Recientemente, el Comité Noruego del Premio Nóbel de la Paz ha otorgado su premio a dos periodistas, la filipina María Ressa, y el ruso Dmitry Muratov, activos opositores a los regímenes autoritarios de sus países. Reconoce el Comité su valiente lucha por la libertad de expresión en Filipinas y Rusia. Y, por extensión, es un reconocimiento a todos los periodistas del mundo que, con su palabra, defienden la prensa independiente y libre, cada vez más amenazada.
Recordé, una vez más, la actualidad del Quijote. Aquellas sabias palabras que puso Cervantes en su boca: “La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierra la tierra ni el mar encubre; por la libertad, así como por la honra se puede y debe aventurar la vida” Y esto, ni más ni menos, es lo que han hecho esos dos periodistas. Ello debería animar a los profesionales, también en las democracias occidentales, a defender la libertad de expresión ante la censura velada que pretenda imponerles cualquier colectivo, grupo de poder o poder a secas. El periodista de raza no puede venderse a ningún poder político, porque si así lo hiciera, estaría traicionando su propia esencia.
Hoy, los modernos censores están agazapados en grupos organizados, a izquierda y derecha, que se encargan de despotricar y atacar a todo aquel que contradiga sus opiniones, ideas o pensamientos. Lo vemos en las redes sociales. No entienden que la riqueza de la democracia es su pluralidad, y el pensamiento único, su negación.
El profesional de la palabra debe tener absoluta libertad para expresarse, siempre que sus palabras no ofendan ni vulneren preceptos constitucionales o legales. Si cada vez que escribe un nuevo vocablo o frase debe pensar en ser correcto políticamente para no herir la sensibilidad del poder o de cualquier grupo humano organizado, obtendrá un trabajo que no será fruto de su libertad creativa, sino de su propia autocensura. Y en la era de la posverdad, hay que defender siempre la verdad. Lo peor que puede hacer un periodista es traicionar su conciencia para complacer al poder o a determinados grupos o colectivos. Para ser creíble, deberá perseguir siempre en sus textos el rigor, la independencia y la verdad. Y, si además de ello, son bellos, habremos completado las características de un buen profesional.
Ver más artículos de
docente jubilado