del hermano desaparecido sin contención alguna a la nostalgia, «porque solo ya los recuerdos / mantienen vivo el cuerpo, / todos los recuerdos / habitando la casa».

Por otro lado, nuestro autor reconecta su yo lírico con el pasado y, consecuentemente, rememora un mundo representado y transmitido por el lenguaje oral de la historia, buscando el sosiego, que nunca encontró la madre, en la reparación de la injusticia. De ahí, la queja lacerante que mantiene Santano contra la crueldad, el odio o la iniquidad de los vencedores de la contienda.

El realismo de la poesía actual nos muestra un torpe espectáculo de lo cotidiano, sin más implicación que la repetición hasta el hastío de contemplaciones y fórmulas extraordinariamente inocuas de difícil compresión; sin embargo, la lírica que Santano nos deja en estas páginas de Madre lluvia, se mueve en ámbitos de la experiencia humana, de su propia experiencia y de su compromiso personal, lo que significa hitos vivenciales de primera magnitud de sus propias vivencias. Decía Carmen Martín Gaite a este respecto: «Que una historia sea creíble no quiere decir que sea realista, es necesario que sea verosímil»

La trágica soledad de la madre ante el dolor por la muerte del hermano queda patente desde sus primeros versos: «Dormida / en la raíz corpórea del silencio […] / en los barbechos / de un dolor continuo». Santano sale siempre a la caza de las imágenes que le provocan el recuerdo de la madre enferma, bien dormitando: «la cabeza ligeramente caída / sobre el sillón de orejeras / refugio y rutina de los días»; bien cuando «se deja seducir por los silencios / y poco a poco los ojos cierra»; o, quizá, «…soñadora, / con la cabeza caída / en el sillón de orejeras, / con la mirada absorta / en el tiempo de los hijos / que ahora ve pasar a su lado»; hasta que, finalmente, con el paso de los días y por la condición de seres en el tiempo la mirada de Santano adquiere otra tonalidad existencial en su visión: «[…]y la estancia vacía / sin sillón de orejeras».

Contraportada de la obra de José Antonio9 Santano

Son muchos los problemas sociales, morales y políticos de la España de posguerra; el trauma y las influencias psicológicas que dejaron en los niños de aquella generación nuestra guerra civil, aún están vivos y emergen hasta nuestros días, a pesar del paso de las distintas generaciones que se han ido sucediendo. Así, nuestro autor lanzará ásperos reniegos contra la dura represión que mantenían «laureados y marciales mílites / engendros del miedo / que impusieron su pérfida paz»; a través del espanto «en la cárcel posada / de las flechas y el yugo / dibujada en su entrada»; o, quizá, desde un paisaje poblado por «impíos generales y obscenos tecnócratas». La imprecación hacia lo vencedores y su ácido tono de rabia queda definitivamente recogido en el poema Agua madre callada, en donde, el poeta, dirigiéndose a su madre, utilizará el tú lírico en una especie de confesión combativa. Ahora se sitúa – a través del recuerdo- en el centro mismo de los acontecimientos de su experiencia emocional y nos recordará mediante el denuesto, a delatores, patrioteros, torturadores, criminales y a toda una extensa fauna de «tan hórrida barbarie / de aquella infértil guerra».

No se percibe en Madre lluvia un ensimismamiento ególatra en su poética a través del lenguaje, sino que más bien, muy al contrario, este poemario responde a la reivindicación de un hombre en la búsqueda de la verdad final; a la necesidad de expresar con claridad la infinitud decepcionante de la soledad de la madre; a expresar la nostalgia del recuerdo insistente; o, en última instancia, a encontrar respuestas -tal vez infundadas- a una serie de angustiadas preguntas sobre la mísera condición humana en los horrendos acontecimientos represivos que siguieron en los años de posguerra y que aún mantiene muy firmes nuestro autor en la memoria: «Ya no existe el paisaje / de los campos de olivos / solo el triste recuerdo».

A pesar de todo, siempre debemos tener en cuenta que los versos de circunstancias que podrían conmovernos, solo lo conseguirán en la medida en que participáramos de esas circunstancias; pues, es bien conocido que en la evolución histórica de la lírica o de cualquier otro género nos han ilustrado suficientes casos sobre ideas de escritores de uno u otro signo, que han sido olvidados al transcurso del tiempo en función de modas o hábitos creados desde el poder. Pensemos que todos los seres humanos somos animales históricos en una u otra circunstancia.

Reiteramos que estas páginas han soportado un arduo proceso de renuncia a ornamentos retóricos con el objetivo de no dificultar el acceso a la verdad de la emoción, ni al verismo histórico en el desarrollo de los acontecimientos y, por ende, alguien podría notar alguna ausencia desde el punto de vista de la forma verbal; sin embargo, habría que decir que Santano adopta esta actitud de desprenderse de todo aquello que pueda perturbar la claridad del concepto y la realidad de los acontecimientos vividos. De ahí, el tono amargamente elegiaco de su obra en la que nos hace asistir a un espectáculo reivindicativo para alcanzar la reparación de tanto dolor desbocado: «¿dónde hallar el rostro del hermano / desaparecido a los dieciocho / y del que nunca más se supo?» «En las cunetas, / acaso al pie de los olivos / en fosas ocultas / o secretos crematorios?»

Como decimos en las páginas más íntimas, el poeta en aras al testimonio se despreocupa de la forma, con versos generalmente cortos, blancos, en su mayoría heptasílabos y un vocabulario que se mueve entre la claridad, la sencillez y la sobriedad; por otro lado, no son pocos los hallazgos verbales que encontramos en su obra; igualmente, decir que son muy frecuentes también la utilización del hipérbaton, toda suerte de imágenes consecutivas -que actúan como flashes- epítetos, símiles, símbolos y, en fin, un amplio repertorio de recursos literarios que el autor conoce muy bien y domina.

Lluvia :: MICHAEL GAIDA (Pixabay)

No obstante, la gran metáfora que envuelve a este poemario es la lluvia o la madre lluvia que, desde mi perspectiva de lector, el autor la identifica con la propia madre en su relación significativa: densa esperanza, provisión, abundancia y cuidado: «madre lluvia tu nombre cada día como el pan». Además, la lluvia ofrece los dones de seguridad para el sustento y cobijo necesarios ante la magnitud de la tragedia humana. Así pues, para Santano, la lluvia es la vida, metáfora aposicional «madre lluvia la vida».

Sin embargo, otras veces la lluvia adquiere un carácter más simbólico, es decir, trasladando el mundo interior del poeta a una realidad ajena a él, y así actúa como espectadora en el paso del tiempo, o como símbolo de la fatalidad o del destino; otras, la traspone a la redención de la soledad de la madre y otras adquiere un sentido de experiencia trascendente.

En fin, digamos que la lectura de este poemario se encuentra profundamente ligada a la experiencia vital del autor. Siempre, en Madre lluvia, nos encontraremos con el peso de los cimientos existenciales y vivenciales de José Antonio Santano, que lucen como pura necesidad catártica – quizá como último recuerdo a su madre- buscada afanosamente como redención y reivindicación a su vez de deudas históricas aún no saldadas ni reparadas por nuestra sociedad actual.

 

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