Hace exactamente ochenta y un años que tuvo lugar el histórico encuentro entre el “Caudillo” español y el “Führer” alemán en la estación de tren de Hendaya (Francia). Hasta ese momento no se conocían personalmente, aunque la colaboración entre ellos se remontaba al mismo inicio de nuestra guerra en el verano de 1936. Es más, si Franco la había ganado había sido en gran medida gracias a la ayuda militar tanto de Alemania como de la Italia de Mussolini. Su deuda con ellos —política y económica— era, por tanto, “impagable”.
Ahora el contexto había cambiado: en plena Segunda Guerra Mundial, ¿era Hitler el que esperaba contar con la colaboración del “Generalísimo” para sus planes bélicos contra Gibraltar? ¿O era Franco el que se dirigía a su encuentro con el jerarca nazi ilusionado con lograr unas concesiones territoriales que animaran a nuestra entrada en la guerra?
La situación para Alemania, a solo un año del inicio de la contienda, era esperanzadora. Aunque ya ese verano había fracasado en su intento de rendir Inglaterra, capitaneada por Winston Churchill y defendida frente a la aviación germana por la Royal Air Force, ahora se planeaba la “Operación Félix” contra la estratégica colonia británica en el sur de España. Además, media Europa estaba en su poder (Austria, Checoslovaquia, Polonia, Dinamarca, Noruega, Países Bajos,…). Incluso Francia había sido invadida pocos meses antes por la Wehrmacht y dividida en una “Francia Libre”, gobernada desde Vichy por el anciano mariscal Pétain y que, en realidad, colaboraba con la Alemania nazi, y una Francia ocupada, bajo control directo de las fuerzas del III Reich.
En nuestro país, en cambio, pese a que la guerra civil había terminado hacía más de año y medio, se vivía una alarmante escasez de víveres y otros productos indispensables, que llevaron a su población al racionamiento, a la pobreza y al hambre. También pesaba la deuda contraída con varios países, entre ellos Alemania, y que Franco, para disgusto de Hitler, seguía sin pagar.
Hendaya, en el sur de Francia, junto a la frontera con España y muy cerca de las poblaciones vascas de Irún y Fuenterrabía, quedaba dentro de la zona ocupada (no de la “libre”), por lo que Hitler no necesitaba salir de los territorios bajo su mando y Franco solo tenía que recorrer unos escasos metros en el suelo francés de su “amigo” el Führer.
Así que a su estación internacional se dirigieron ambos ese miércoles 23 de octubre de 1940, acompañados por sus respectivos ministros de Asuntos Exteriores, Ramón Serrano Súñer y Joaquín Von Ribbentrop, que ya el 16 de septiembre se habían encontrado en Berlín con el mismo objetivo —tratar la posible entrada de España en la contienda mundial—. Además, en la reunión de Hendaya estuvieron presentes los dos intérpretes y el secretario de prensa de Ribbentrop. En total siete personas, de las cuales cuatro dejaron testimonios de diversa exactitud y credibilidad.
N. 2.
Llegó antes Hitler y Franco se retrasó unos ocho minutos sobre la hora prevista. Había hecho el viaje por carretera desde Madrid a San Sebastián y a partir de aquí, los algo más de veinte kilómetros que restaban, en el tren que antes había usado Alfonso XIII. Según Preston*, en este último tramo intentaron atentar contra él anarquistas españoles, pero las “enormes medidas de seguridad” lograron evitarlo y que, por tanto, pudiera llegar a su importante cita.
Los saludos entre ellos fueron cordiales: “Estoy encantado de verle, Führer”; a lo que la respuesta de este fue: “Por fin cumplo un antiguo deseo, Caudillo”. Eran las primeras palabras de un encuentro que duraría hasta nueve horas, porque a la reunión inicial de todos entre las 15:30 y las 18:00 horas siguió una solo de ambos ministros de Exteriores, para que se pusieran de acuerdo en el protocolo secreto que se firmaría por ambas partes, y finalmente una cena del grupo en el Erika, el coche salón del tren de Hitler.
La vuelta fue también tortuosa, porque llovía y el viejo tren tenía goteras que terminaron por mojar a Franco y a Serrano. Pese a ello, ya en San Sebastián y de madrugada, los dos estuvieron trabajando sobre el protocolo, tratando de limarlo lo más favorablemente para España. En él se establecía la entrada en la guerra del lado de Alemania e Italia en la fecha que las tres potencias decidieran por común acuerdo, pero una vez finalizados los preparativos militares que el país necesitaba. Esto era lo que dejaba abierta nuestra incorporación, que nunca llegó a producirse.
La reunión no había ido bien. Franco habría querido entrar en la contienda para lograr una serie de territorios; no solo la recuperación de Gibraltar, que no fue problema para el acuerdo, sino además el Marruecos francés. Pero aquí es donde Hitler no aceptó, porque hubiera sido enfrentarse a Pétain —con el que se reunía al día siguiente—, dado que esta colonia estaba bajo poder de su “Francia Libre”. Y entre ambos, el Führer valoró más las posibilidades que tenía el de Vichy de defender ese territorio ante un posible ataque aliado que las que tendría España.
También es cierto que podía haber engañado a Franco, haciéndole ver que Marruecos sería suyo, y no lo hizo (o no lo logró). Al igual que podía haber iniciado el envío de suministros y material bélico y tampoco ocurrió. Quizás no estaba tan interesado en nuestra participación militar, dado que había sido perfectamente informado de la situación extrema del país. Pero, sobre todo, no lo estaba al precio pedido machaconamente por Franco en Hendaya, quien, también es cierto, temía un ataque inglés a Canarias si España entraba en la guerra.
Es de sobra conocido el comentario que Hitler hizo más adelante a Mussolini: “Antes de volver a pasar por esto, preferiría que me sacaran tres o cuatro muelas”. En cuanto a Franco, su admiración por el Führer empezó a decaer desde ese momento, al igual que sus ridículas ansias imperiales en el norte de África.
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P. PRESTON, Franco, “Caudillo de España”, Barcelona, 1996, pp. 490-498.
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Profesor de Historia en el IES Padre Manjón
y autor del libro ‘Un maestro en la República’ (Ed. Almizate)