Los días de Jiva transcurrieron realmente rápidos, los de Bujara fueron un simple suspiro. Somos esclavos del tiempo y éste pasa frenéticamente ante nosotros. Los días siguen siendo largos y calurosos, te da la sensación de transcurrir demasiado rápido o bien el cuerpo te pide más, pero la realidad se impone y toca volver a ponerse en marcha, como los feriantes cuando llegaban al pueblo que muchas veces tardaban más tiempo en montar sus negocios que en lo que duraba la feria y era un momento de júbilo para la chiquillería jameña que alucinaba con la cantidad de negocios que “cabían” en el paseo, luego también en la Plaza Duque Mandas y ahí se para mi memoria.
En Bujara ya apenas nos quedaba nada, hoy sí tendríamos un largo trecho en autocar y partíamos para la más famosa de todas las ciudades de la ruta: Samarcanda. Era un viejo sueño hecho realidad, pero cuesta despertar de ese efímero estadio y comprobar lo relativo que es todo en este mundo.
La ruta a seguir será vía Gijduvan y Navoi [este será el nombre del parque más grande en la ciudad de destino], un par de paradas para las emergencias que siempre hay sobre todo tras el desayuno. Llegamos a la gran ciudad poco antes de la comida, parada en un restaurante que no dejará indiferente a la veintena de personas, especialmente a las mujeres que, con toda curiosidad, habiendo captado mis comentarios con mi hermano, pusieron en marcha el plan de reconocimiento y las chicas del establecimiento “alucinadas” viendo salir a las féminas del lavabo de los hombres.
La culpa la tenía la decoración [no sé qué habrían puesto en el lavabo de ellas] que habían colocado en el WC masculino, sin duda para alegrar la visión y supongo, la mente, en tan peculiar y no siempre oloroso recinto higiénicamente impecable y un 10 por la decoración que, posiblemente en la España del momento, habría sido motivo para que alguien rápidamente viera una gran transgresión a los derechos [tenemos tantos que ya no sabemos a cuál hacerle frente] de alguna minoría, sea cual sea el color o el género. Lo divertido era ver cómo regresaban muertas de risa y no salían de su asombro. ¡Gracias por ese par de horas de entretenida comida en un día de gran Sol!
Supongo que para los uzbecos el decorado les era familiar, pero para las españolas, ese día, simplemente triunfó y dio para varios días en las conversaciones por no decir que hasta el último minuto cuando cada uno tuvo que partir y regresar para casa. Aunque la mitad continuaba con unas jornadas extra en el famoso Valle de Fergana y que tantos mensajes de la Embajada en Moscú nos llegaron para evitarlo. Supongo que de una u otra forma tenían conocimiento del programa y sólo faltó que María [la conocí en Estambul mientras Turkish Airlines nos daba el paseo por esta cosmopolita ciudad en el Bósforo] nos explicara las bondades de ese lugar. La chica era georgiana y regresaba a su país, grata experiencia e inolvidable las horas de charla que mantuvimos en aquella excursión, detalle de las líneas aéreas turcas.
A media tarde estamos instalados en el fabuloso hotel de Samarcanda, bien céntrico y tiro de piedra teníamos infinidad de lugares históricos y un pasado extraordinario. En apenas diez minutos de paseo estabas en el Registon, posiblemente el lugar más fotografiado y famoso de la ciudad. La monumentalidad del entorno no te deja respirar. No sólo el hotel, sino la propia figura de Tamerlán, la gran avenida y el tráfico rodado te devolvían a un mundo excesivamente conocido y daba la sensación de que la tranquilidad se había acabado.
La tarde fue productiva, deambulamos por lugares que son historia, los mismos que visitara Clavijo en el XV y allí nos encontramos con su calle, su recuerdo perenne. También el barrio o sector llamado Madrid. Impresiona la limpieza y el fresquito una vez que el astro rey ha decidido ir ocultándose sobre el horizonte. Hay que tener en cuenta la gran cantidad de zona verde y la frondosidad de sus árboles que en muchos tramos llegan a sobrepasar los 20-30 metros creando un pasillo que libera la ciudad de su excesivo alto nivel del mercurio. Los coches, eso sí, ya están desbocados y hay que ir con cuidado al intentar cruzar las grandes avenidas: parece que ya se ha vuelto a la civilización en el sentido más peyorativo del término, los peatones tienen menos posibilidad de cruzar tranquilamente sin que se lleven el susto. ¡Bienvenidos a la civilización!
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Maestro de Primaria, licenciado en Geografía
y estudios de doctorado en Historia de América.
Colaborador regular, desde los años 70, con publicaciones especializadas
del mundo de las comunicaciones y diferentes emisoras de radio internacionales.