Antonio Luis García: «¡Arde, la Tierra!»

Arde y llora la Tierra, clama al cielo con gritos desesperados, por tantos años de dolor, por las miles de heridas recibidas, por los graves sufrimientos que atormentan sus pensamientos
No les voy a contar nada nuevo, amigos lectores, nada que no sepan ustedes, ni nada de lo que no hayan oído hablar. Arde la Tierra, la madre Tierra, el planeta azul, la aldea global, nuestra casa común, el lugar en el que habitamos todos los seres humanos, desde hace miles de años. Pero, en esta ocasión, sucede muy cerca de nosotros, en nuestro país, en España, en las Islas Canarias, en la isla de La Palma. Sin embargo, el colosal fuego no ha sido provocado directamente por nadie, como tantas veces ocurre; tampoco es originado en su epidermis, en su superficie, en su paisaje exterior, sino que brota desde su interior, desde su núcleo, desde lo más profundo de su corazón. Arde y llora la Tierra, clama al cielo con gritos desesperados, por tantos años de dolor, por las miles de heridas recibidas, por los graves sufrimientos que atormentan sus pensamientos, y lo hace con lágrimas de lava, fumarolas efervescentes, suspiros sulfurosos, con el ruido retenido de un tremendo trueno, rasgando sus vestiduras, rompiéndose en luces rojas y derrapando sus despojos por las laderas cónicas de Cumbre Vieja.

Sabemos que la Tierra tiene vida y que sostiene la vida de todos sus pobladores: bióticos, abióticos y antrópicos. También sabemos que ella y todo cuanto contiene, está en continuo movimiento, en permanente actividad. Es una de las nueve familias planetarias que giran alrededor de una estrella, el Sol; en agradecimiento a su donación, a su regalo diario y vitalicio, que es la luz y el calor; la más potente fuente de energía y el mayor manantial de vida para las personas, los animales y las plantas. Pero, si aceptamos que es un ente vivo, también entenderemos que tiene fragilidades, que padece alteraciones apacibles o violentas, conservadoras o rompedoras, que no es inagotable y que la podemos destruir. Los volcanes existen desde hace mucho tiempo, pero la quema de bosques, la tala de árboles, las guerras, la violencia, el hábitat en espacios inadecuados, los residuos, la contaminación, la injusticia, la mentira, etc. son cosa nuestra. En definitiva, el respeto a las personas, a sus creencias y pensamientos y al medio ambiente, es lo menos que podemos hacer, para considerarnos civilizados y preservar nuestro planeta.

Los volcanes por su difícil accesibilidad, por su brusquedad y su complejidad, constituyen uno de los fenómenos más singulares de la naturaleza. Sus erupciones generan, entre los habitantes de las zonas próximas y según su intensidad, pérdidas materiales, devastación, dolor e incluso la muerte. Pero, también, contemplarlas a distancia y por la noche, puede constituir un espectáculo fascinante y único, no apto para los que sufren sus consecuencias. Hay, por tanto, volcanes diferentes, en fases distintas y con efectos dispares; mientras unos han arrasado ciudades enteras, otros han sido declarados por la UNESCO, Patrimonio de la Humanidad, como el Etna en el año 2013. La vida y la muerte, el amor y el terror, la belleza y la fealdad; dos caras de una misma moneda, que no podemos reconciliar. De ahí que a los científicos vulcanólogos, les resulte difícil dar respuestas claras o contundentes. Además, como dijo Einstein, siempre existirán incógnitas que la ciencia no podrá resolver.

Tenemos constancia de existencias volcánicas desde épocas prehistóricas. La mitología griega, ya citaba al Etna, bajo el que yacía el monstruo Tifón, causante de terremotos y erupciones. En el año 79 d.c. la ciudad italiana de Pompeya, fue sepultada por la erupción del Vesubio, desapareciendo junto a varias pequeñas poblaciones más. Mucho tiempo después, en el año 1772, en la villa de Diomedes, se descubrieron los cuerpos de veinte víctimas del volcán, una de ellas mujer. En el siglo siguiente, año 1850, el novelista francés T. Gautier, en su viaje por Italia, conoció dicha historia y la concluyó como escritor, no como historiador. Una noble dama, cargada con collares, perlas y pulseras, encontrada en la sala de guardia de los gladiadores, no podía haber ido a buscar refugio allí, sino ser una romántica heroína, que entregada a su amante murió con él. Hace poco más de un siglo, en el año 1902, el volcán Monte Pelé también arrasó la ciudad de Saint Pierre, en la isla caribeña de Martinica, donde murieron 29.932 personas, más de la población que tenía. Sólo sobrevivieron dos; una de ellas era un prisionero, cuya celda estaba tan escondida, que le salvó la vida.

Hoy y ahora arde la Tierra, desaparece la vida, arde la Palma, sufren sus habitantes, se contamina el aire, nos contagiaremos todos. El COVID y la economía, están demostrado que no puede existir aislamiento, ni independencia, ni estados desvinculados del resto del mundo; vivimos en una globalización planetaria progresiva, en la interdependencia total, en el ciberespacio, en el blockchain, etc. Sólo la solidaridad siembra solución; pensamos en La Palma y sus habitantes.

 

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ANTONIO LUIS GARCÍA

Catedrático y escritor

 

Antonio Luis García Ruiz

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